Por Branka Berberijan.- Vaya, vaya, vaya chasco que me llevé el otro día. Estuve yo cómodamente tumbada en el sofá, ya semidormida, la noche ya había pasado el ecuador, y se aproximaba el amanecer envuelto en su velo de color púrpura, cuando, de repente, me despertó un destello penetrando profundamente en mis sentidos.

Pues bien, el fulgor de la pantalla se debía a las imágenes nocturnas de Doha, capital de Qatar, en un programa estaban echando un reportaje sobre este diminuto país, raudal de gas y petróleo, perdido por los lejanos archipiélagos exóticos. Desde luego, la vista la seducía un auténtico lujo asiático, edificaciones vanguardistas, iluminadas por una plétora de luces coloridas cuyos reflejos vibraban en la oscura superficie del agua, jugando con las traviesas olas que rompían y distorsionaban las imágenes como en un calidoscopio. Y con esta quintaesencia de la vanguardia en su estado más puro, compaginaba con una perfección dicotómica el trasfondo de la música étnica, exótica y nostálgica, que traía reminiscencias de la arena de desierto, y de todo lo que hasta ayer fue la realidad nómada de este pequeño pueblo.

Y, a esta magia visual, la sucedió la frase, sólo una quinta parte son nativos, el resto son extranjeros.¡ajá!, pensé, allí voy yo, esto será un paraíso para los inmigrantes de todos los colores, ya que allí, hasta los cristianos, un pequeño islote religioso rodeado de distintas fracciones islámicas, incluidas las más radicales, disfrutan de libertad de culto.

Pues, nada, hago las maletas, aterrizo, me empadrono, y ya está, todo solucionado… Y allí es donde llevé el chasco, ya que los extranjeros admitidos en Qatar son justo los que precisa la economía del país y, mientras los nacionales lo tienen todo gratuito, los forasteros tienen que pagarlo todo, incluida la sanidad y la educación. Y de la nacionalidad catarí ni sueñan, hasta la tercera generación tiene dificultades en obtenerla.

Y me pregunto, dónde están la ONU, Amnistía Internacional, Derechos Humanos, para darle un fregá o bien refregá a este engreído país enano por su egoísta política identitaria, en el que nadie puede chupar del bote, en el que nadie puede reclamar sus derechos por los que no ha luchado, y en el que nadie puede tomar el pelo ni al gobierno, ni a la ciudadanía, pero, vaya, ni están ni se les espera, y en seguida me di cuenta por qué. A Qatar nadie les dicta las leyes, las sacan ellos mismos, es un pueblo soberano, que decide su destino sin imperativos de nadie, sin que nadie los chantajee ni les exija nada, son ellos mismos los que trazan las sendas del futuro de sus hijos y nietos.

Y, como a Cenicienta, se me rompió el sueño, se acabó el reportaje, y empezó el avance de las primeras noticias matinales, enunciando los casi seis millones de parados, un millón y setecientos mil de familias españolas sin ningún ingreso, las aulas saturadas con alumnos de procedencia de cuarenta países diferentes, hablando cuarenta lenguajes diferentes, financiados por los mileuristas sin su previa autorización, y Rubalcaba y Elena Valenciano llorando por los derechos de los inmigrantes ilegales por los que nunca lucharon y que parece que hayan peligrado.

Yo quiero ser inmigrante ilegal en Qatar, por lo cual pido a la ONU, a Amnistía Internacional, a Derechos Humanos…, que se pronuncien en mi favor y me faciliten en Qatar lo mismo que tienen los irregulares aquí, ya que quiero vivir en este país poblado de gente feliz que no deja de sonreír, que tiene proyectos, una envidiable seguridad existencial y la confianza en el futuro. Pero, nada, no me oyen, ni están, ni estarán ni las espero.Y que otra cosa me queda sino acordarme con nostalgia de la España de otrora, de su época resplandeciente, en que también era un país con encanto, con una fuerte identidad compuesta por lo mejor de todas sus regiones integrantes, un país de alegría y pasión, de placeres sublimes… Una España que vive sólo en recuerdos, ya que perdió el brillo y se convirtió en algo irreconocible, gris y tétrico, en una casa destartalada, sin puertas y ventanas, en que entra y sale quien
quiera, como quiera, hace lo que quiera, y se lleva lo que quiera, sea Repsol, sea REE, sean suculentas subvenciones…

Una casa sin amo y sin mantenimiento, en que las instalaciones eléctricas no dejan de producir corto circuitos, y las tuberías echan agua por todos los lados. Una casa en que impera el hambre y la miseria y en que, desde luego, ya no hay quien viva. Por eso quiero ir a vivir en Qatar, pero, ni ONU, ni AI ni DH oyen mis plegarias.