El escritor José Donis escribe en AD sobre las Navas de Tolosa, “sencillamente, La Batalla”
Por José Donís Catalá.- Soy español, cosas del destino, podría haber venido al mundo en cualquier otro lugar pero tuve suerte. Si fuera sioux cantaría las glorias de mi pueblo, alabaría a nuestros grandes líderes, la sabiduría de los ancianos, el coraje de los guerreros y el poder omnipotente de Manitú. Contaría la batalla de Little Big Horn, en que 6.000 guerreros vencieron a 600 enemigos, matando a 268. Pero resulta que soy español, y por estos pagos de Hispania una batallita así no va más allá de nota a pie de página.
Si fuera sioux narraría las glorias de Caballo Loco, pero no puedo, ¿cómo podría si entre mis antepasados hay hombres como Blas de Lezo y Olavarrieta? No tenía la melena del indio, de acuerdo, pero aquel vasco manco, cojo y tuerto hizo hincar de rodillas al imperio inglés, defendió Cartagena de Indias hasta la muerte y desarboló el mayor desembarco anfibio de la historia hasta Normandía. Cuando el capitán Julio León Fandiño cortó la oreja a Robert Jenkins lo mandó a la Cámara de los Comunes con la oreja en la mano: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve».
Haciendo un esfuerzo podría comparar a Hernán Cortés con Julio César, pero aclarando, tal y como hace Bernal, que las gestas del español superan a las del romano en cualquier aspecto, en todos. César, que lloró en España ante una estatua de Alejandro, se hubiera desesperado de conocer a Cortés. Es como una entrevista que leí a Freddy Mercury, a finales de los ochenta. Mercury era una súperestrella genial y entrañable que admiraba la voz de Montserrat Caballé, pero pensaba inocentemente que, ante un gran auditorio, él tendría que asumir el peso del espectáculo. Según explicó él mismo, todas las dudas desaparecieron en el primer segundo de la diva ante miles de personas. La Caballé, aquella amable señora, se transformó en una diosa madre íbera, la Dama de Elche, proyectó su voz y mandó como mandan los toreros. Mercury solo podía adorarla. No es lo mismo. Será muy difícil ser un Freddy Mercury, pero ser Montserrat Caballé es otra cosa, es un milagro.
El 387 aC Roma fue saqueada por los galos (varrón mantuvo que la fecha fue el 18 de julio de 390 aC), y ocho siglos después Roma fue saqueada por los visigodos al mando de Alarico (el 24 de agosto de 410 dC). Era el fin del imperio en occidente y el principio de las naciones romanas. Todavía ocho siglos más tarde, el 16 de julio de 1212, aquellos romanos y godos romanizados, se enfrentaron en la más grandiosa batalla que pueda imaginarse contra la tiranía y la barbarie, en Las Navas de Tolosa, sencillamente, La Batalla.
En unas horas nuestros padres, unos 70.000 hombres libres, arrasaron a más del doble de sarracenos y pasaron a cuchillo a cien mil fanáticos que habían jurado destruir Europa y convertir Roma en cuadra para sus caballos. “Hombres libres”, han leído bien, porque mi nación es única en el mundo también en esto, hombres de frontera que junto al arado guardan su tizona toledana. Las palabras “guerrilla” y “guerrillero” son ahora universales, pero nacieron allá donde los hombres eran libres para defenderse: casualmente es mi país.
El 23 de mayo de 1808, en Valencia, un huertano de nombre Vicent Doménech, el Palleter, levantó la Senyera y gritó al mundo: «Este humilde palleter li declara la guerra a Napoleón», y mis vecinos respondían: «Muiguen els traidors!». Dios, qué buen vasallo, sí tuviera buen señor, porque aquellos abuelos nuestros daban vivas a Fernando VII, el más indeseable de los reyes, ¿pero qué más da? Era nuestro indeseable, y Napoleón no. La circunstancia contraria es la que se dio en Las Navas, cuando los líderes estuvieron a la altura del pueblo. Frente a la libertad o la muerte estaba en La Batalla el primado de España, Rodrigo Jiménez de Rada, quien además de bravura atesoraba toda la cultura española, un guerrero de lengua materna euskera y castellano, que asombró en las universidades de Bolonia y París, que dominaba el latín, italiano, francés, alemán, inglés, árabe, griego y hebreo. Rodrigo fue heredero del mayor sabio del mundo desde Agustín de Hipona hasta Tomás de Aquino, san Isidoro de Sevilla (en realidad era murciano), que en el año 600 escribía estas palabras sobre mi nación:
«¡Oh, España! La más hermosa de todas las naciones que se extienden desde Occidente hasta la India. Tierra bendita y feliz, madre de muchos pueblos. De ti reciben la luz el Oriente y el Occidente. Tú, honra y prez de todo el orbe; tú, el país más ilustre del globo».
En 1147 un nuevo imperio norteafricano invadió España a sangre y fuego. Eran los almohades, una secta musulmana que, como es habitual, consideraba al resto de musulmanes, herejes, y a los infieles, bestias. La represión fue brutal. Grandes sabios como Averroes fueron desterrados y prohibidas sus obras, el también cordobés Maimónides tuvo que exiliarse para sobrevivir. En 1212 un desquiciado integrista, piadoso musulmán llamado Al Nasir, era el Ben Ladem de la época. Tuvo algo positivo, Miramamolín consiguió unir a todos los hispanos contra él. El 16 de julio de 1212, en la localidad jienense de Las Navas de Tolosa, tuvo lugar «La Batalla». Tres reyes españoles, tres, unieron sus fuerzas en la carga guerrera más importante de nuestra historia: Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra. El rey de Portugal prohibió participar, así que los portugueses vinieron sin rey, pero vinieron, y el rey de León se quedó en Babia pelando la pava… ¿quién recuerda hoy sus nombres? Miramamolín sentado sobre un escudo leía el Corán, confiado en la superioridad de sus 120.000 fanáticos que estaban acabando con los 70.000
cristianos. Masacraron la vanguardia del vasco Diego López de Haro, casi exterminaron la segunda línea de caballeros templarios, de Calatrava y santiaguistas, y Miramamolín seguía ojeando el libro de su profeta. Hasta que, cuando la muerte se daba por descontada, los reyes de Castilla, Aragón, Navarra y el arzobispo Ximénez de Rada, desenvainaron sus espadas, picaron espuelas y subieron al galope el cerro de los Olivares bajo un diluvio de flechas que tapó el cielo. Sancho el Fuerte, dos metros veinte de navarro asestando golpes con el látigo de hierro, montado sobre un mulo, rompió las cadenas de la guardia mora, que atados entre sí y enterrados hasta las rodillas defendían al califa. Como escribió Arturo Pérez-Reverte, «es posible que, gracias a aquello, mi hija no lleve hoy velo cuando sale a la calle».
Reverte no exageraba ni un pelo. Actualmente, en el Reino Unido, unos 5.000 niños entre 6 y 18 años siguen el programa escolar nacional de Arabia Saudí. En su manual escolar se enseñan los grandes logros de la cultura islámica. Por ejemplo, el libro de texto explica cómo cortar correctamente una mano, o afirma que si bien el hombre homosexual debe ser ejecutado, dependiendo de la costumbre local puede ser lapidado, quemado vivo o arrojado por un precipicio. Peculiaridades culturales, se dice.
Como ya habrán adivinado, me gusta ser español. Porque el espíritu sigue siendo el mismo, aquel que enunció el abanderado de Castilla, Diego López de Haro, quinto señor de Vizcaya, cuando amanecieron frente a frente los dos ejércitos. Don Diego se giró sobre su corcel y dijo estas palabras a su hijo Lope: «Os podrán llamar hijo de puta, pero no hijo de traidor». Don Lope prometió a su padre: «Seréis guardado por mí como nunca lo fue padre de hijo, y en el nombre de Dios entremos en batalla cuando queráis».
El 7 de diciembre de 1585, 5.000 tercios españoles fueron cercados en una pequeña isla fluvial por barcos holandeses. Bajo cero, sin ropa de abrigo, sin comida y sin municiones aguantaron el brutal bombardeo. La masacre fue tan desigual y despiadada que el almirante holandés, Holak, ofreció una honrosa rendición. «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos», respondieron los españoles. El almirante decidió entonces abrir las exclusas e inundar la isla, antes del ataque definitivo. Los españoles, ateridos, chapotearon esperando la salida del sol que desencadenaría su apocalipsis. En el ocaso del día un soldado español encontró en el barro una imagen de la Virgen, el Maestre Bobadilla y sus hombres levantaron un altar encomendando sus vidas a la Inmaculada. Aquella noche un viento helado comenzó a soplar cada vez más fuerte, sobrenatural, hasta que el aire polar congeló las aguas. Lo que eran ríos, se convirtieron en caminos. Antes de salir el sol, lo que quedaba del tercio cargó, marchando sobre el hielo, contra la armada enemiga, a espada, a pica, a cuchillo destruyeron completamente la flota de guerra. Holak, que sobrevivió, describió a los españoles como “cinco mil diablos” y dejó una frase para la historia: «Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro». ¿Recuerdan Alatriste? Cuando el general francés ofrece la rendición, el capitán leonés responde: «Caballero, éste es un Tercio español». No hacía falta más.
Así son los españoles. Excesivos. Es Numancia y Lepanto, muerte y victoria, nunca rendición. Este país, que ha sido y es luz de la cristiandad, desató la mayor persecución religiosa de la historia, asesinando a tantos cristianos que Nerón se hubiera horrorizado de nuestro salvajismo. Todos eran españoles, siempre detrás de un cura, a veces con el cirio a veces con el palo. Esta nación, la más antigua de occidente, es la única que por deporte discute su propia existencia. Españoles. España, un país donde el grito de un humilde palleter o una costurera de Malasaña levantan a todo el pueblo contra el invasor, también capaz de desangrarse en constantes guerras civiles. Para bien y para mal, eso somos.
En los momentos críticos, si vienen mal dadas, nada como recordar el ejemplo de nuestros antepasados. El sábado 16 de julio de 2012 se cumplieron 800 años de La Batalla en Las Navas de Tolosa, y a nosotros, sus hijos, nos toca guardar su nombre, como los que vengan después guardarán el nuestro. Porque España es una gran nación, y españoles son los hijos de su historia, 500 millones de almas en una treintena de países que llaman a esta tierra la Madre Patria.
¡Buen artículo!
Pues para informarse con rigor de la que hizo Lezo en Cartagena de Indias en 1741 y de los antecedentes del conflicto, dsde 1700, recomiendo el libro “La batalla de Cartagena de Indias”
Informacion en http://www.labatalladecartagenadeindias.com
Que 6.000 guerreros venzan a 600 soldados como ocurrió en Little Big Horn no es ninguna gesta heroica, puesto que la proporción era de diez contra uno. Sí fue una gesta heroica la batalla de las Navas de Tolosa, donde 70.000 hombres derrotaron a cerca de 400.000 enemigos, según las crónicas de la época, aunque algunos revisionistas de la historia hayan minimizado la cifra rebajándola a 120.000. Suele ocurrir, también dicen que la batalla de Covadonga tan sólo fue una escaramuza. Con todo, me fío más de los cronistas de la época que de los modernos historiadores. Debo añadir que… Leer más »
Excelente artículo lastima que nuestro gobierno no tome ejemplo, que sabrán ellos de honor si ni eso les queda, lo que mas me entristece es que nuestros antepasados regaron los campos de batalla con su sangre para liberar nuestra nación, y ahora la casta política deshonran a todos aquellos valientes que perdieron su vida, abriendo las puertas del país de par en par para que entre el invasor tan tranquilo y se apodere de la nación, nuestros ante pasados merecen mas respeto pero como vamos a pedir respeto a los políticos si no tienen ni dignidad,
¿Tú hablas de dignidad ?
Muy bueno, España siempre ha demostrado estar a la altura de las circunstancias,
Ojalá se sobreponga de este aborregamiento multiculti global, siga su propio camino y resurja (como siempre lo ha hecho) cual ave fénix…
Los moros están otra vez aquí, con otra táctica pero nos están comiendo poco a poco el terreno, de nuevo un detonante bastará para levantarnos contra el moro invasor ya que la historia siempre se repite…
GRACIAS