Zapatero y esa cosa llamada España
Casi siete años lleva Zapatero ejerciendo el poder y cada día resulta más difícil ponderar las razones por las que un mediocre pudo alcanzar la más importante institución del Estado. Pasó el momento de ironizar acerca de su talante, del acendrado republicanismo de su abuelo y hasta de su inmarcesible fidelidad a la religión que profesa el novio de su hija. Su historial es de sobra conocido, así como sus sonrientes fotos enmarcadas casi siempre por algún asunto trágico para la nación. Todo ello es pura anécdota, y, en definitiva, carecería de mayor relieve si la actuación del presidente, en estos años, le hubiera acreditado como un estadista importante. Lo que ha resultado es un inútil al que sólo su posición le excluye de algún supuesto disléxico en alguna parte de su cerebro.
Posee Zapatero una desmesurada ambición de poder. Y no lo digo, ni mucho menos, en sentido peyorativo, ya que semejante cualidad es consustancial con cualquier político de fuste. Es lo que configura la tan justamente llamada erótica del poder que han padecido todos los presidentes de la partitocracia. El problema consiste en su ejercicio; en jugar semejante ambición en favor del pueblo y no del interés personal ni de los prejuicios masónicos del abuelo.
Otra virtud política de Zapatero es su capacidad de maniobra. Su carencia de escrúpulos formales, que le ha permitido establecer los más insospechados pactos y firmar los acuerdos menos previsibles, casi siempre contra el interés de España. Esa virtud fácilmente se trueca en gravísimo defecto, cuando semejante capacidad transaccional deriva hacia el chalaneo y el chanchullo. Y, sobre todo, cuando las materias sobre las que se pacta no son susceptibles de componendas, por afectar a valores fundamentales de la nación. No será preciso explicar cuántas veces las políticas pactistas de Zapatero han sido, en realidad, una forzada claudicación con los de fuera.
¿Qué ha pretendido con ello? Si hacemos caso de sus declaraciones, profundizar socialmente en la democracia. Y, sin embargo, ¿piensan lo mismo millones de españoles? Todos creímos alguna vez que la única razón de una democracia era la de servir al pueblo; pero sobre la dolorosa realidad de estos años, resulta forzoso concluir que ha sucedido todo lo contrario: que se ha puesto al pueblo al servicio de esta democracia. De esta democracia absolutamente sui géneris que los sucesivos gobiernos han ido formando, entre acuerdos con los nacionalistas, corruptelas a cientos y experimentos morales a costa de los más desfavorecidos.
He citado al presidente pero sería injusto excluir al resto de miembros de su gabinete. De la mayoría de sus ministros puede afirmarse, sin posibilidad de refutación seria, que han sido ineficaces, vacuos, prácticamente inútiles. En pocos períodos de la historia contemporánea española ha padecido el país unos gabinetes más incapaces y deslucidos. Pero así es esta democracia y estos son los gobiernos que eligieron entre todos. Quejarse por lo tanto no hace sino poner en alza la imbecilidad del votante.
A la hora de la verdad, resultó que los partidos de izquierda cumplieron con lo que en ellos es obsesión: establecer una forma de pensamiento único que rompa con la idea universal del humanismo cristiano, contrario a sus intereses laicistas. Nada que reprochar a quienes nunca ocultaron sus verdaderas intenciones y sentaron las bases para ello en la Constitución de 1.978. Ni que decir tiene que haber llegado a la situación actual sólo fue posible por el desbarajuste en que siempre se movió la derecha española, minada por los complejos y las actitudes egoístas de sus líderes, incapaces de hacer frente a las ideas doctrinales impuestas por la izquierda, hasta el punto de que penalmente es más responsable el autor de un bofetón a un niño que la encargada de triturarlo en una clínica abortiva. A la tradicional insensatez de la derecha liberal se une la atomización de las diversas tendencias patrióticas, incapaces de presentar una alternativa vertebrada a los ciudadanos que desconfiamos del actual esquema institucional.
Lo más penoso es que, a pesar de la situación, todo sigue igual y sin perspectiva de arreglo. Confieso con toda humildad que no acabo de entender a este país. Lo que se pondera para Egipto aquí se convierte en cristiana resignación. Este país no tiene frío ni calor, ni parece nunca dolerle nada. No sé cómo se llama ese mal y si el doliente es el mismo que protagonizó gestas tan memorables como las que inmortalizó Sagunto, Navas de Tolosa, Otumba, Lepanto, Arapiles y Zaragoza. Lo cierto es que ese mismo pueblo se halla hoy a las puertas de la muerte, porque le falta el reflejo del dolor, el reflejo de la supervivencia. Luego está el lado cómico. En medio de tantas desgracias como se han amontonado en pocos años, el Congreso y el Senado continúan su tarea legisladora con manifiesta impasibilidad; uno blindando a los diputados de la crisis garantizándoles una jubilación de oro y el otro malgastando millonarias partidas para que al senador de Vizcaya y al senador de Tarragona se les puedan traducir al vascuence y al catalán, respectivamente, la intervención del colega de Murcia, mientras este último se dirige a la Cámara Alta en el idioma común que los tres conocen y que posiblemente hablen en familia.
Si hubiese que buscar una escena famosa para darle volumen a este sinsentido, elegiría la de Buster Keaton, acarreando cubos de agua en el fondo del mar.
Todos los pactos y maniobras de Zapatero van encaminados a conseguir lo que pretende la masonería desde hace siglos, de ahí que nos parezca que no tiene pies ni cabeza, pero en realidad sigue paso a paso unos planes establecidos desde el principio. No es el único mandatario, por supuesto, pero como es tan bobo y se cree llamado a regir designios divinos, hace el ridículo constantemente. Lo mismo que los suyos, a quienes les ha dicho cuatro cosas sobre el asunto y así van, con unas infulas que hacen reír a las piedras Rajoy debe haber sido puesto al… Leer más »
PROFECÍA DE NOSTRADAMUS
(tomada de “Centuria XI de las Prophéties, Michel de Nostradamus”)
“De tierras con nombre de animal, vendrá quien gobierne a los iberos, adorará a reyes negros y abrazará religiones extrañas. Llenará su palacio de bufones y aduladores y usando su propia máscara de bufón, traerá consigo el hambre, la pobreza y la desesperación…”
Yo no digo na’ pero, Zapatero es de León…
Existen muchas dudas sobre esta profecía. Oficialmente, las Centurias de Nostradamus son diez -publicadas por primera vez en 1555-, y el resto que fue añadido muy posteriormente, se dice que fue encontrado entre sus escritos tras su muerte, pero los expertos no lo afirman con rotundidad.
De todas formas, esta se ajusta perfectamente al demente de la Moncloa.