Da que pensar que al día siguiente de la toma de posesión de Donald Trump, como un reloj de precisión, se montase la trama de protesta contra el democrático presidente en Estados Unidos y en capitales de Europa (sin concederle esos cien días de prueba de su mandato). ¿Qué poderes secretos son capaces de convocar en tan pocas horas a tanta masa humana? ¿Qué reivindican de extraordinario? ¿Los derechos naturales de las mujeres? ¿Quién les niega tales legítimos derechos? ¿O es que buscan otros que nada tienen que ver con la moral natural?

Piden el derecho al aborto, pero con la condición que no sean ellas las abortadas, naturalmente. Piden los lobbis homosexuales derechos que no existen. Piden derecho a la inmigración ilegal, contra el derecho natural de defender la nación contra terrorismos, inseguridades públicas y trastornos internos.

¿Es que las anormalidades (reales o fingidas) de los homosexuales son objeto de apología sexual? ¿Y las riadas manifestadoras del orgullo gay demuestran haber nacido con “defectos de fábrica”?

La impersonalidad de la masa manejada es el caldo de cultivo de planes secretos que explotan la incultura y la utopía. La masa es amorfa y se presta a protestar por todo. En el fondo es también la infelicidad humana cuando prescinde de Dios y vive en el vacío del sinsentido y en la nube inconsistente de la supervivencia amorfa.

Buena señal para Trump, que intenta poner autoridad y orden: “ladran los perros, señal de que cabalgamos”.