Surrealismo español
Antonio Muñoz.- Hace años que no vivo en España, pero reconozco que esta vez los sentimientos que me inspira leer las noticias relacionadas con el autobús de Hazteoír son una mezcla bastante extraña. Por una parte, me parece que todo es mentira. Sé que es cierto, pero no me dirán ustedes que lo que está ocurriendo no parece salido de una pesadilla, de un mal sueño del que uno se despierta pensando: “Hay qué ver, ¡qué disparates se sueñan!” No, no es un sueño. Es una realidad.
Las autoridades han dispuesto enseñar en las escuelas, en nombre de la tolerancia, que hay niñas con pene y niños con vulva. Y se quedan tan anchas. Si viviéramos en una sociedad normal una acción como la de Hazteoír sería tan surrealista como lo anterior, pero resulta que es uno de los pocos signos de sentido común en medio de tanta majadería. A continuación sentí verdadera pena de que un amplio sector de la sociedad española, liderado por los medios de comunicación y la clase política, haya llegado a tal grado de decadencia. Por último sentí admiración por Hazteoír.
Veamos: ¿tan difícil es de entender? Para mí una persona con condición LGTBI y todas las letras que se le quiera añadir a la sigla es un individuo con la misma dignidad y derechos que los demás, pero así como en otras dimensiones del ser humano hay anomalías en la sexualidad también. De manera que hay mujeres con pene; luego estas mujeres se someten a rudos tratamientos hormonales, pasan por cirugía y visitan al psicólogo para superar el cambio de sexo… ¿y eso es normal? ¿Es normal tener un sexo en la cabeza y otro en el cuerpo? Entonces… ¿para qué tanto quirófano y tantas medicinas?
Jamás le diría a un LGTBI que es un “anormal” o un “enfermo”. Tampoco se lo diría a un daltónico, ni a alguien que padeciera enanismo, ni a quien fuera sordo, ni a quien… A nadie, en fin. Para mí son como cualesquiera otras personas. Pero sí: creo que la homosexualidad o la transexualidad son anomalías. Quiero argumentos que me convenzan de lo contrario: no insultos o amenazas, que es lo que profieren ciertas lumbreras en los medios.
¿Hay que proteger a los niños transexuales de bullying? Sí, a los niños transexuales y a otros que sin ser transexuales también sufren acoso escolar. Pero debemos hacerlo sin sacrificar la verdad, la evidencia científica ni el sentido común. ¿Cómo hacerlo? Inculcándoles el respeto por los demás, siempre e independientemente de sus circunstancias si estas, como en el caso que nos ocupa, no son elegidas voluntariamente.
También deberían ser protegidos de esos adultos que fácilmente acceden a una operación de cambio de sexo cuando el niño se está desarrollando. Y luego si se arrepiente ¿quién le devolverá su cuerpo? Dejemos que al menos tal decisión la tome ya adulto, cuando si bien aún puede equivocarse al menos habrá tenido más tiempo para pensarlo y luego no podrá responsabilizar a nadie más de su decisión. Y si no se arrepiente, pues allá él.
Ayer, en un medio que prefiero no nombrar, leí las normas para comentar su noticia. Entre otras: el respeto, no insultar ni incitar al odio. Sin embargo la mayoría de los comentarios hervían de insultos, amenazas y odio contra Hazteoír o los sacerdotes; sí, también con la Iglesia. El mismo artículo era un panfleto que incitaba al odio. Por no hablar de la vulgaridad de las expresiones.
Por cierto, el tono del de Alerta Digital es muy diferente, pero aquí también se lee que el autobús está “contra los niños transexuales”, y esto último no es verdad. Puede ser un descuido, pero en todo caso recordar la verdad biológica de la existencia de dos sexos diferenciados en la especie humana no es nada “contra los niños transexuales”. Repito: cualquier LGTBI me parece tanto respeto como cualquier otra persona.
En fin, es lo que hay. Hazteoír, si me estáis leyendo: MUY BIEN Y MUCHO ÁNIMO. Sabed que son muchos, ¡muchos!, los que piensan como vosotros, pero cada vez hay menos gente que se atreve a decirlo públicamente. Ya vemos lo que ocurre cuando se hace.
Ahora el lobo dirá “Caperucita qué trabuco más grande tienes”