Hacer un mutis por el foro en toda regla. Ese es el propósito que tiene José Luis Rodríguez Zapatero para cuando abandone la Moncloa, mudanza que según sus previsiones se producirá entre el 20 y el 21 del próximo mes de diciembre, en cuanto su sucesor en la presidencia del Gobierno tome posesión del cargo que él asumió el 17 de abril de un ya lejanísimo –en términos políticos– año 2004.

Su intención, según ha comunicado a sus asesores, es regresar ese mismo día a León con su familia, pese a que aún no podrán ocupar el chalet que se van a construir allí. Es decir, que en su trayectoria personal volverá a su origen, pese a que su proyecto político haya acabado casi en las antípodas de sus inicios. Y su objetivo, aseguran, es no tener ningún protagonismo a partir de entonces ni participar en la vida política, después de entregar también el cetro de secretario general del PSOE en el próximo congreso federal del partido, aún sin fecha, pero que todos están de acuerdo en que no se debe demorar muchos meses tras el 20-N.

Zapatero no quiere ser un jarrón chino, en el sentido de la ironía de Felipe González sobre los ex presidentes del Gobierno, muy valiosos, pero que nadie sabe realmente dónde poner. Él, según sus próximos, no interferirá de ningún modo ni en su sucesor como presidente del gobierno ni en el futuro líder del PSOE. No adoptará, por tanto, el muchas veces incómodo papel que para sus sucesores han representado Felipe González o José María Aznar, mal que les haya pesado a Zapatero y a Mariano Rajoy. “Zapatero siempre ha sido muy respetuoso con sus antecesores”, dicen en su entorno. Nunca ha respondido con acritud a las numerosas pullas que le ha lanzado González desde el primer momento, y también saltó a defender a Aznar –rememoran– ante Hugo Chávez sin dudarlo un instante. Y ese mismo respeto, añaden, mantendrá con sus sucesores.

Y discreción. Sus fieles aseguran que la mejor prueba de que Zapatero no quiere tener ya ningún protagonismo en la vida pública es su decisión, precisamente, de poner tierra de por medio y volver a León. Allí montará su despacho. Como ex presidente del Gobierno, el Estado le remunerará con un sueldo vitalicio de unos 71.000 euros al año –según han calculado ya en la Moncloa– y pondrá a su disposición a dos funcionarios, uno de ellos con categoría de director general.

Ahora bien, también recibirá un sueldo como miembro del Consejo de Estado, cargo que asumirá de manera automática como ex presidente del Gobierno. Aunque, como tal, sólo podrá asistir a los plenos de este órgano que se celebran una vez al mes. Zapatero ha anunciado a su entorno que es el único cargo que quiere asumir y al que podrá dedicarse porque, según también les ha dicho, no se dedicará a ninguna actividad privada. Esta incompatibilidad es la que provocó la salida de Felipe González y de Aznar del Consejo de Estado.

Mañana, en todo caso, Zapatero firmará el decreto de disolución de las Cortes y la convocatoria electoral para el 20-N, y después sólo hará una declaración institucional porque no quiere convertir su comparecencia en un balance lacrimógeno de final de trayecto político.

Pero aún tiene agenda abierta hasta que desaparezca de escena. Por lo pronto, cinco viajes pendientes: este mismo jueves irá a Varsovia a una cumbre de la UE y el partenariado oriental; en octubre, al Consejo Europeo en Bruselas y a la cumbre Iberoamericana en Paraguay; en noviembre, a la cumbre del G-20 en Cannes, y en diciembre, ya como presidente del Gobierno en funciones, a una cita de la Alianza de Civilizaciones en Qatar.

Y, como secretario general del PSOE, el próximo viernes inaugurará la conferencia política que sentará las bases del programa electoral de Alfredo Pérez Rubalcaba, a quien dejará no obstante todo el protagonismo, pues sólo asistirá ese día. Su desaparición en el partido también será expeditiva: otra de las cosas que ha transmitido a sus asesores es que durante la campaña electoral de Rubalcaba sólo quiere participar en un mitin como mucho, aunque esté a disposición del candidato. Tras el 20-N, a él le corresponderá convocar el congreso federal del PSOE, de acuerdo con José Blanco y la ejecutiva federal. Pero, según su círculo próximo, Zapatero se limitará a garantizar que se cumplen todos los trámites estatutarios y no quiere interferir en la elección de su sucesor al frente del partido. “No quiso tener ataduras cuando llegó a la secretaría general, así que tampoco quiere imponer ahora ataduras al próximo secretario general”, dicen sus fieles.

Pero lo que más añoranza le dará, según ha confesado Zapatero a sus próximos, no será ni la presidencia del Gobierno ni el liderazgo del PSOE, sino la vida parlamentaria: no en vano, lleva 25 años ocupando un escaño en el Congreso, al que se incorporó en 1986 convirtiéndose en aquel momento en el diputado más joven.

El balance de su trayectoria política ya está sobradamente hecho, aunque él no quiera ponerle voz propia. A la Moncloa han llegado estos días infinidad de propuestas de televisiones y revistas para que lo haga. Y Zapatero las ha rechazado todas.