AR.- Pedro Sánchez ha demostrado que no tiene límites morales con tal de mantenerse en el poder. Su forma de utilizar el aborto como arma política es una prueba escandalosa de ello. Lo que para cualquier sociedad debería ser un debate ético, humano y profundo, para él no es más que un eslogan propagandístico, un recurso de agitación ideológica con el que tapar sus fracasos en economía, convivencia y credibilidad internacional.

El aborto es un tema doloroso, complejo, íntimo. Afecta a la vida, a la dignidad de la mujer, a la ética de toda una sociedad. No es una pancarta ni un titular fácil. Y, sin embargo, Sánchez lo degrada al nivel de propaganda de partido, como si de un simple tuit electoral se tratase.

En lugar de abrir un debate sereno, escuchar a la sociedad civil y respetar la pluralidad moral de los españoles, el presidente convierte cada mención al aborto en una trinchera política. Su objetivo no es proteger derechos ni ofrecer soluciones reales, sino azuzar la polarización y presentarse como el gran salvador frente a enemigos imaginarios.

Es un cinismo insoportable: utilizar un tema tan delicado para tapar su fracaso en economía, su incapacidad de gobernar sin hipotecas separatistas y sus continuas cesiones ante quienes desprecian la unidad nacional. Cuando falta gestión, cuando sobran contradicciones, se recurre a la agitación ideológica.

La vida humana es sagrada desde la concepción, y reducir esa cuestión trascendental a un simple ariete electoral es una afrenta a la verdad y a la dignidad de las personas. No se trata de un derecho inventado por el marketing político, sino de un drama humano que merece respeto, reflexión y alternativas que apoyen de verdad a la mujer y a la maternidad.

Sánchez no busca proteger a nadie, ni a las mujeres ni a los niños por nacer. Lo que busca es dividir, polarizar y disfrazar su falta de gestión con un discurso de falsa progresía. Se presenta como garante de libertades, pero en realidad instrumentaliza la tragedia del aborto para perpetuarse en La Moncloa.

Una sociedad que banaliza la vida, que convierte el aborto en bandera partidista y que aplaude al político que lo manipula, es una sociedad que pierde su raíz moral. La defensa de la vida no es de derechas ni de izquierdas: es un principio básico de civilización. Pero Sánchez, fiel a su estrategia de confrontación, lo reduce todo a un duelo ideológico en el que solo él gana, mientras España pierde.

El aborto no es un triunfo político ni un logro de partido. Es la derrota de una sociedad que no ha sabido ofrecer apoyo, alternativas y esperanza. Y es inmoral, profundamente inmoral, que el presidente del Gobierno lo utilice como un arma propagandística.