Ocurrió en un centro médico de atención primaria cercano a Barcelona. El pasado martes, un inmigrante de origen subsahariano acudió bastante alterado a la cita con su médica de cabecera. El subsahariano alertó a la doctora acerca de unas protuberancias “malignas” que, según decía entre aspavientos, se concentraban en la parte baja de los músculos abdominales.

Una simple inspección ocular al paciente bastó a la galena para descubrir que el supuesto hinchazón maligno no era otra cosa que acumulación de grasa. Se deduce que como consecuencia del buen comer y de una vida holgada. El subsahariano se negó a aceptar la teoría del sobrepeso y, tal fue su insistencia en ser portador de alguna enfermedad maligna, que la atemorizada galena tuvo que requerir un segundo diagnóstico a una de sus compañeras.

“A esto, en España, le llamamos michelines”, reiteró la segunda doctora, mientras el negro, erre que erre, seguía poniendo en cuestión el dictamen de las dos facultativas. Al final tuvo que ser un responsable del centro quien convenciera al africano, no sin fatigosos esfuerzos, de que su ‘enfermedad’ era fácilmente curable con algo más de esfuerzo físico y una dieta más comedida. Para disuadir al inmigrante de sus temores tuvo incluso que mostrarle su abultado abdomen.

Fuentes médicas han explicado que un elevado porcentaje de inmigrantes tiene propensión al sobrepeso debido a su adicción a los alimentos con mucha grasa y a una vida ociosa.