El laberinto español
Con inmenso respeto hacia la figura de Gerald Brenan, inglés de Málaga, de quien tomo prestado el titular. La gente circula por la calle a la vuelta de siete años y medio de zapaterismo con cierto atontamiento natural; el que produce pasar de la bonanza a la quiebra, el originado por los augurios políticos de la prensa independiente de todo menos del que ordena, tiraniza y paga; el que se crea al contacto con esta España que grita a quien no debe y bosteza cuando no toca. En lo único que parece coincidir la gente progre estos días es en preguntarse cuánto nos costará el viaje del Papa.
-Oiga, diga, ¿usted cree que nos costará mucho la visita del Papa?
-Seguro que menos de lo que nos cuesta cada media hora la guerra de Libia. Y parece que los hoteleros, los hosteleros, los restauradores, los pequeños comerciantes, los transportistas, los autónomos del taxi, los agentes de viaje, muchos empleados temporales y toda la carcundia reaccionaria que, a diferencia de nosotros, vive de lo que produce, le ha puesto velas a sangregorio para que el Papa nos visite al menos dos veces cada año de lo bien que al parecer les está yendo.
La verdad es que lo del coste de la visita papal trae loco al paisanaje progre. Es la forma que tienen de agredir a la mitad del país que no piensa como ellos. Lo que confirma que ni hemos madurado ni aprendido nada. Lo que ocurre es que somos así. Y somos y seremos así, aunque Benedicto XVI nos inyecte santidad en vena y don Pedro Arriola nos cante en gregoriano desde la planta séptima de Génova los salmos de dom Sturzo y dom Carlos Marx, y aunque Zapatero nos haga aprender de memoria su versión abuelesca de la guerra civil, el diario de Azaña y el Estatuto de Autonomía de Cataluña. Somos y seremos así porque hemos sido siempre así, desde que jugamos a romanos y cartagineses, desde que entre un obispo y un conde hicieron la apertura al islam por la eventual rotura del himen de Florinda, hasta que vinieron las compañías blancas y las negras a asesinar españoles en nombre de las disputas dinásticas, tan tercamente continuadas posteriormente entre Austrias y Borbones; desde que nuestra tierra engendró seres como los sujetos que negociaron con la vida de Viriato, el cretino monje De las Casas, el traidor Antonio Pérez o esa masa popular que abrió las puertas de España del Pirineo al Trocadero, dos lustros después de haber barrido a Napoleón, ante aquel mediocre general Angulema, duque de, al mando de los Cien Mil Hijos de San Luis.
Estamos hechos de borrasca y sequía, de barbarie y santidad, de soles de Brunete y hielos de Teruel, de los ríos sin agua y de torrenteras que se agigantan con una simple tormenta de crueldad y cursilería. Tenemos algo de caballeros y algo de hijoputas, mucho de papanatas y mucho de generosos. Conviven entre nosotros Hernán Cortés y el general Riego, el padre Suárez y Duran i Lleida, Cisneros y el obispo Setién, Agustina de Aragón y Leire Pajín, Cervantes y yo. Estudiamos siete cursos de Educación para la Ciudadanía y suprimimos las humanidades, somos el único país europeo donde el rencor y el odio fratricida se venden electoralmente a plazos, y todo esto es mucho para que el cuerpo aguante, de modo, por lo que se ve, que de cuando en cuando necesitamos reventar y parece que tal se acerca viendo el histerismo antipapista de estos días.
En fin, lo de siempre.
Aquí los progres pueden ser millonarios, pero no se cansarán nunca de producir tumultos y de provocar feroces fobias. Aquí el regionalismo acaba en separatismo y el laicismo acaba en que hay que “romperle la cara” al Papa. Aquí se puede empezar de conserje en la casa del pueblo y terminar repartiendo socaliñas como estampitas. O de cajera en Mercadona y terminar de paradigma cultural de referencia en Telecinco. Aquí la libertad siempre ha consistido en no dejar libres a los que no piensan igual que el que administra políticamente la libertad, singularmente si el administrador es socialista.
Decididamente, somos así, y preguntarnos unos a otros sobre la madurez de nuestro pueblo es perder el tiempo. Aquí hace falta siempre alguien que mande, porque de lo contrario mandamos todos, y en cada esquina brota un ‘indignado’, paradójica consecuencia de que no se nos manda. Al futuro que nos espera cuando nos dirija la hornada de la Logse, miembros y miembras, y la generación del aborto precoz preferiría no tener que verlo. Al final tiene que venir el Obispo de Roma para recordarnos eso de que en España la libertad acaba indefectiblemente en libertinaje.