Una muerte digna
Lo dijo en su momento Giuseppe Verdi –quien pasó a la Historia por sus óperas y también por su patriotismo progresista-: “Torniamo all’antico, sarà un progresso”. Un buen consejo para los socialistas españoles en un momento doloroso en el cual a su líder se le han visto ya todas las costuras.
No se trata de echarle la culpa de todos nuestros males al Gobierno ni tampoco de seguir las consejas para salir de la crisis que vienen de los mismos lugares y con las mismas voces de siempre. Es decir, de quienes nos metieron en el hoyo, aquellos que no saben recitar sino una monótona letanía: “no hay alternativa”. La misma que predicaba la inolvidable Margaret Thatcher.
Mas, sea como sea, habremos de admitir que el ciclo zapaterista toca a su fin. Lo anunció –de forma subliminal pero certera- el Vicepresidente Primero del Gobierno cuando dijo que dentro del “paquete de leyes” que el Gobierno piensa enviar al Parlamento había que señalar como la principal una destinada a ocuparse de “una muerte digna”.
En el caso de ZP, esa muerte digna se refiere tan solo a su periplo político -el vital será, y eso deseo, largo y tranquilo- porque la máquina del tren zapaterista agotó el carbón hace ya tiempo y empieza a nutrir su caldera –como en la película de los hermanos Marx- con la madera de los vagones. Es hora, pues, de prepararle un funeral de primera donde le despediremos a él y también a sus viudas (de ambos sexos), que son muchas.
Aquéllas y aquéllos que -sin oficio ni beneficio previos- llegaron a la política para hacerse fotos mientras aplaudían las ocurrencias de su jefe, también quienes lo jalearon mientras perpetraba los destrozos característicos en quien creyó que en política valía todo, incluida la destrucción del Estado. En fin, las viudas que rieron las gracias a su jefe y protector mientras desenterraba el más rancio anticlericalismo o metía al país en los más inesperados vericuetos: la España plural, el nuevo Estatuto catalán, el pacto con el nacionalismo periférico de distintos pelajes, a cuyos “éxitos electorales” se ha llegado cabalgando sobre dislates como aquel de la partición de las aguas fluviales nacionales o sobre leyes lingüísticas excluyentes… En fin, todas esas desconsoladas viudas deben partir con él.
Y cuando, ya pronto, llegue la hora de volver a retomar los viejos objetivos de igualdad, de solidaridad, de defensa del bienestar social y vuelvan a utilizarse los viejos métodos de selección interna que sustituyan a la paridad y al amiguismo en beneficio del mérito y la capacidad (que con tanta saña fueron desechados por el zapaterismo)… En fin, cuando suene el gong y haya de elegirse a un nuevo líder que dirija la reparación de la nave y la prepare para una nueva singladura, entonces todos los socialistas –jóvenes, trabajadores de todas las clases y mayores -se han de olvidar de fotogenias y de sonrisas para elegir a una persona solvente que haya trabajado –desde la albañilería a la electrónica- fuera de la política antes de aspirar a dirigir el Partido y el Gobierno de España. Alguien con un fuste personal labrado en la vida “de fuera”. Alguien con sentido de Estado.