El discurso del Rey
El discurso de Navidad leído por el Rey, era previsible, no ha sido otra cosa que una visión engañosa y edulcorada de la realidad nacional, un puñado de lugares comunes, un grotesco cuento navideño carente por supuesto de la argamasa moral de Charles Dickens. Que a estas alturas haya quien aún se sorprende de la insustancialidad del discurso leído por el monarca; de que quedaran sin mencionarse los grandes asuntos que erosionan la vida española, desde la traición de los separatistas al latrocinio institucional, no hace otra cosa que revelar la inquietante realidad de un pueblo que soporta el engaño y la mentira como pocos. De entrada, que alguien tan poco ejemplar como el suegro de Urdangarín pretenda ejemplarizarnos a nosotros durante la noche más entrañable del año debería ser motivo para la consternación colectiva.
Solo desde la desvergüenza, desde la lealtad más absoluta a los españoles, se puede afirmar, como el Borbonazo afirmó, que “el sistema político que nació con la Constitución de 1978 nos ha proporcionado el período más dilatado de libertad, convivencia y prosperidad de toda nuestra historia y de reconocimiento efectivo de la diversidad que compone nuestra realidad”. Que el discurso fuese escrito por algún desalmado lacayuno de Palacio no exonera al monarca de la falsedad de sus palabras. Leer en público esas cosas resulta gravísimamente ofensivo e injurioso para los españoles que aún no hayan perdido el sentido común ni la memoria. De entrada, el sistema político que nació con la Constitución de 1978 nos ha traído todo lo contrario a lo que este vividor coronado entiende por libertad, convivencia y prosperidad. ¿Cómo conjugar esa convivencia de la que habla con una nación nunca antes tan enfrentada, dividida y en riesdo más que real de ruptura? ¿Cómo encajar esa pieza del discurso basada en la prosperidad que nos ha traído este Sistema con el puzzle de una nación con millones de españoles que a tientas y a cara descubierta basan ya su supervivencia en los centros asistenciales y en los contenedores de basura?
Pero por si a alguno le queda alguna duda de cuál es el papel que ejerce el Borbonazo, esta perla de su discurso, que da patente de veracidad además a las denuncias de que el jefe de la castuza no es sino un títere del poder político y económico en la sombra: “Invito a la comunidad intelectual a ser intérprete de los cambios que se están produciendo y a ser guía del nuevo mundo que está emergiendo en el orden geopolítico, económico, social y cultural”. Es sorprendente que este párrafo del discurso leído por el Rey, sin duda el más significativo y relevante, no haya sido objeto de atención ni causa de análisis”. Como sostiene Enrique de Diego, si la cuestión a dilucidar era si a Juan Carlos le había cabido alguna responsabilidad en esta degeneración y este sometimiento a intereses no nacionales que está sufriendo España, la respuesta indubitable y clara es: toda. El monarca es, en propiedad, la cabeza de la casta parasitaria y una pieza clave del nuevo orden mundial. La real estabilidad que asegura es la de esa casta, como nueva aristocracia onerosa, y su progresiva expansión. La prosperidad de la que habla es la de su familia, a cambio de seguir la hoja de ruta de los muñidores de la mundialización.
El engaño urdido tras la muerte de Franco queda al fin al descubierto. Lo que se denomina como el pacto de la transición, que da lugar al llamado consenso de la Constitución de 1978, es el acuerdo de todos los partidos políticos en no cuestionar la monarquía, en asegurar el puesto de trabajo (vitalicio y hereditario) de Juan Carlos y la familia Borbón. El denominado pacto constitucional puede resumirse en la evitación del referéndum monarquía o república.
En el libro ‘Lo que el rey me ha pedido’, Torcuato Fernández-Miranda y la reforma política (Editorial Plaza y Janés), de Pilar y Alfonso Fernández-Miranda, se indica que “aceptar la ruptura suponía abrir la dialéctica entre monarquía y república y, en la medida en que la mayoría de la oposición se manifestaba como republicana, abrir un imposible plebiscito sobre la forma monárquica o republicana de la Jefatura del Estado. Imposible porque la mera aceptación del plebiscito llevaba implícita la voluntad de destruir la Corona, ya que la Monarquía o se acepta como instrumento histórico y funcional de pacificación e integración política o no se acepta. En la historia, siempre que la Corona se ha sometido a plebiscito ha sido con la intención de destruirla, jamás de potenciarla”. Y también se destaca que se trató de un proceso para dotar de legitimidad a una monarquía que, cuanto menos, dudaba de ella, puesto que carecía, por de pronto, de la estrictamente dinástica. “La continuidad consistía en partir de la necesidad de asumir la legalidad, de aceptar la idea de un Rey a la búsqueda de legitimidad, que desde luego no se la iba a dar la historia, ni el entorno legitimista, ni los sueños de nadie…porque sólo se la podía dar el pueblo. Y se la dio al aprobar la Constitución”.
Es decir, toda la transición pivota sobre la monarquía, que no ha de ser cuestionada y ha de ser, al tiempo, legitimada. De hecho, la búsqueda de esa aceptación de la monarquía es anterior al inicio de la transición, propiamente dicha, si situamos ese proceso político después del óbito de Franco y en la elección de Adolfo Suárez, tras la terna del Consejo del Reino, como presidente del Gobierno, a continuación el interregno de Carlos Arias Navarro.
Como bien recuerda de Diego en su libro sobre la Monaquía, en el verano de 1974 –un año antes, pues, de la muerte de Franco-, Juan Carlos, jefe de Estado en funciones, por la primera enfermedad de Franco, envía dos emisarios suyos a París para entrevistarse con Santiago Carrillo y sondearle sobre su actitud hacia la continuidad de la forma monárquica. La reunión tuvo lugar en el restaurante Le Vert Galant, cerca de la catedral de Nôtre Dame, y los emisarios fueron José Mario Armero, presidente de la agencia Europa Press, y Nicolás Franco Pascual de Pobil, sobrino carnal del Generalísimo.
A los pocos meses de acceder a la Jefatura del Estado, Juan Carlos, envió a su mano derecha, el posteriormente condenado por corrupción, Manuel Prado y Colón de Carvajal a Bucarest. Se usó la vía del tirano Ceaucescu para hacerle llegar el mensaje a Carrillo, sobre quien el rumano tenía notable influencia, la del protector y financiador. Se le transmitió, de parte de Juan Carlos, que debía tener paciencia. La reforma se iniciaría de inmediato, pero cualquier desestabilización sería perjudicial para todos, porque al Partido Comunista se le legalizaría una vez instaurada la democracia. Carrillo contestó que los comunistas debían ser legalizados a la vez que todos y concurrir, por tanto, a las primeras elecciones. A finales de febrero de 1977, el aventurero osado que es Adolfo Suárez se entrevista, a iniciativa propia, en secreto, con Santiago Carrillo, en la casa de José Mario Armeo en Aravaca. Según reseña Jesús Palacios, “a lo largo de seis horas, cena incluida, hablan de política con mayúscula. Se van a convocar elecciones, las primeras democráticas después de cuarenta y un años. Suárez puede conseguir que el Partido Comunista participe en el proceso electoral. El momento oportuno para legalizar el partido lo escogerá él. A cambio, el PCE tiene que declarar públicamente que acepta la monarquía, la unidad de España y la bandera. Carrillo dice que sí”.
El compulsivo interés en arrancar a los comunistas la aceptación de la monarquía resulta lógico porque, durante el franquismo y especialmente en los últimos años de su mandato, el PCE es el único que ha demostrado cierta capacidad de movilización, agitación y de poseer estructura.
La negociación con el partido socialista para dejar fuera del debate la monarquía, como el elemento clave de la transición, tiene la misma connotación secreta –la transición es un pacto de cúpulas, y muy escasamente societario, puede decirse que su condición es la anemia de la sociedad civil- y añade dosis de elevada hipocresía.
Escribe Manuel Soriano que “para el rey, lógicamente, el tema principal era definir a España como una Monarquía parlamentaria, y había que convencer de ello a la izquierda, históricamente republicana. Ese trascendental asunto había quedado básicamente zanjado dos años antes en la entrevista secreta que celebraron Adolfo Suárez y Felipe González, el 10 de agosto de 1976, en casa de Fernando Abril Martorell, el ministro de Agricultura que ya era la mano derecha del presidente”. El contexto estriba en que Suárez llevaba un mes de presidente del Gobierno y González se sentía amenazado por el posible pacto desde las alturas con los comunistas. “En aquella reunión de la calle Padre Damián, Felipe González se mostró dispuesto, por primera vez, a reconocer la Monarquía. A cambio hubo ciertos compromisos de apoyo al PSOE, en detrimento del PCE”. El caso es que “aquel compromiso inicial de Felipe González con Suárez quedó en secreto y sin formalizar.
De esa manera, se garantizaba la unidad del PSOE, cuyas bases y dirigentes eran republicanos, y el reconocimiento de la Corona serviría como baza de negociaciones futuras para obtener contrapartidas”. Tras la reunión que los socialistas mantuvieron en el parador de Sigüenza para preparar sus propuestas de cara a la Constitución, anunciaron que defenderían la República como forma política del Estado. Aquello produjo un pequeño terremoto, porque no era conocido el pacto secreto. “Cuando se entendió que se trataba de una actitud más testimonial y negociadora que otra cosa, la preocupación fue desapareciendo”.
“La Comisión Ejecutiva socialista decidió que el voto republicano se mantuviera hasta el debate en la Comisión de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas del Congreso de los Diputados para que lo defendiera Luis Gómez Llorente en sesión con prensa y se llegara hasta la votación. El PSOE quiso aparentar que no abjuraba de su ideología republicana sino que era derrotado ante una mayoría constituida por UCD, AP y los nacionalistas. Después de explicar la tradición republicana del PSOE, nacida a partir de que Alfonso XIII le dio la espalda, Gómez Llorente dijo; ‘finalmente, señoras y señores diputados, una afirmación que es un serio compromiso. Nosotros aceptaremos como válido lo que resulte en este punto del parlamento constituyente. No vamos a cuestionar el conjunto de la Constitución por esto. Acatamos democráticamente la ley de la mayoría. Si democráticamente se establece la Monarquía, en tanto sea constitucional, nos consideramos compatibles con ella’”. La argumentación es, intelectualmente, una patraña, al situar el republicanismo socialista como mera cuestión de matiz; al margen de la pequeña falsificación histórica originaria.
He reproducido las condiciones que, según Jesús Palacios, se le pusieron a Santiago Carrillo para su legalización y he incluido la unidad de España, aunque me temo que debió de tener una prioridad más bien baja, al margen de que la tradición comunista no era, propiamente, secesionista. Juan Carlos demostró, desde muy pronto, que asegurar su puesto de trabajo estaba muy por encima de la unidad nacional, y que ésta bien podía supeditarse a aquella. Resulta bochornoso recordar que, en el afán de sumar apoyos explícitos o tácitos al monarquismo vitalicio y hereditario, Zarzuela impulsó una enmienda para situar a Vascongadas fuera de la unidad de España mediante un mero vínculo o pacto con la Corona.
Lo cuenta Manuel Soriano: “todos los senadores reales, sin excepción, de común acuerdo elaboraron una enmienda para reconocer, de otra forma a como había llegado al Congreso, los derechos forales del País Vasco”. Los senadores de directa designación real eran los herederos de los ‘cuarenta de Ayete’, procuradores nombrados por Franco. Continúa Soriano indicando que “estuvieron de acuerdo hasta los senadores militares (los generales Díez Alegría y Salas, entre otros), siempre más reticentes a reconocer diferenciaciones territoriales. Hablaron varias veces con Sabino sobre esta enmienda y el secretario general estuvo de acuerdo con ella. Los senadores reales querían tener el apoyo del Partido Nacionalista Vasco”. Los senadores de ese partido independentista también dieron su apoyo a la enmienda, “pero la iniciativa de los senadores reales no prosperó porque el vicepresidente del Gobierno, Fernando Abril, se opuso con toda firmeza. Defendió el principio de la soberanía popular radicada en las cámaras y no admitió que se fragmentara en virtud de un pacto entre la Corona y los vascos, que había sido la vieja fórmula foral, superada por el parlamentarismo moderno”. En suma, que Zarzuela no sólo dio el visto bueno, sino que propiamente impulsó el separatismo más descarnado, porque el pacto con la Corona no era otra cosa que la independencia de Vascongadas.
También es responsabilidad del monarca la masiva compra de voluntades con cargo al sufrido contribuyente, de forma que el monarca ha de ser considerado, en propiedad, el jefe de la actual casta parasitaria que ha terminado por asfixiar a la economía española y a la sociedad. Por los pasos que se dan en las negociaciones, el objetivo de máxima prioridad fue consolidar la monarquía, mediante la sustracción de cualquier debate monarquía-república, lo que se obtuvo incluyendo la monarquía en el paquete completo de la democracia, de la Constitución de 1978 (ya hemos visto hasta qué punto llegó la hipocresía del PSOE), la contrapartida manifiesta fue la creación de un extenso botín para los partidos políticos, una piñata de puestos para todos, en los ayuntamientos, en las diputaciones, en las autonomías y en el Estado central. ¡Cuatro niveles administrativos!
En términos de coste-beneficio, a ningún partido, en efecto, le compensaba seguir la senda de la desestabilización –es decir, cuestionar el puesto de trabajo del monarca- puesto que carecían de los suficientes militantes para ocupar los puestos que se les ofrecían. El aventurerismo del tándem Suárez-Borbón no tuvo límites. Torcuato Fernández Miranda se retiró asqueado –y ninguneado- por el ‘café para todos’. Josep Tarradellas hizo críticas muy duras al Estado autonómico. No es que las consecuencias no fueran previsibles, ni que nadie las describiera, es que se trataba de no quedarse parados, de marchar hacia delante sin evaluar las consecuencias. Podía haberse procedido a la elección directa del alcalde, manteniendo las estructuras limitadas y sostenibles del tardofranquismo, o haber generado algún tipo de mancomunidad de diputaciones, pero se optó en cualesquiera de los frentes por la apuesta más delirante, llenando España de parlamentos y de boletines oficiales. Nada más lejos de la descentralización, que fue la coartada, sino una floración boscosa de nuevos centralismos.
No cabe darle demasiadas vueltas, ni perderse en el anecdotario. El principal responsable, el culpable último del desastre nacional de la transición es Juan Carlos. Toda la transición, en origen, se plantea como un abrumador neocaciquismo monárquico. A fuerza de derroche y de generar una gigantesca estructura burocrática y partidaria se consigue el objetivo de que el monarca quede fuera del debate, porque en todo se podía ceder, menos en ese único punto. Se hizo mediante curiosas y mendaces consignas como que era preciso conseguir unos partidos fuertes o que la democracia era cara. Se sacrificó España y la sociedad a la monarquía.
Los políticos, como clase, como casta, son los nuevos aristócratas de la monarquía borbónico juancarlista. El monarca es la coartada del sistema, la imagen de la estabilidad que justifica la disolución nacional y la consunción de las fuerzas sociales y económicas, porque las gentes vuelven su mirada hacia el monarca y ahí sigue él, impertérrito, irresponsable. Símbolo, en realidad, de la inestabilidad, del proceso que lleva a la miseria y la servidumbre a la sociedad. El monarca no es otra cosa que el jefe de la casta parasitaria. No debe sorprendernos entonces los elogios desmedidos hechos a su discurso de Navidad por los representantes de esa misma casta.
A todos los que la presente vieren y entendieren, sabed: Que las Cortes Constituyentes, en funciones de Soberanía Nacional, han aprobado el acta acusatoria contra Juan Carlos de Borbón y Borbón, dictando lo siguiente: Las Cortes Constituyentes declaran culpable de alta traición, como fórmula jurídica que resume todos los delitos del acta acusatoria, al que fué Rey de España, quien, ejercitando los poderes de su magistratura contra la Constitución del Estado, ha cometido la más criminal violación del orden jurídico del país, y, en su consecuencia, el Tribunal soberano de la nación declara solemnemente fuera de la ley a Juan… Leer más »
Tiranicidio: El padre jesuita Juan de Mariana, en su obra De rege et regis institutione “Sobre el rey y la institución real” (1598), considera el tiranicidio como un derecho natural de las personas. Cualquier ciudadano puede con justicia asesinar a aquel rey o político que se convierta en tirano por imponer impuestos a los ciudadanos sin su consentimiento, expropiarles injustamente su propiedad o, o arruinar a los ciudadanos en su propio beneficio. “Aunque el asesinato es siempre un crimen, deja de serlo, y glorifica al que lo comete cuando, a falta de otros medios, se ejecuta sobre el cuerpo de… Leer más »
Del Padre Pignatelli: masonería y Borbones.
En “Francia, verdugo de españoles del Santuario al calvario”, Eloy Herrera, ed, Vassallo de Mumbert.
“Como terminan las democracias”, Jean Francois Revel, ed, Planeta,
¡¡Que noche!! gracias por la maravillosa velada. Valió la pena mentir a todo el mundo.
Excelente artículo desde mi más profunda y ferviente admiración.
Ya sabes,bragas limpias y rojas,de estreno.
Después de mentir a todo el mundo para hacer realidad nuestro encuentro, las bragas son lo de menos. Además, para lo que me van a durar puestas.
La pepera no tiene freno.
Solo una cosa puede ser peor que esta monarquía putrefacta,una república presidida por rodriguez zETA pedo o por sanchez gordillo.
El “mata-elefantes” ya fue el que entregó el Sahara a Marruecos. No nos sorprendamos ahora de que entregue Cataluña y Vascongadas a los separatistas y a los terroristas respectivamente. Mantenerse en el trono bien vale unas cuantas traiciones más.
El rey en su discurso adoptó el lenguaje y los criterios de los separatistas. Está claro que el rey y la castuza ya han pactado la fragmentación del país cuando dice que “hay que saber cuándo es preciso ceder”. Téngase en cuenta que el discurso lo aprueba el gobierno, así que Rajoy suscribe sus palabras.
Lo comparto punto por punto. Perdónenme la tonta vanidad, pero que vendió la Nación por el puesto que le permitiría enriquecerse y fornicar mucho y con muchas está clarísimo desde hace… por lo menos desde 2.004 (reacción ante el golpe de Estado con respaldo de las urnas del 11 al 14-M). Antes podía sospecharse con bastante fundamento.
Pero de ese Putero y Cazaelefantes a quien le va a interesar los discursitos desfasados como su cara, año tras año? que se pronuncie sobre donde esta toda la tela que han mangado su hija y yerno.. Y se deje de argumentitos que aburren hasta a las perdices..
FUERA MONARQUIA, PERO YA!!!
Yo no pierdo el tiempo con melones y chusma traidora,como es el caso.
Lo que sea o deje de ser el patan locuaz es lo de menos.
El discurso de cada año es como los programas de Tele 5,un insulto a la inteligencia.Lo peor es que encima hay gente que se lo cree y todo.
No me creo nada hasta que demuestre que “La ley es igual para todos”.
En mi casa se apaga la television hasta que acaba. Lo mismo que cuando salen zp o r. : se cambia de canal. Para ver u oir tontos y tonterias, engaños y chorradas me busco un buen programa de humor (por cierto, que brillan por su ausencia)
Escuchando el discurso del tal Juan Carlos me sentí ofendido e insultado. Verdaderamente nos desprecian; nos toman por idiotas. Decir que gracias a la prostitución del 78 hemos conocido el período de mayor prosperidad de la historia, ¡¡cuando desde el 78 el alto desempleo se ha convertido en algo crónico!!.
Estoy hasta los cojones de esta puta casta.
Absolutamente de acuerdo, como ya había manifestado en dos comentarios anteriores al mensaje del monigote.Ahora el ppsoez cierra filas, para que el asalto al “botín” que se inició en 1978 no decaiga….pero ahora con nuevos invitados a la “mesa redonda”: los nazionalistas vascos y catalanes.
Era y soy un ignorante. Recuerdo que en los años que se fraguaba lo que ahora está al descubierto, al escuchar frases como “monarquía parlamentaria”, “el rey, reina pero no gobierna”, no las comprendía. Mi ignorancia, me hacía pensar y comentar que, un reino, es un país donde un rey, ayudado por un consejo del reino, dirige el destino de tal país, ordena y manda lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer, y es RESPONSABLE ANTE SU PUEBLO de las decisiones que ha tomado, si no es así ¿que sentido tiene un reino? ¿que sentido… Leer más »