El racionamiento de la libertad
Un católico nunca puede votar al mal menor, porque nunca un católico puede ir hacia el mal, teniendo además el bien, por el que hay que luchar sin cobardía, aunque se llegue al sufrimiento, como llegaron tantos hermanos nuestros para dejarnos el legado de una España mejor. Hecho este preámbulo digo hoy y aquí que este sistema político representa en la actualidad la encarnadura del mal absoluto, cuya erradicación debería ser imperio para cualquier español de bien, y ya no digo para cualquier católico. Contrapunta esta declaración de principios la pronunciada hace unas horas por un demócrata de reciente data y dirigente democristiano del PP: “La demoracia no debe apoyarse en ningún poder político ni social”.
Realmente lo bueno no es apoyarse en poderes políticos y sociales, sino crear los poderes políticos y sociales y manejarlos como Mari Carmen a sus muñecos, o al menos influenciarlos notablemente. La línea de conducta de los mandatarios de la democracia en nuestra más reciente historia así lo confirma. La democracia fabricó el bipartidismo, con la excepción de dos nacionalidades históricas, antes regiones, en las que se permitió su control absoluto por los nacionalistas.
Desde las logias europeas se teledirige a un político para ser presidente del Régimen, o alto cargo del Régimen, lo mismo que los partidos hacen decir blanco y negro, según convenga, a una misma persona. La Iglesia no es ajena a esta colosal estafa por parte de unos pocos, siendo que esos pocos utilizan la genial coartada de la soberanía popular para dotar de infalibilidad a sus decisiones. No debería sorprendernos a estas alturas. La Iglesia combatió a la República y usufructuó con hartura la victoria nacional. Entonces trataban de influir y dirigir a los futuros dirigentes, como ahora trata de ganarse la voluntad de los gobernantes, renunciando a los principios que hagan falta, para el establecimiento de ventajosos acuerdos económicos.
Si se repasa la lista de gobernantes de la democracia se verá que muchos de ellos pasaron por el Frente de Juventudes y que fueron más franquistas que el mismísimo Utrera Molina. Dijo Lenin que la libertad es tan preciosa que se hace necesario racionarla. Los demócratas dirigentes españoles pusieron en práctica esa tesis nada más morir Franco. Sustituir la libertad por el libertinaje ha sido la obra de prestidigitación política más asombrosa de la democracia española.
La libertad sana sirve de nutriente para el crecimiento moral y económico de un pueblo. El libertinaje encanalla a ese pueblo, altera sus preferencias vitales, enajena sus principios éticos y, en resumen, lo hace facilmente manejable y manipulable. Suárez fue el primer dirigente que se aplicó a ese objetivo y quien tuvo que hacer frente, sin demasiado éxito, a un sector de la población todavía de moral granítica. Fue por ello que las logias europeas lo tiraron como un ‘kleenex’ al primer contratiempo. Felipe González aprendió de los errores del abulense y Aznar, Zapatero y Rajoy superaron y superan todas las marcas al hacer del racionamiento de la libertad, de la verdadera libertad, toda una obra maestra de ingeniería social.
De este modo se consigue que el peso de la sociedad civil nunca sea suficiente para aplastar el Sistema y que sus miembros carezcan de la fuerza y de la influencia necesarias para poder sobrevivir sin el apoyo de la casta política.
Felicidades Sr. Robles. Nunca mejor dicho. O destruimos a los 450.000 politicos o estos politícos destruirán a la clase mediana y pobre. No hay solución media.
Excelente articulo Sr Robles, le felicito su exposicion es clara y certera ademas de breve, todos los españoles deberiamos tener asi de claro el nivel perverso social y politicamente al que hay que combatir.
AES es la solución pero los medios de comunicación la silencian.
La silencian, precisamente porque es la solución.
A la casta política y mediática que, por desgracia, impera en España le produce auténtico pavor que un partido como AES entre en las instituciones del sistema, porque les pondría en evidencia a todos. Sobre todo a la derecha pepera pseudo-cristiana, que usufructúa el voto católico desde hace décadas.
Ya casi nadie traga con la verborrea democrática y sus falsedades hipócritas, solo los canallas que viven de ese cuento.
La democracia, esa entelequia que nos imponen los poderes fácticos (La Usura), es la descomposición hacia un mundo repugnante uniforme.
La realidad lo confirma.
O la destruimos o nos destruye.