Imagen de la discoteca gay Pulse, donde fue perpetrada la masacre en la que murieron 50 personas.

A. Robles.- Creíamos que la matanza de homosexuales en un club de Orlando fue obra de los yihadistas y ha tenido que venir Alberto Garzón, canalla hasta decir basta, para aclararnos que no, que ha sido obra del “heteropatriarcado”. Nada nuevo bajo el sol. Los representantes de la progresía radical juegan con gusto la carta de no hacer nunca leña del yihadista caído. Tienen para ello una razón rediticia de peso, la de su particular voto de obediencia a los que promueven la disolución de la identidad de nuestros pueblos, que no es ni ha sido nunca la representada en la bandera arcoiris. Claro que el “heteropatriarcado” habría adquirido contornos más precisos si se hubiera revelado la responsabilidad en la masacre de alguien perteneciente a la “derecha homofóbica” o a cualquiera de los movimientos identitarios cristianos que proliferan en los Estados Unidos. Deduzca el lector, ante ese hipotético escenario, la ‘cruzada’ a escala planetaria que se estaría librando ahora mismo contra las ideas de sus autores y contra nosotros mismos. Ello nos muestra la difícil encrucijada moral de todos los garzones y errejones que en el mundo son, cada vez que tienen que enfrentarse a hechos que ponen en contradicción los dogmas, sofismas y prejuicios que alimentan su infernal universo de valores. Me recuerdan al resignado rebaño de Jim Jones mientras era arrastrado al suicidio.

El despropósito es todavía mayor en las comunidades de gays y lesbianas que tanto han proliferado últimamente. Como la autoría islámica de la matanza de Orlando les ha resultado tan ingrata por las razones inconfesadas que sabemos, han tenido que manifestarse a través de vaporosos comunicados donde lo fundamental (ya no podrán estar seguros en ningún rincón de Occidente con presencia islamista; es decir, en ninguna parte), lo diluyen con referencias a los habituales lugares comunes.

Todo menos señalar al enemigo con la firmeza que la gravedad del momento requiere. La guindilla la puso ayer una delirante seguidora de Garzón, que se declara lesbiana y feminista radical, y quien afirmó que “el próximo tiroteo será en España, en una discoteca para heterosexuales”, para señalar a continuación que ella misma sería la asesina. La ruindad moral de la cabrona no menoscaba su elemental instinto de conservación. Yo me atrevo a proponerle que se atreva a modificar la parte de la frase en la que habla de “discoteca para heterosexuales” y la sustituya por la palabra “mezquita”. Entre otras razones porque es en las mezquitas, y no en las “discotecas para heterosexuales”, donde esta pringue humana encontraría una vasta colección de prosélitos de las mismas ideas que empujaron al islamista de Orlando a perpetrar la atroz carnicería.

Las burlas blasfemas contra los cristianos son habituales en las concentraciones de gays.

Otro dato que debería inducir a la preocupación es la displicente actitud que el suceso ha provocado en amplios sectores. Me abstengo de reproducir los comentarios que hoy mismo escuché procedentes de personas absolutamente normales, aunque lejos, bien lejos, de la obligada sujeción a la corrección política. Mucha gente está cansada del clima de exaltación e inducción a determinadas tendencias en detrimento de otras. Hay mucha gente cansada de que se intente estrangular la verdad que hasta hace poco era defendida sin matices en cualquier escenario y ocasión. Hay muchos católicos silentes que, sin embargo, están hartos del cúmulo de ofensas y vejaciones contra sus sentimientos religiosos por parte de miembros de las comunidades LGTB. De ahí que los ecos sociales del suceso estén tan henchidos de indiferencia, nada que ver con el hervor de indignación ante otras masacres terroristas.

El suceso de Orlando nos descubre asimismo que la amplia comunidad de gays y lesbianas se encuentra sobre un volcán en ebullición, y que la lava que se desparrame a partir de ahora la habrá producido la combustión irresponsablemente creada por los políticos occidentales, de uno y otro bando, a partir de la fusión de elementos incompatibles. Donald Trump ha afirmado que “lo ocurrido en Orlando es sólo el principio”. Es una denuncia valerosa, sobre todo si se tiene en cuenta que el Partido Republicano ha contribuído a que Estados Unidos sea también una zona de operaciones islamistas. Bastaría recordar a la familia Bush y su lista de socios saudíes, de sus laudes en el Golfo Pérsico. También se refirió al islámico que Obama lleva dentro al condenar los hechos, pero sin atreverse a mencionar las palabras “terrorismo islámico”, una tendencia compartida por todos los líderes europeos.

Aunque es dudoso que hubiese podido encontrar a un sólo votante entre la larga lista de fallecidos en Orlando, Trump tiene ante sí la oportunidad de restregarle al hocico a sus detractores sus advertencias en contra de la presencia de musulmanes en Estados Unidos y sus postreras consecuencias. Frente al sofisma multicultural de Hillary Clinton, la cruel y sangrienta realidad.

Y un último apunte relacionado con el comunicado emitido por el presidente de Colegas, Francisco Ramírez, y lo poco que parece haber aprendido de esta trágica lección. “El mundo no puede cometer de nuevo el mismo error cuando ignoró a Adolf Hitler mientras comenzaba uno de los mayores crímenes perpetrados contra la humanidad. Ya dijo el pensador irlandés Edmund Burke que para que el mal triunfe, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”, ha dejado escrito. No cabe mayor concentración de hipocresía ni promiscuidad moral en tan pocas palabras. En este y en otros medios, en las antípodas de lo que representa y defiende Colegas, no hemos dejado de alertar sobre la amenaza islámica un sólo día. En nuestros archivos podrá encontrar una exhaustiva y detallada recopilación de muchos de los horrores sufridos por homosexuales en territorios bajo la influencia coránica y ante el cobarde silencio de los que hoy se rasgan las vestiduras.

En contraste, han sido sus propios compañeros ideológicos de trinchera quienes, no sólo han ignorado el peligro islámico durante años, sino que han demonizado y denunciado judicialmente a los que no lo hemos hecho. No es preciso insistir en cómo unos y otros alientan la llegada sin control de miles de inmigrantes y refugiados musulmanes, vivero del que luego se nutren las organizaciones yihadistas para reclutar adeptos y cometer atentados como el de Florida. La inquietante paradoja (para ellos) es la de enfrentarse ahora a miles de fanáticos en toda Europa sin otros pertrechos defensivos que los infectos ideales de una progresía estrogenizada que, a la menor ocasión, saldrá corriendo y los dejarán solos. Ante ese grave panorama, no caeremos en la facil tentación de mandarles a lo que en ellos es habitual y, en tanto patriotas que defendemos a los nuestros aún en contra de muchas de nuestras convicciones, tendremos que tomar partido en defensa de sus vidas.