La estafa democrática (III): El silencio de los corderos
Síntoma de nuestro tiempo: Asistimos a la paulatina transformación del lenguaje común, en el que la mera posesión ha ido sustituyendo al proceso vital. Nada sucede ya y todo se tiene. Por eso faltan héroes y sobran frikis. Por eso faltan talentos y sobran telarañas mentales. Hace algunos años no se decía tengo un problema, sino estoy preocupado; ni tengo una idea, sino estoy pensando; ni tengo dolor de cabeza, sino me duele la cabeza; ni tengo insomnio, sino no puedo dormir, ni tengo mucho trabajo, sino estoy muy ocupado, y así sucesivamente.
Hoy es habitual referirse al período 1936-75 como al de una dictadura fascista, aunque sea en la democracia liberal donde se perciben más los síntomas propios del fascismo de intentar dar apariencia universal a los intereses de una clase. Franco era un militar, no un hombre de ideas, y su circunstancial adhesión al fascismo fue superficial, aparente, rutinaria y sin convicción. El fascismo fue para él como un disfraz de teatro que uno se quita o se pone de acuerdo con las conveniencias del papel que representa, pero que no deja rastro. Salvo unos pocos que se habían tomado la comedia en serio, para la mayoría de los españoles que apoyaban a Franco, las doctrinas fascistas fueron pura letra muerta. Cada clase social tenía su cultura y cualquiera podía reconocer a un campesino, a un obrero o a un ciudadano perteneciente a la clase media urbana. Todo los diferenciaba, y esas diferencias, que formaban parte de su identidad, eran resultado de un proceso evolutivo que venía de lejos; estaban enraizados en su tierra y aquel régimen autoritario nunca hizo mella en su identidad.
Hoy, en cambio, los modelos culturales tradicionales son rechazados. Las raíces con la cultura y la espiritualidad ya no existen para aquellos que han sucumbido a las premisas marcusianas y al empuje de las ideologías liberales. Lo que antes era comunicación, se ha convertido en aislamiento y soledad. Vivimos en una España de abjuraciones y de adhesiones a un modelo centralizado de consumo que ha hecho tabla rasa de cuantas diferencias había en las identidades locales, culturales o profesionales. Lo que no consiguió el régimen de Franco lo ha conseguido la dictadura del consumo. Españoles de una y otra condición acatan hoy las mismas cosas, utilizan un lenguaje singularmente empobrecido compuesto de expresiones que nada significan, tienen las mismas obsesiones consumistas, renuncian a valores que subliman la condición humana y participan en este empobrecimiento paulatino de la moral y la intelectualidad. No es raro que España lleve años sin alumbrar al mundo con un genio digno de esa consideración.
La responsabilidad recae en los mecanismos de la sociedad de consumo y en los intereses de la casta dirigente, que a través de la educación y los medios informativos han divulgado este ideal que nos convierte en vulgares robots que han sido programados para consumir y votar lo que ellos nos proponen. El modelo cultural español nace y muere en las televisiones, cuyos programas basura imponen modelos y crean mitos. Es el rodillo compresor que todo lo aplana, el portavoz de un anónimo dictador universal. Ni de lejos hubo más orden e igualdad en la Europa controlada por los totalitarismos.
Hemos llegado a un punto tal de abulia colectiva que aceptamos unos discursos políticos tradicionales que en realidad no son más que palabras huecas, carentes de significado. Hemos aceptado que los peores controlen nuestras vidas; que cualquier ideal de vida que disienta del oficial sea rotundamente execrado con el aval de una opinión pública acrítica y amorfa. Desde que el europeo del siglo XX abandonó sus hermosas ideas al servicio de la causa y de la identidad nacionales, igual da, en lo esencial, quien ejerza el poder político, puesto que el mando supremo que domina nuestras vidas lo constituyen los modelos de consumo que nos vienen impuestos desde fuera por un poder al que no le preocupa la descapitalización económica e identitaria de nuestros países; nuestro pasado ni nuestro futuro, salvo que aceptemos sin rechistar el papel que la globalización nos ha asignado. Con el franquismo el mando era aparatoso y la obediencia general escasa. Hoy el mando es subliminal y la obediencia total.
Hoy la masa española no desea nada más que su pobre vida, su mínimo sustento, su fútbol y su telebasura. Si no desea nada más es porque se han cercenado sus potencialidades humanas y se ha convertido en un robot que se limita a obedecer. La alienación no deja de existir porque el individuo no tenga conciencia de ella ya que, a pesar de todo, se manifiesta a través de su dependencia de las cosas, su ansiedad, su miedo a la libertad, su agresividad, su insolidaridad y su antagonismo.
QUE PASO DON ARMANDO NO PASE MI COMENTARIO HAY QUE DECIRTE QUE LINDO ME EMOCIONAS Y TODO ESO DEJATE DE JODER IGUAL MI SALUDO DICTADOR.