El rechazo al sistema comienza a calar hondo
Proliferan los diagnósticos sobre el por qué del distanciamiento entre los ciudadanos y los políticos, pero sin observar en ningún caso las causas de la enfermedad que han hecho de la profesión política una de las actividades más deleznables que existen. Las democracias liberales han convertido la ritualización del voto en una suerte de auto de fe a cuya sujeción están obligados sin más los buenos y responsables ciudadanos.
Hasta ahora nadie se ha ocupado de que la razón de esa creciente desafección entre votantes y políticos acaso esté en el escaso apego de la clase dirigente a la decencia y a la pulcritud democrática que dice defender. Lo inquietante no es esa creciente desafección electoral de los ciudadanos, sino que haya todavía un porcentaje significado de éstos que sigue sin repudiar el funcionamiento real de los partidos y el engolfamiento de la mayoría de los líderes.
Tal vez sería necesario estudiar por qué dirigentes, partidos y hasta el régimen padecen una grave crisis de credibilidad. ¿O acaso es más inteligente votar por una opción política sin que la mayoría de los votantes (estoy seguro) sea capaz de enumerar los tres primeros nombres de la lista votada? ¿Se votan personas o se votan ideas? Si se votan sólo determinadas ideas, y el voto de esas ideas constituye un imperativo mayor, estaríamos ante el caso bastante extraño de que la misma existencia humana no sería explicable si no es a través de esas propuestas que nos plantean los dos grandes grupos políticos que dan soporte a nuestras maltrechas instituciones democráticas.
Sin ocuparse de la crisis de los partidos, de que sus organizaciones internas dejen de propiciar las corruptelas y las deslealtades, y sobre todo de la carencia de líderes capaces de vertebrar a nuestras sociedades, la cuestión sustantiva va a seguir siendo el divorcio entre la política y la realidad. Las democracias europeas se han convertido en un refugio de burócratas y de políticos zafios y corrompidos. En ellas se sumergen y ahogan proyectos, ilusiones y visiones, y nadie, luego, sabe dar cuenta de ellos. Y si sabe dar cuenta es para echar la culpa al contrario. Existe una sociedad visible y amnésica dentro de un Estado fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Si usted tiene conexiones políticas, prospera y avanza; si, al contrario, está fuera y cree que la institucionalidad funciona y premia los mejores proyectos no conoce, ni por asomo, las bases inmorales sobre los que se asienta este sistema.
Para que se cumpla el que unos pocos puedan medrar y robar en nombre de muchos, hay que trabajar para que esos muchos se resignen a su suerte, vivan cada vez más embrutecidos e ignorantes y se limiten a legitimar cada cuatro o cinco años la existencia de esos antros institucionales donde se cocinan los nombramientos y los proyectos millonarios por amiguismo y clientelismo político. No ha habido, en la historia de España, corrupción peor que ésta. Porque ya no sólo se trafica con dinero, sino con el alma y la mente de nuestros niños y adolescentes para que la desafección al sistema sólo se pueda manifestar en términos de contabilidad electoral. Ya empezamos a sufrir las consecuencias de todas esas normas y reglas que obedecen a un único deseo: blindar a la sociedad de cualquier propósito crítico o de cualquier punto de vista distinto al oficial.
¿Qué importa la formación y el futuro de miles de adolescentes pertenecientes a familias desestructuradas y de rentas medias o bajas? ¿Para qué perder el sueño por otra cosa que no sea la de mantenerse en el poder o llegar a él al precio que sea necesario? Los jóvenes carecen ya de algún ideal aprovechable, los parados han perdido la esperanza, los ancianos han sido abandonados a su suerte, los detritus sociales son ya legión, las patologías se ceban con los más débiles, los bancos tienen patente de corso para quebrar vidas enteras, sí, incluso algunos de estos casos salen en la prensa, pero nadie les presta atención.
Sería interminable la lista de agravios que se perpetran a diario en nombre de un Estado y de un sistema que ha caído en las peores manos. Algunos han descubierto ahora que lo de la voluntad popular es una patraña más de la larga seria de patrañas y cuentos oficiales. Los trabajadores ya saben lo que pue
las democracias liberales son la causa de todos los males y no me olvido de la social democracia de lal izquierda GILIPROGRE ,
otra cosa es posible tumbemos el sistema .
Hartitos estamos si senor!! pero no hay ni un solo partido del que nos podamos fiar.
Para cuando un partido decente,que gobierne eso que se llamaba Espana y esta en vias de desaparicion ??.Fuera moros,fuera separatismo,fuera bancos vandalicos,fuera la mosoneria y el sionismo,a quienes obedecen los traidores que nos gobiernan.Culpables de nuestros grandes males.
Los militares?Salvo algun honroso caso;ni estan ni se les ve,la policia obedece a la voz de su amo,mientras nosotros les pagamos su salario.
El pueblo si es que esta despierto, sera el unico que hipoteticamente,tendra que hacer el TRABAJO.
Y deberia calar aun mas hondo, tanto como tener que llegar a las ARMAS y pasar a toda la casta mafiosa.
Tienen demasiado miedo los políticos…¡como para legalizarlas están!,sabiendo que irían a por ellos.Ni lo sueñe,esto no es USA.
Buen articulo Sr. Robles “Felicidades” Sr. Robles, hoy por hoy y después de 35 años de democracia todos los mayores de edad conocemos de sobra a los politícos y sabemos para quién trabajan. Para el partido y para ellos mismos. Se burlan de la ley, de la Constitución y de quienes les vota. Cómo usted sabe Alemania tiene 200.000 politicos y España al tener la mitad de la población debería tener 100.000, sin embrago tiene 450.000, o sea que sobran 300.000. Mire Sr. Robles, el pueblo debe unirse y erigir a nuevos politícos, y obligarles a cumplir con sus obligaciones.… Leer más »
la gente ya esta harto del lobby judeosionista que nos quieren imponer los bancos y sus vertientes mas proximas.POR LA SOBERANIA NACIONAL YA!