El sonido del teléfono, tras la duermevela larga de esta noche, ha sido como un toque de oración. Todos estábamos pendientes de él desde que ingresó en un hospital de Málaga víctima de querer vivir la vida tan apresuradamente. Y acaso muchos no entendimos nunca su escaso apego por las cosas a las que la mayoría rinde culto, incluida su propia salud. Era Rockberto, líder del malagueño Tabletom, un grupo emblemático de rock. Era sobre todo un hombre bueno, lo aseguro. Pocos días antes de su definitivo ingreso en el hospital, el editor de AD le obsequió con una estampa de Juan Pablo II adquirida en San Fernando (Cádiz). “Pronto me reuniré con él y con mi madre”, fue su premonitoria respuesta.

Correspondiendo al obsequio, con su voz honrada y virilmente trémula, Roberto rememoró para sus amigos el himno carnavalero del Cádiz, compuesto por el genial Manolito Santander e interpretado por la familia Pepperoni. Aunque malagueño de una pieza, sentía devoción por Cádiz y pasión por su carnaval. En homenaje a él este himno que es sobre todo un monumental aportación a esa filosofía de vida gaditana y cadista a la que tan unida estaba Roberto, malagueño y andaluz universal. Un himno que tantas veces tatareó en sus últimos meses de vida: “De amarillo se pintan la cara/ amarillos son sus corazones”. Va por tí, maestro.

“Con él nunca se sabe…”

Sus amigos siempre lo advertían cuando alguien intentaba acercarse a él, arrancarle unas declaraciones, rascar para llegar a lo hondo de su arrolladora personalidad: «Mira, con él nunca se sabe…». Roberto González Vázquez, ‘Rockberto’ para todos, era un tipo libre e impredecible, una caja de sorpresas. Por eso la noticia de su muerte pilló ayer a los suyos con el paso cambiado. Es cierto que el líder de Tabletom llevaba unas semanas ingresado a causa de una insuficiencia respiratoria grave, que su estado era delicado y que los médicos preferían ser cautos a la hora de valorar su futuro inmediato, pero Rockberto seguía ahí, al pie del cañón, preguntando cuándo iba a volver a tocar, «hablando por los codos», pidiendo ‘de extranjis’ un cigarrito a las visitas… Sin embargo, un fallo multiorgánico le ganó la batalla de madrugada.

«No pudo aguantar, se fue de repente». El representante y amigo de Rockberto, Javier Lumbreras, daba ayer la peor y más inesperada de las noticias. «El ánimo suyo era el de salir, el de seguir adelante, pero no pudo ser», se lamentaba Lumbreras, quien reconocía, sin embargo, que en los últimos días Rockberto «ya estaba bastante débil». El cantante tenía 60 años y llevaba ingresado en el Clínico desde el pasado 26 de mayo aquejado de una insuficiencia respiratoria grave complicada por una enfermedad previa en los bronquios.

Desde los años 70

La muerte del líder de Tabletom deja mudo al rock malagueño de una época que ya quedará siempre marcada en la memoria de su legión de seguidores. Gestada en una comuna en Campanillas allá por los 70, la banda ha pasado por encima de las modas con la marca de un grupo absolutamente original. Rockberto y los hermanos Perico y Pepillo Ramírez atesoran una trayectoria de más de tres décadas dedicadas a la música y pueden presumir de haber conseguido el respeto del sector y la adhesión inquebrantable de un público que celebraba sus discos -apenas una decena- y sus conciertos como si fuera una religión. El último, previsto para el pasado 4 de junio en la Sala París 15, iba a servir para celebrar el 35 aniversario de la banda sobre los escenarios, con la presencia de otros músicos de la tierra, pero tuvo que ser suspendido por el precario estado de salud de Rockberto.

Tabletom irrumpió en la escena musical en 1976, con un estilo que escapaba a las etiquetas: mezclaban jazz, reggae, flamenco, y sobre todo rock. Su primer disco ‘Mezclalina’, en 1978, ya anticipaba un estilo extravagante y aparentemente caótico que sin embargo buscaba la calidad musical por encima de todo. Y al frente del grupo, dando la cara en el escenario, Rockberto, un tipo carismático, bohemio y políticamente incorrecto que presumía de cantar «por amor al arte». Amante de los juegos de palabras y de la poesía, cultivó una imagen que, según él mismo reconocía, le trajo más de un problema a la hora de entrar en un hotel. Y es que su poblada barba y su aspecto aparentemente desaliñado eran su seña de identidad.

Contemplándolo, pocos podrían adivinar que Rockberto trabajó en un banco. «Lo hice porque mi madre quería lo mejor para mí, pero desde entonces le tengo algo de rechazo al dinero», reconocía el cantante en una entrevista en 2006. Poco amigo de las etiquetas, sí admitía que le gustaría ser recordado como «un poeta que no sabe escribir, un músico que no sabe música y un ser humano. Alegre pero a la vez triste. Alguien que llora porque se enamora y que procura enamorarse cada día». (In)genio y figura. Descansa en paz, amigo.