Dos guardias civiles cruzan el puente de Rande (Pontevedra) empujando la furgoneta averiada
Encontrarse con los agentes de una patrulla de la Guardia Civil de Tráfico de incógnito dirigiéndose al personal al volante suele ser fuente de malas noticias para la economía familiar del interpelado. En el caso de la catoirense Mónica Touriño los dos agentes de la Benemérita que el pasado domingo trataron con ella en los primeros metros del puente de Rande dirección Pontevedra han pasado a ser para la deportista de élite y sus siete canes una suerte de ángeles de la guarda, que convirtieron una situación de peligro en una anécdota digna de contar a los nietos.
Estrella del canicrós español, un deporte donde perro y humano forman pareja deportiva unidos por un arnés, Mónica Touriño volvía a Catoira tras un entrenamiento cuando la furgoneta en la que viajaba con siete perros se paró en el inicio del puente. Puso los triángulos, y «llegó la Guarda Civil, me dijeron que era muy mal sitio, y se pusieron a empujar la furgo». Nada del otro mundo si de lo que se trataba era de maniobrar para pegar el vehículo lo máximo posible al arcén a fin de no ser un estorbo para la circulación. Pero no fue eso lo que sucedió.
Fuera un buen desayuno, fuera que se vieron con fuerzas de cumplir con su deber más allá de lo que cualquier ciudadano común entendería como necesario, la pareja procedió a desplazar con la única fuerza motora de sus brazos y sus piernas la furgoneta averiada con sus ocho ocupantes hasta el otro extremo del puente de Rande. Algo así como 1.600 metros. Todo, por apartar de un tramo tan sensible de la autopista un obstáculo como el averiado mientras llegaba la grúa correspondiente.
«Los pobres iban parando a descansar cada cierto tiempo y me venían a dicir: ‘‘ya falta poco, en nada la quitamos’’. De verdad que me quede alucinada con ellos», relataba ayer una Mónica Touriño que vivió la operación delante del volante.
Más de una hora después, con un joven buen samaritano parando casi al final del puente para echarles una mano, «llegamos a una isleta que hay en el cruce para Cangas». A los 10 minutos llegó la grúa, y los guardias civiles se despidieron de su socorrida deportista «diciéndome que se ganaron la comida»
si no les dieran tanta caña para que se las cambien no se les fastidiarían tan rápido.