El PSOE no es un partido político: es una maquinaria de poder acostumbrada a parasitar al Estado. Durante décadas ha vendido humo, ha engañado al pueblo y ha saqueado las instituciones como si fueran su caja personal. Su verdadero legado no es la justicia social ni el progreso, sino la corrupción, el clientelismo y el cinismo político.

Los socialistas se llenan la boca con palabras como democracia, igualdad o derechos, pero la realidad demuestra lo contrario. ¿Qué fue el caso Filesa? ¿Qué fueron los GAL? ¿Qué fue el escándalo de los ERE en Andalucía, el mayor robo perpetrado en democracia? Millones y millones de euros desaparecidos mientras los trabajadores seguían en la miseria y los parados se agolpaban en las oficinas del INEM. Eso es el PSOE: un partido de ladrones que convirtió la solidaridad en negocio y la política en estafa.

No es casualidad: el PSOE necesita el poder como un adicto necesita su dosis. Y para mantenerse recurre a todo: manipular medios, colonizar instituciones, colocar a sus peones en la justicia, inventar enemigos imaginarios y pactar con separatistas o populistas a cambio de sillones. La moral les da igual. El interés general les da igual. Lo único que les importa es mantener sus redes clientelares y seguir chupando de la teta del Estado.

El PSOE se disfraza de progresista, pero ha dejado un reguero de paro, precariedad y desigualdad. Se presenta como garante de la democracia, pero ha gobernado con cloacas, corrupción y represión. Han convertido a España en su cortijo y al pueblo en un simple rebaño al que explotar con propaganda barata.

Ya basta de hipocresía. El PSOE no es la izquierda moderna ni la esperanza del pueblo: es la élite disfrazada de obrero, el cacique con puño cerrado en el cartel electoral, el saqueador con corbata roja. Es el partido del robo, de la mentira y de la traición.

Y mientras no se desenmascare a este monstruo político, España seguirá condenada a repetir la misma historia: la de una casta que roba al pueblo en nombre del pueblo.