Andrés Palomares.- “Contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano” (Friedrich von Schiller)

Vivimos en una época fantástica, impregnada toda ella de honestidad intelectual y de eficiencia política, tal como la crisis sanitaria del Covid-19 lo demuestra (modo irónico, claro).

Cuando el gobierno chino decidió confinar a la población (establecer una frontera interior controlada para aislar algunas regiones) de las zonas afectadas, nuestras autoridades sonrieron con autosuficiencia: “En España estamos a salvo”. “The chances of anithing coming from Mars are a million to one, they said”.

El gobierno chino ha jugado fuerte, y al parecer sólo los chinos podían soportar ese tipo de medidas “liberticidas”. Nosotros, los occidentales hiperindividualistas y apegados a la preservación de nuestras “libertades” (en realidad, apegados a nuestro incívico pasotismo nombrilista y egocéntrico) no íbamos a pasar por eso. Balance: en menos de tres meses los dóciles (¿y patriotas?) chinos han logrado controlar una epidemia que hubiera podido hacer millones de muertos en su país y difundirse todavía más rápido al resto del mundo. Pero bueno, no nos vamos a poner a homenajear a a razón, rendir culto a la eficiencia y darles las gracias a estos amarillos comunistas comedores de ratas, y reconocer de paso nuestra incompetencia y negligencia.

Después de varias semanas de crisis sin esperanzas de tregua y después de varias decenas de muertos y miles de coontagiados, el gobierno de España, dándose al fin por enterado de la gravedad de la situación y la magnitud de la epidemia, ha decidido a toda prisa tomar algunas medidas con algunas semanas de retraso… Al final, la idea de cerrar las puertas para protegerse de los demás no era una idea tan descabellada ni criminal, por más que la pidiera la “extrema derecha” desde el primer momento.

Los mismos EEUU acaban de anunciar medidas drásticas contra la llegada de europeos al país. Nuestros medios y demás saltimbanquis políticos y televisivos ya han sacado su arsenal de condenar. Sin embargo es una medida sensata y necesaria. ¿Por qué abrir las puertas de casa a más portadores ambulantes del virus cuando ya tenemos dificultades para controlar los que ya tenemos?

Salvo declaraciones estúpidas de estúpidos políticos, poco o nada se ha hecho hasta ahora con un mínimo de criterio, lógica y razón. Lo cierto es que la gestión política y mediática de esta crisis es calamitosa: un día se tranquiliza a la población, al siguiente se la angustia. Un día se suspende un acto, otro día se autorizan manifestaciones multitudinarias, etc…), por su parte, la gestión sanitaria improvisada y errática es catastrófica. Veremos los resultados en breve. En pocas semanas la situación hospitalaria en España será peor que en Siria, que tiene la desventaja de estar en guerra desde hace más de 8 años. Pero cuando llegue el momento en que ya se cuenten los muertos por cientos (o por miles) le quedará al gobierno y a sus palmeros echarle la culpa a Rajoy, a Aznar o a Franco. O a los Reyes Católicos.

“Nadie está libre de decir estupideces; lo malo es decirlas con énfasis” decía Montaigne. Y nadie supera la enfática estúpidez de nuestros gobernantes.

Estar gobernados por aficionados idiotas (y encima orgullosos de serlo) tendrá un coste salado y un gusto amargo para el país. Unos cuantos dirigentes extranjeros han tenido la audacia de tomar medidas claras y radicales (confinamiento de la población, exclusión de viajeros posiblemente afectados por el virus, control de fronteras, medidas de higiene drásticas en los transportes en común, etc…). El ejemplo chino ha demostrado que todas esas medidas no son del todo inútiles, más bien lo contrario. Inútiles son nuestros gobernantes. Si pusiéramos una manada de chimpancés a gobernar el país, no estaríamos peor.

La inepta chusma política española en su conjunto es incapaz de gestionar correctamente esta crisis, y cualquier otra situación medianamente compleja. Llevan 40 años demostrándolo a diario. Pero la cuestión no es el signo político del gobierno, sino la fuerza o la debilidad del Estado. En España el Estado es casi inexistente: anímico, renqueante, exhausto, moribundo, agónico…

Los palos de ciego de nuestras autoridades sanitarias, la insondable incompetencia del gobierno de inútiles integrales cegados por la ideología, ensoberbecidos y prepotentes, corruptos y desalmados, son aun más preocupantes que el coronavirus. Debemos temer mucho más al gobierno español que al Covid-19. En la jerarquía de los peligros y las amenazas, hay que poner orden: el primero es mucho peor, y con mucho, que el segundo. No es el coronavirus quién está llenando los cementerios: es el gobierno. Y no es una metáfora.