A. Robles.- Creo menester citar aquí y ahora el nombre de Enrique de Diego. Sin él, la efemérides de la victoria cristiana en las Navas de Tolosa se habría perdido en el piélago de fechas conmemorativas a las que, por lo general, no se da ningún lustre. Cosas de la desmemoria histórica, ya se sabe. Yo tengo a bien simpatizar con todos los patriotas que conmemoraron ayer la efemérides de las Navas de Tolosa, nuestro día D contra el islam. Si alguna vez España fuera otra vez libre, esos patriotas tendrían que recibir el homenaje que se merecen por su incansable labor defendiendo un ideal de vida distinto al que la casta traidora nos propone, entre otras cosas porque la divulgación y defensa de esa labor no produce los mismos dividendos que cobrar de los emiratos árabes o  ensalzar en libros y periódicos a esta democracia borbónica.

La efemérides de las Navas de Tolosa fue ensalzada por el pueblo llano y bellacamente asesinada por la espalda por quienes tienen la obligación de estar a la altura de la memoria de nuestros héroes. Lamento en el alma que, una vez más, hayamos podido comprobar los españoles la insensibilidad de los partidos, de las instituciones del Estado, de la Iglesia y, muy especialmente, de la Familia Real, ante cualquier cosa que pueda según ellos ofender a los musulmanes. La exquisitez caritativa que lleva a la Iglesia oficial española a rogar en público por nuestros “hermanos” musulmanes, pero no por sus víctimas, se ha contagiado como una peste mortal a casi todas las instancias públicas. Lamentablemente para España y para la Iglesia de Cristo, esta conducta no tardará en tener inmediatas consecuencias en lo que va quedando de pueblo fiel.

La efemérides de las Navas de Tolosa confirma lo que AD viene estérilmente proclamando: estamos siendo vendidos y entregados al islam. Toda Europa está siendo vilmente entregada a una religión, donde cualquier subversión, singularmente misógina y criminal, tiene su natural asiento, su refugio y su intendencia.

Los héroes de las Navas de Tolosa reclaman nuestra gratitud y nuestra admiración, porque en medio de la distracción criminal de casi todos, siempre hay hombres humildes, en 1212 o en 1936, en la primera línea de fuego, cayendo uno tras otro, para defender a esta España que acaso no merece el sacrificio que entonces hicieron.

El alcalde de La Carolina destacó ayer las ausencias de la casta, en un discurso clamorosamente no escuchado por la mayoría de medios informativos vendidos al poder. Entre las ausencias más sonadas, la del Rey. Nuestro amado monarca compensó su algara política con una cariñosa reprimenda a los que quieren pescar en el río revuelto de la crisis.

Como todos los que quieren jugar en dos bandos, nuestro amado monarca perdió en ambos y quedó mal hasta con algunos monárquicos de salón, recordando así tanto a Poncio Pilato como a su aguamanil. Se supone que un país honorable debería disponer de un código disciplinario para castigar a los reyes que se niegan a celebrar los acontecimientos históricos más importantes de su reino. No querer celebrar el aniversario de las Navas sería algo así como desertar ante el enemigo, pero multiplicado por mil. Como si la reina Isabel II ignorara a los vencedores de Trafalgar para quedar bien con los narcotraficantes del campo de Gibraltar. O como si Vladimir Putin escupiera sobre las cenizas de los héroes de la batalla de Athos contra los turcos. ¿A quién se debe don Juan Carlos para faltar a su cita que la Historia y la propia dinastía borbónica le exigía?

Para representar a España hay que comenzar por hacerse acreedor de ese honor, sin hipotecas petrolíferas ni intereses inconfesados. Así al menos se podría tener cierta autoridad política. Porque la otra, hace ya tiempo que don Juan Carlos la perdió para siempre.