La conciencia de la muerte, efectos psíquicos
Uno de los muchos datos que diferencian al hombre del animal es la consciencia de la muerte, que, por todo lo que sabemos, no existe en los animales superiores, aunque en algunos puede haber un leve esbozo de ella. La situación puede compararse con la diferencia entre los gritos de los monos para mostrar alarma, celo terror, etc., y el lenguaje humano. Es una diferencia cualitativa.
La consciencia de la muerte difiere del simple miedo a morir cuando el fin es inminente, sobre todo si es traumático, y que el humano comparte con los animales. Es otra cosa: el conocimiento de que la existencia individual, y presumiblemente la de la especie y del mundo, terminará en la muerte algún día. Spinoza decía que “el hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación sobre la muerte, sino sobre la vida”. Aunque lo dijera Spinoza, no deja de ser una tontería. En la meditación sobre la vida está presente siempre la esfinge de la muerte, que nos mira con sonrisa enigmática, acaso burlona. Por lo demás, y por esa misma razón, la mayoría de los hombres, libres o no, tiende a alejar de sí esa conciencia y concentrar su atención en las exigencias del día a día y en planes para un futuro próximo o lejano. Pero en todo ello subyace una angustia por la presencia inevitable del fracaso en las acciones y del fracaso final en la muerte; angustia que aflora de pronto con enorme fuerza ante el diagnóstico de una enfermedad grave o el fallecimiento de una persona querida. En algunas personas, esa angustia es permanente y enfermiza, y en otras apenas existe más que en los animales, aunque nunca llega a bajar a ese nivel, por lo que se la combate a menudo con un trabajo o una diversión compulsivas.
Puede decirse que pensar en la muerte, propiamente, es imposible, es como pensar en la nada (a pesar de que en las matemáticas tenga importancia crucial, si queremos identificar el cero con la nada). Pero la consciencia de ella nos plantea el misterio de la vida, una vida que ningún hombre, por “libre” que sea, se debe a sí mismo, y cuyo sentido parece quedar reducido a cenizas por el conocimiento de su final. Esto, la vida sin sentido, no puede aceptarlo la psique, porque entonces no tendría nada a qué aferrarse para vivir, para soportar las penas y fatigas y golpes de la vida o para apreciar sus logros y placeres. Solo quedaría un instinto de supervivencia puramente animal, imposible ya en el nivel humano.
La consciencia de la muerte es decisiva en la conformación psíquica, porque permite contemplar la propia vida como un conjunto más allá de los avatares diarios. “Algo”, una fuerza o voluntad muy distinta de la nuestra, nos ha traído al mundo y nos elimina de él en un momento u otro que no podemos prever salvo si es inminente. El sentimiento-intuición-emoción de, esa “fuerza” es la religiosidad, que en sus formas más primitivas parece expresarse como animismo y culto a los muertos. Y de ella deriva la moral como la necesidad de ordenar la vida por encima de los deseos momentáneos y particulares: ¿cómo debo vivir el tiempo que se me ha dado? El mundo moral es considerablemente atormentador, porque haber comido de la fruta del árbol del bien y del mal, no dio al hombre la ciencia del mismo, o solo en pequeña medida. La moral se entiende como el mandato de esa fuerza o voluntad, el mandato de los dioses, para llevar una vida con sentido. Los estoicos, con tendencia panteísta, trataban de derivar la moral de la naturaleza, cuyos mandatos son igualmente enigmáticos; es más, esa moral no marcaría ninguna dirección, porque en la naturaleza ocurren las mayores violencias, y en el mundo humano los mayores crímenes, todos los cuales serían igualmente naturales; ni siquiera sería posible hablar de crímenes, vicios o virtudes.
De ese carácter incierto e inseguro de la vida humana deriva una tendencia morbosa a volver a la seguridad del instinto, a la libertad sin responsabilidad, etc. Una enfermedad social de nuestro tiempo.
Se ha intentado repetidamente crear una “moral racional”. Es imposible porque la razón no es la Razón, tiene muchas limitaciones, y una de ellas es que no produce resultados unívocos. De unas mismas premisas pueden salir conclusiones distintas y aún opuestas: las ideologías originadas por el culto a la Razón en la Ilustración, por ejemplo.
que es el sentimiento?, ¿que es la emoción?, ¿que es la intuición ? menudo berenjenal.¿que moral nace de ahí, entendiendo como como moral la costumbre?(mor, moris =costumbre) ,pues depende. Camús como representante , en parte del existencialismo sartriano,en su obra el mito de sísífo, creo que empieza diciendo que el único problema filosófico que existe es el suicidio.¿y dónde ponemos la ética? si entendemos por ética la disciplina filosofica que estudia el bien y el mal y sus relaciones con la moral y el comportamiento humano.Vaya embrollo!. en mi opinión , nuestra cultura occidental, el cristianismo y mas concretamente el… Leer más »
En su artículo me da que, aunque nunca lo menciona, trae la problemática del ego. El ego es el agente que hace de intermediario con el mundo, lo que nos permite sobrevivir. Después tenemos el Ser, que nuestro yo verdadero, esencial. Kierkegaard dijo: “la manifestación del Ser es siempre la derrota del ego”.
Sr. Moa. Se mete usted en filosofía también. Eso son palabras mayores, ajenas al común de los mortales. Y todavía más ajeno al común del españolito. Efectivamente, la muerte siempre la tenemos en el pensamiento, y todavía más en el pensamiento de los agnósticos y en el de los ateos. Y crea angustia, por supuesto. Posiblemente no les cree angustia a los creyentes.