El tamayazo y Esperanza Aguirre en Intereconomía
Enrique de Diego/Del libro “Dando caña”.- Había entrado en el despacho de Julio Ariza para materia de ordinaria administración, que no recuerdo, cuando me hice sentarme. Tomó el mando de su televisión y puso en marcha un vídeo de pésima calidad: la grabación de un acto en el interior de un templo. La había realizado Ángel Expósito, que ya salido en esta historia y que realizaba trabajos a las exclusivas órdenes de Ariza. Se trataba, según me informó Ariza, del funeral, en una iglesia de París, del Gran Oriente de la masonería francesa. Ariza tiene un gran interés en la masonería y no me pareció tan extraño como parece el que personal de Intereconomía se hubiera trasladado hasta la capital francesa para realizar aquella confusa grabación.
Por deformación profesional, inquirir si se iba a emitir, porque, como ya he dicho, la calidad era muy mala, al margen de que era en blanco y negro y con una neblina que desdibujaba los perfiles. No, no se iba a pasar por la televisión. No tenía una finalidad periodística. Tiendo a pensar que los periodistas hemos de trabajar para informar al público. La tal grabación se había hecho, en suma, para el uso personal de Ariza. No parecía haber un hecho noticiable claro, al margen del morbo que tiene en sí la palabra masonería. De pronto, paró la imagen. ¿Reconoces quién es?, me preguntó. No, quién es. La verdad es que me resultaba imposible y supongo que a cualquier humano. Ariza se recreó en pasar la imagen del enigmático asistente, hasta que, ante mi incapacidad para la identificación, soltó el nombre de un destacado profesor del CEU San Pablo de Madrid. No voy a reproducir el nombre, porque sería caer en la maledicencia, ya que esa persona, a la que conozco bien e identificaría sin problemas si la imagen fuera de una nitidez normal, no pude distinguirla. De hecho, no creo que nadie hubiera podido identificar a nadie, a pesar del clima de certeza que pretendía transmitir Ariza.
He de confesar, además, que, cuando me dijo que no se iba a emitir, había perdido buena parte del interés y me resultaba de escaso interés el visionado de una serie de imágenes repetitivas de un funeral. Se trataba de un juego personal de Ariza que, de esa forma, dilapidaba el dinero de la empresa. Le había dado por el periodismo de investigación pero de manera harto discutible y, en ocasiones, perversa, como veremos de inmediato. El presidente de Intereconomía había montado un equipo de investigación, al margen de cualquier medio y de cualquier línea jurídica, que mandaba él personalmente. La persona más destacada de ese comando era José Antonio Expósito. Nadie conocía a qué se dedicaba, ni qué se hacía realmente en el despacho de la noventa planta donde trabajaba Expósito, quien se incorporó a Intereconomía en calidad de jefe de seguridad, aunque, como digo, nunca ocupó realmente esas funciones, sino de persona a las directas órdenes de Ariza, al que obedecía ciegamente y con audacia, no exenta de desesperación, por aquello, tan de Ariza, de que era éste el que le pagaba la nómina a fin de mes.
Antes de que sus funciones fueran ignotas y oscuras, se nos hizo asistir a los trabajadores de Intereconomía a reuniones con el nuevo jefe de seguridad en el que facilitaba informaciones inquietantes. Por ejemplo, se nos podía escuchar a través del móvil aunque no estuviéramos haciendo ninguna llamada, siempre que no estuviera apagado. La ulterior falta de cometido concreto generó leyendas urbanas y temores de que podíamos ser escuchados. Suposición seguramente por completo falsa, pero que lo propiciaba el que ni el consejero delegado supiera realmente que se traían entre manos en el despacho de la novena.
José Antonio Expósito había actuado de escolta de Manuel Tamayo durante las tensas jornadas en el que el diputado autonómico protagonizó una rebelión en toda regla contra Rafael Simancas a la hora de votarle como presidente de la Comunidad de Madrid; revuelta que, tras unas nuevas elecciones, le dio el poder a Esperanza Aguirre. Se ha dicho y se ha escrito muchas veces que en el “tamayazo” Intereconomía fue quien le puso al diputado díscolo al escolta Ángel Expósito, pero salvo que alguna vez se aporten pruebas en contrario, en ese momento Expósito no tenía nada que ver con Intereconomía, ni se le conocía. Una explicación lógica para hacer inteligible que recalara en Intereconomía es que Expósito le fuera facilitado a Tamayo por el PP de Madrid y que el fichaje ulterior por Intereconomía fuera un favor a Esperanza Aguirre y a su número dos entonces, Juan José Güemes, que era habitual del despacho de Ariza e íntimo, como ahora veremos; su conexión directa entre Ariza y Esperanza Aguirre. Hubiera sido un escándalo que lo fichara directamente el PP; era más presentable que lo hiciera una sucursal.
Juan José Güemes, que era secretario general del PP madrileño, es yerno de Carlos Fabra, el cacique del PP de Castellón y presidente entonces de la Diputación de esa provincia, institución controlada durante cinco generaciones por los Fabra, como se ufana. Güemes está casado con Andrea Fabra, diputada por el PP de Castellón. Ese clima estomagante, asfixiante y depredador de casta parasitaria en que familias enteras viven del Presupuesto a través del poder político y en el que ha chapoteado el político profesional que siempre ha sido Julio Ariza. De hecho, el primogénito del presidente de Intereconomía, Julen, su primer trabajo, sin experiencia previa, fue el de jefe de gabinete de Juan José Güemes. La casta parasitaria coloca a sus vástagos a vivir de los fondos públicos, pues no sólo se ha hecho vitalicia sino también hereditaria.
Esa trama política explica que Ariza se prestara a abajar a Intereconomía hasta el nivel de cloaca de la casta parasitaria realizando una acción de contrainformación y placaje físico como la que ya hemos visto, impidiendo el trabajo del equipo de “Caiga quien caiga” de la Sexta, en el salón de plenos de la Diputación de Castellón. La generosidad de Carlos Fabra con los prespuestos públicos a favor de Intereconomía no explica una actuación tan arriesgada como falta de ética. Fabra era Güemes y Güemes era Esperanza Aguirre. Aunque Carlos Fabra con la Diputación de Castellón, y el control del partido en esa provincia, era elemento decisivo del poder popular en Valencia, y en la Generalitat valenciana, por tanto, y ha sido y es íntimo de José María Aznar, cuyos veraneos organizaba en el chalet del dueño de Porcelanosa, en Oropesa del Mar, gratis total, a través de su yerno aportaba la Comunidad de Madrid, que son palabras mayores, también presupuestariamente.
Aunque al inicio de este relato, hemos asistido al almuerzo con Mariano Rajoy en la marisquería, la conversión de Ariza al marianismo, a la línea oficial del Partido Popular, es ulterior al Congreso de Valencia. El presidente de Intereconomía estaba en la línea de Esperanza Aguirre y entre los conspiradores contra Rajoy. Al fin y al cabo, la lideresa tenía Presupuesto y Mariano, no. En tales términos, era un paria. Algunos de los políticos populares de la intimidad de Ariza y a los que él había dado más proyección meditática, como Gustavo de Arístegui, estaban de hoz y coz en la demolición de Rajoy, sin dejar al margen a Aleix Vidal-Quadras, que también ha sido un crítico al actual presidente del Gobierno. Como dice una persona muy próxima a Rajoy, “nunca se ha fiado ni se va a fiar de Ariza, porque ha sido fiel y ha prestado servicios en el último año, pero los tres anteriores estuvo con Esperanza Aguirre”. Rajoy no olvida. Y cuando afirma que no es rencoroso a algunos les recorre un escalofrío por el espinazo.
En esa intimidad incestuosa con Juan José Güemes y con el PP de Madrid, Julio Ariza, con total falta de respeto al periodismo y a las normas éticas de la moral natural, envío a su equipo de confianza a prestar un servicio a Carlos Fabra en términos que nos sitúan en el ámbito y con el espeso hedor de las cloacas. Ariza situó al periodismo como una letrina de los políticos profesionales, inventando el matonerismo periodístico. Ariza, porque aunque en Intereconomía casi nada se movía sin su impulso o su supervisión, en este caso eran sus espías de la novena, a su directo servicio para los trabajos sucios. Y éste lo fue en níveles de náusea.
Si el falso periodista, con gorra y gafas de sol, que acosó a Estíbaliz Gabilondo en el salón de plenos de la Diputación de Castellón fue José Antonio Expósito, en la delirante historia que vamos a rememorar volvería a ser el protagonista, acompañado de Higinio Mosteiro, un buen periodista, al que imagino asqueado de tener que cumplir órdenes abyectas y que, después. ha ido siendo marginado hasta haber acabado en el destierro de Modesto Lafuente, 42. Expósito no sólo había quedado expuesto, fotografiado como guardaespaldas de Manuel Tamayo, también había sido condenado por suplantación como falso miembro del Centro Nacional de Inteligencia. La Audiencia de Madrid lo condenó a José Antonio Expósito Serrano a 22 meses de prisión; la fiscalía pedía 9 años. Al hacerse pasar por agente del CNI, en los años 2003 y 2004 coniguió que dos policías le facilitaran información sobre otras personas sacada de las bases de datos de las Fuerzas de Seguridad. Expósito “se descargó de Internet” imágenes del escudo del CNI y del escudo nacional “con la finalidad de crear documentos similares a los carnés”. Es decir, no sólo estaba ‘quemado’ públicamente, también sin salida profesional posible en su sector, por lo que era un hombre, objetivamente, fácilmente predispuesto a la obediencia ciega y al juego sucio. Llegaría demasiado lejos en una página bochornosa y, periodísticamente, indignante.
El 4 de noviembre de 2008, José Antonio Expósito e Higinio Mosteiro tendieron una trampa al abogado José Luis Vera, representante de la Unión de Consumidores Valenciana, organización presente como acusación popular en la causa contra el presidente del PP de Castellón y de la Diputación de dicha provincia. Expósito y Mosteiro se hicieron pasar por empresarios. En realidad, se puede decir que se hicieron pasar por periodistas, en un desfonde moral de Ariza. En cuanto periodistas, en cuanto Grupo Intereconomía deberían haber investigado a Carlos Fabra y su enriquecimiento, pero Ariza se puso a su servicio y convirtió el periodismo en una forma de lacayismo mafioso. José Antonio Expósito e Higinio Mosteiro se hicieron pasar por representantes de una empresa y concertaron una cita con el abogado José Luis Vera. Se dirigieron a él invocando el nombre de dos personas, una de ellas un redactor de El País, que supuestamente les habían recomendado contratar los servicios de Vera para una asistencia jurídica de sus negocios en expansión en la región. El letrado sospechó que se trataba de una maniobra oscura, pues comprobó que la empresa, Facsoil Group, ni tan siquiera figuraba en el Registro Mercantil. Tampoco coincidía la dirección que habían dado como sede de la empresa. Vega, ante el cúmulo de sospechas, avisó a la Policía. La cita se produjo a primera hora de la mañana, a las 8,30 horas, en un hotel de Valencia. Uno de los supuestos empresarios, que se presentó como Rubén Bret, tras introducirlo en la cafetería, aparentando ser un mero secretario, le dejó a soplas en una mesa con su pretendido jefe empresarial, que dijo llamarse Alberto Sánchez Poveda. En realidad, era el figurante José Antonio Expósito.
Sánchez Poveda –Expósito- explicó a Vera que controlaba numerosas empresas a través de Infraestructuras y Gestión, supuesta matriz de diversas firmas, con una facturación multimillonaria. Alegó, además, para enriquecer el relato, que era muy amigo de Francisco Tomás y Valiente, el expresidente del Tribunal Constitucional asesinado por ETA. A grandes rasgos, el negocio que le dibujó consistía en la exportación de máquinas de serigrafía a Argelia e Italia, a través del Puerto de Valencia, para lo que pretendía instalar dos naves en Gandía.
El pretendido empresario –el hombre de confianza de Ariza- alardeó ante Vera de que era militante socialista, a lo que el letrado replicó que él no lo era y le preguntó qué importancia podía tener el ser militante o no del PSOE para el negocio que estaban tratando. El fingido emprendedor confesó que temía que la Administración valenciana, por estar gobernada por el PP, le pondría muchos problemas. Llegó a decir que el ejecutivo valenciano le daba “asco” y que, por ello, había dilatado su implantación en la región. El falso empresario preguntó a Vera si conocía a alguien en Aduanas con la supuesta intención de pedirle que mediara. El abogado negó tener tal contacto. El momento álgido de la trampa, la cumbre del ridículo, se produjo cuando Expósito –haciéndose pasar por el tal Bret- extrajo de una bolsa de fieltro blanca un anillo de oro engarzado de diamantes, lo puso sobre la mesa e indicó que era “un detalle para la esposa de Vera”. Por supuesto, el anillo era bisutería barata, más falso que un Judas de plástico, como toda la escenificación. Vera rechazó el regalo. Eso echaba por tierra toda la estrategia, con la que se pretendía desacreditar al abogado, molesto para Carlos Fabra, así que Expósito, ya visiblemente nervioso, insistió en vano que lo cogiese como compensación por haberlos atendido tan rápidamente. Y se jactó de que ya lo consideraba socio suyo. Vera reiteró su negativa a aceptarlo. En ese momento, la Policía, desplegada por los alrededores, llamó al móvil para avisarle de que era momento de intervenir. Los falsos empresarios alegaron que no llevaban encima el DNI, aunque sí su carnés de Intereconomía para entrar por los torno de seguridad de la empresa. Se les incautó una grabadora camuflada en una falsa agenda.
La escena no alcanza ni la estética de las entregas de “El Padrino” de Francis Ford Coppola y se mueve más en la estela de las de Torrente. Es fácil imaginar a Julio Ariza ordenando la operación y diseñándola meticulosamente, consultándosela a Juan José Güemes y Carlos Fabra. Por supuesto, hay que descartar por completo que a José Antonio Expósito e Higinio Mosteiro se les ocurriera, por su cuenta y riesgo, esta mascarada indigna. Los falsos empresarios fueron detenidos. En el atestado policial, el inspector encargado del operativo consignó que no consideraba que la actuación “fuera, en principio, constitutiva de un ilícito penal”. Eso llevó a que el juez de instrucción número 14 de Valencia archivara el caso, hasta que Vera recurrió la decisión alegando que la decisión le privaba “de la tutela judicial” por tomarse la decisión en función de la opinión policial. El 14 de diciembre de 2008, el juez Félix Blázquez decidió reabrir el caso.
Al margen del íter jurídico, es obvio que no hemos asistido a ninguna escena de periodismo de investigación. Si se permite la metáfora, no se busca desentrañar ningún Watergate, sino, en último término, ocultarlo; no se lucha contra la corrupción, sino a su favor: José Antonio Expósito e Higinio Mosteiro ocupan el desmerecido papel de plomeros de Carlos Fabra. Estamos ante un caso extremo de periodismo basura; de degradación, hasta la mofa, del periodismo. Reitero que tanto Expósito como Mosteiro –más éste último, de seguro- actuaron por obediencia debida; cuestión que no exime la responsabilidad personal, pero que nos sitúa ante el relativismo moral del guionista y director de la escena, Julio Ariza. Y no es baladí, en este punto, recordar que se trata de un hombre que hace gala de los principios cristianos, que sitúa el humanismo cristiano como el elemento central del ideario de su empresa y que incluso utiliza el cristianismo en el ámbito de las relaciones personales con sus empleados. A quienes critican al PP suele reconvenirles con expresiones del tipo de que no viven la caridad o, rememorando sus tiempos de numerario del Opus Dei en el Colegio Mayor Aralar, hace suyas expresarione de San Josemaría Escrivá de Balaguer del tipo de que tal o cual comunicador no expande el bonus odor Christi, el buen olor de Cristo. Pero esa escenificación valenciana de periodismo basura, en la que todo es mentira, exhala el hedor de las cloacas o de los sepulcros blanqueados.
Da la impresión de que Ariza se considera exento del cumplimiento de bastantes de los mandamientos y de las mínimas normas de recto comportamiento de la Ley natural. Para ser una persona que proclama la validez de los valores absolutos y objetivos se autoconcede una manga ancha en aras del criterio relativista por excelencia de que el fin justifica los medios. Como todos los autócratas y los iluminados, podría decirse que se ha hecho una moral a su medida y, en aspectos y momentos, es una sencilla transvaloración, puesto que es bastante inmoral. Es inmoral defender la corrupción o los corruptos. Es inmoral, por ejemplo, establecer que la corrupción es exclusiva del PSOE. Cuando le conviene, Ariza deja en suspenso el mandamiento de “no mentirás”. Es evidente que la escena reseñada de la trampa puesta al abogado José Luis Vera hay varios mandamientos que saltan por los aires. Por de pronto, todo es mentira y simulación. Ya he narrado como en Intereconomía pueden inventarse cientos de sms falsos, lo cual es mentir cientos de veces o se ha permitido poner, como costumbre, algunos como enviados por los teleespectadores cuando salen de las propias entrañas de Intereconomía. Es posible que cosas como éstas se hagan en todas partes, pero es preciso insistir en que Julio Ariza se presenta como el adalid del cristianismo y el defensor de sus valores morales.
La idea de que la izquierda es inmoral pero la derecha es moral, que fue convirtiéndose en criterio obsesivo en la línea informativa de Intereconomía, es, por supuesto, una manipulación de la realidad; pero también es una negación de la condición humana en su sentido cristiano, como libre para practicar el bien y el mal. Julio Ariza fue cayendo en ese grosero error, de intenso tufo relativista, porque le convenía y cuando le convenía. Algunos mandamientos de la Ley de Dios bien pueden no ser tenidos en cuenta cuando están de por medio el dinero y el PP. Para favorecer los intereses del PP, o de un sector del PP, el liderado por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre todo ha valido, todo se lo ha autopermitido Julio Ariza, hasta poner una trampa corrupta al abogado de una acusación particular. En el fondo, se trata de una forma bastante evidente de adoración al poder que produce esa incoherencia que recibe el nombre de hipocresía, y que en los Evangelios recibe las peores reconvenciones por parte de Jesucristo.
Bajo esa deformación, la misma defensa por parte de Julio Ariza y, a su rebufo, de Intereconomía del derecho a la vida que, en tantos aspectos resulta elogiable y que ha revitalizado la oposición social al aborto, a veces suena a legitimación y coartada de la venalidad en otros aspectos o ámbitos morales. Incluso ese punto no deja de caer bajo el prisma de la doble moral y el relativismo. Como ya hemos visto, la defensa del derecho a la vida está vedada cuando está de por medio la Comunidad de Madrid. Ahí se impone el silencio. Ahí las olas rompen mansamente. Incluso se ocultó que fue Alternativa Española quien denunción al mal llamado Doctor Morín. Alternativa Española nunca fue citada, aunque ello era una obligación de mínima ética periodística. Pero Julio Ariza es un político profesional que nunca ha dejado de militar mentalmente en el Partido Popular.