¡Viva Mingote!
José Manuel Vilabella.- Uno, que es un viejecito achacoso de 74 años, creía que Antonio iba a ser eterno y tenía la secreta esperanza de que le dedicaría algún día uno de sus chistes necrológicos para meterse de rondón en ese grupo de difuntos gloriosos que el dibujante glosaba, homenajeaba y ascendía de categoría en sus esquelas gráficas. No pudo ser, nadie es perfecto. Antonio se marchó sin despedirse y sin avisar, con la elegancia, la bondad, la discreción y el estilo que le caracterizaron en su vida larga y fructífera.
Me cupo el honor de ser el comisario de dos de las mejores exposiciones de Antonio Mingote, la que se expuso en el Centro de Arte Moderno Ciudad de Oviedo, en 1999, bajo el título ‘Mingote, fin de siglo’, y la patrocinada por el Ayuntamiento de Madrid y el propio periódico con motivo del centenario de ABC. Conocí a Antonio hace unos cuarenta años y estudiar su obra, mirar sus originales y analizarlos en largos textos en los dos voluminosos catálogos, fueron, durante meses, los trabajos más gratos que tuve que hacer en mi vida profesional. Decir que Antonio era un genio se ha convertido en un lugar común, en un tópico. A él le gustaba su oficio, lo pasaba bien, fue feliz trabajando. Era un dibujante que quería aprender a dibujar y que jamás perdió la ilusión de conseguirlo. Fue un maestro con la humildad y la curiosidad de un aprendiz. Umbral lo definió como el Picasso de los periódicos.
No se le conocen enemigos, no tuvo malas críticas. Era, sí, mucho más que un viñetista genial y es conveniente, además de higiénico, que los jóvenes lectores de periódico sepan que ayer falleció en Madrid un gran tipo, un hombre bueno que era, además, un historiador riguroso, un novelista divertido y un comediógrafo espléndido. Cubrieron sus dibujos la Puerta de Alcalá cuando esta tuvo que ser remodelada, decoró una estación de Metro, ilustró el Quijote y cien libros más, dirigió el semanario Don José durante un año y descubrió a dos docenas de dibujantes que le consideraron siempre su maestro; fue guionista de televisión y buen amigo y ya, de viejo, se hizo poeta, buen poeta. Ilustró en ABC artículos de Camba, Fernández Flórez y Ramón Gómez de la Serna y se sacó del magín y como el que lava un chiste cada día durante casi sesenta años.
Mingote escribió mucho sobre La Codorniz. Fue su mejor apologista. Allí nacieron la pareja siniestra, sus primeros personajes populares. Mingote conoció a Isabel Vigiola, su mujer, que fue secretaria de Edgar Neville y a la que en una sola jornada de inspiración dictó ‘El Baile’, haciendo tertulia con Miguel Mihura, Tono y el propio Edgar. Mingote fue un dibujante transversal, que sirvió de nexo entre tres generaciones de chistógrafos. Fue siempre un hombre lúcido. Lo dijo el pintor español, el de fama universal: los que son jóvenes lo son para toda la vida. Mingote, al morirse, ha dejado huérfano a su hijo Carlos y cabreados, muy cabreados, a los que fuimos sus admiradores y sus amigos. Eso no se hace, caramba. Adiós Antonio. Que lo grite todo el mundo, que lo proclame toda España: ¡Viva Mingote!
*Experto en la obra de Mingote.