La estrofa 1387 del Libro de buen amor. Reconstrucción del arquetipo.
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- Esta estrofa, primera del episodio titulado “Enxienplo del gallo que falló el çafir en el muladar” está recogida con algunas variantes por los manuscritos G, S y T, que documentan principalmente el Libro de buen amor del Arcipreste de Hita. Y, si bien su sentido general es fácilmente asequible, contiene sin embargo varias palabras cuyo significado ha escapado hasta ahora a los distintos editores y estudiosos de esta obra. La analizaremos y reconstruiremos su arquetipo de un modo razonable, rechazando las lecturas desprovistas de significado con que nos ha llegado, al considerar que no son atribuibles al poeta sino a una corrupción de su texto original cometida por los sucesivos copistas que lo transcribieron a lo largo de la historia.
Veamos su contenido, según la edición de Blecua:
En un muladar andava el gallo ajevío; (1387)
estando escarbando mañana con el frío,
falló çafir culpado, mejor omne non vío;
espantose el gallo, dixo como sandío: […]
¿Un gallo ajevío?, ¿un çafir [zafiro] culpado?,¿un gallo como sandío?…
Antes de responder a esas preguntas, y a otras más, debemos hacer una primera observación sobre la estrofa tal cual la hemos reseñado. Y es que Blecua ha tratado de salvar la rima consonante de sus cuatro versos, como es propio de la cuaderna vía, haciéndolos terminar todos en “-ío”, a pesar de que ello significa:
1º) Aceptar que el primer verso termina en la desconocida palabra “ajevío”, que recoge el ms. S, a pesar de que el ms. G recoge algo parecido a “aujando” (palabra igualmente desconocida) y que en el ms. T este término se sustituye por la expresión “cerca un río”, sin duda porque el copista solucionó su problema interpretativo eludiendo la dificultad por la vía rápida para que rimara el verso como le interesaba, cuando la presencia de un río en la fábula es innecesaria, pues la escena se desarrolla en un muladar.
2º) Transformar la palabra “vido”, del final del tercer verso – tal como se recoge en los tres manuscritos- en el bisílabo “vío”, que es palabra llana y no aguda como debería ser si se moderniza, al pronunciarse con acento en la vocal final.
Y es que ni Blecua, ni ningún otro editor o crítico hasta la fecha, han comprendido que estaban trabajando sobre un campo espurio, cubierto de malas hierbas que era preciso arrancar de cuajo y no tratar de adecentar, pues de otro modo no iban a poder sacar el fruto que esperaban de este jardín. Arrancaremos esa grama una vez que hayamos situado la estrofa en su contexto:
El Arcipreste, amador empedernido, desea conquistar a la monja doña Garoza, una mujer a la que tiene difícil acceso, y para conseguir sus propósitos requiere de los servicios de una hábil alcahueta, a quien llama Trotaconventos. Ésta va a visitar a la monja y trata de ganársela para su cliente utilizando sus habilidades retóricas, pero ella se resiste férreamente a sus súplicas. Y ambas recurren para reforzar sus respectivos argumentos a contarse fábulas. La que contiene la estrofa que estudiamos, en boca de la alcahueta, tiene su fuente en una fábula de Fedro, escritor romano del Siglo I, que el poeta conoció a través de una adaptación como las que se divulgaron en España del compilador medieval Gualterus Anglicus, compilación que el Arcipreste menciona en su obra como “isopete”. Con esta historia la alcahueta pretende convencer a la monja del alto valor que tiene el poeta que ha requerido sus servicios, por lo que despreciarlo -como el gallo de la fábula desprecia el zafiro que se encuentra- supone desaprovechar una oportunidad única que no va a volver a tener jamás, de lo cual se va a arrepentir, moraleja que aprovecha en la estrofa 1390 para enaltecer su propio libro, que muchos poseen pero “non saben qué leen nin lo pueden entender”.
Y es que el gallo, contrariado al encontrarse un objeto que no puede comerse, lo desprecia dando lugar a su airada respuesta, ya que resulta ser también un ser animado:
– “Más querría de uvas o de trigo un grano (1388)
que a ti nin a çiento tales en mi mano”.
El çafir diol respuesta: “Bien te digo villano,
que, si me conosçieses, tú andarías loçano”.
Con estas breves explicaciones ya nos encontramos preparados para entrar en un análisis detallado de la estrofa.
1. Análisis de los dos primeros versos:
Ya hemos indicado que la lectura ajevío no es común en los tres manuscritos. Pero tampoco coinciden los editores y comentaristas en la transcripción exacta de los signos que se aprecian en los mss. G y S. La primera edición (T. Sánchez, 1790) opta por la lectura del ms. S, ajevío, y comenta: “Parece alegre, divertido. Acaso afé vío”. Janer (1846) sigue dicha lectura, que aceptarán posteriormente Chiarini (1964), Joset (1974) y Blecua (1988). Ducamin (1901) escribe ajeujo. Cejador (1913) opta por la fácil “cerca un rrío”. Criado de Val-Naylor (1965) prefieren aujando, y Corominas (1967) anjandío, perdiéndose en divagaciones acerca de su posible etimología y suponiendo que debe significar “tonto”.
En definitiva, esta palabra ha confundido a todos sus intérpretes a lo largo de la historia. Para hallar la palabra original tenemos que comprender que el Arcipreste tuvo que redactar una estrofa lo más perfecta posible dentro de los cánones de la cuaderna vía, que exige la rima consonante de los cuatro versos de cada estrofa, y que con las rimas actuales de sus cuatro versos, aceptando cualquier variante de las ya propuestas (-ío, -ó, -ido, -ando, -andio, -eujo…) el resultado es decepcionante. Por ello debemos desechar tales terminaciones y encontrar otra que pueda dar sentido a los cuatro versos, con los convenientes ajustes. Y tenemos una pista:
Hay una palabra en el segundo verso que no encaja bien en el contexto. ¿Qué tiene que ver el frío con este relato?… Nada. Y resulta extraño escuchar que un gallo está escarbando con el frío. Los gallos escarban con el “pico”. La corrupción de esta palabra para convertirla en “frío” despistó a todos los copistas y a sus posteriores intérpretes. Sin embargo, la terminación “-ico” nos va a permitir encontrar sentido también al primer verso. En la fábula de Fedro el animal que se encuentra un objeto valioso (en ese caso una perla) es un pollo. El Arcipreste lo designó como un gallo “chico”. De hecho, en el Ms. G podemos observar que la supuesta letra “j” de “aujando” más bien parece un trazo inferior de la letra hache, tal como la escribe este mismo copista, que la representación de una jota. Si a eso le unimos que existe una mancha y un agujero en el manuscrito, justo encima de las primeras letras de esta palabra, resulta fácil aceptar la idea de que ese copista incluyera la inicial de la palabra “chico” en su texto aunque hoy apenas pueda vislumbrarse, y ello a pesar de que la palabra que copiaba ya estaba deformada lo suficiente como para no reconocer su terminación en “-ico”. Veamos la imagen de este primer verso en el Ms G y dos ejemplos de che y jota en el mismo manuscrito:
Por lo tanto, ya habríamos resuelto este primer misterio si encajáramos esta rima razonablemente en los otros dos versos
2º) Análisis del primer hemistiquio del tercer verso: el çafir culpado
Tres son las lecturas del adjetivo con el que se califica al zafiro en los distintos manuscritos: “culpado” (ms. S), “colgado” (ms. T) y -a primera vista- “golpado” (ms. G).
La primera edición opta por culpado y comenta: “golpeado” con el probable significado de “labrado”. Janer y Ducamin siguen esa lectura sin comentarla. Cejador opta por golpado y le da el sentido de “golpeado, cascado”, lectura que aceptarán Criado de Val-Naylor, sin comentarios, Joset, que duda si significa “pulido” o si se trata de una clase de zafiro, y M. Morreale (1975), que sí está segura de tener dicho significado. Corominas considera que se trata de una exclamación del poeta y escribe: “¡culpado!” entendiendo que le reprocha ser necio. Chiarini elige esta misma lectura, a pesar de que la pone seriamente en duda. Por último, Gybbon-Monnipeny y Blecua vuelven a optar por culpado, anotando éste que probablemente significa “tallado” y mencionando en sus notas finales a Leira (1978) que elige golpado, con el supuesto significado de “moteado en rojo”.
En definitiva, ninguno de esos autores ha encontrado hasta la fecha un significado razonable a su palabra elegida como correcta. Y es que todos se obstinaron en encontrar en ella un significado relacionado con una característica material del zafiro totalmente innecesaria para el mensaje que se quería expresar en el verso, en vez de uno correspondiente a su caracterización como un objeto que camina y habla, como un personaje propio de una fábula. Y por esta vía vamos a encontrar el adjetivo que el poeta aplicó al zafiro.
El copista del Ms G no quiso sustituir artificialmente la palabra original que leía por otra ya existente, recurso fácil empleado por los otros dos copistas, que privaron a su nueva creación de significado. Al contrario, la copió de la manera más fiel posible. Y la palabra que copiaba era “goliardo”, que estaba escrita con y griega y con abreviatura mediante la colocación de una virgulilla sobre la letra a, eliminando así la erre. La lectura correcta, tan parecida a “golpado”, es por lo tanto “golyãdo”. El zafiro era goliardo; es decir, errante, vagabundo, como los monjes así llamados, clérigos que solían llevar una vida disoluta y que viajaban sin rumbo determinado, alojándose en los monasterios que veían a su paso.
3º) Análisis del segundo hemistiquio del tercer verso
Para encontrar la clave que nos permita reconstruir este hemistiquio parto de considerar que la lectura del Ms. G (“el nunca mejor vido”), debe encontrarse más cerca de la original que la de los otros dos (“mejor omne non vido”). El Ms G, a diferencia de los otros, parece estar escrito a vuelapluma, con una letra menos cuidada y más difícil de desentrañar, como si la intención del copista hubiera sido tratar de reproducir el texto para un uso propio, imitando su grafía en la medida de lo posible, y no con la delicadeza y el buen acabado que necesitaría si su intención fuera vender el producto o cumplir con un encargo exigente en cuanto a su mera apariencia, cosa que induciría a un copista a mejorar o suplir el texto a su antojo con una lectura fácil ante la más mínima dificultad.
Aún así hay una razón de peso para considerar que las lecturas de los tres manuscritos, en cuanto a este hemistiquio se refiere, son erróneas y que el original dista mucho de parecerse a ellas. Y es que, respecto del ms. G, no tiene sentido que el gallo tenga la costumbre de encontrarse zafiros en el estercolero como para decir que nunca vio otro que fuera mejor que aquél. Y en cuanto a las lecturas de los mss. S y T, existiría una flagrante incongruencia con la lógica del relato: en primer lugar, para que ningún hombre hubiera visto jamás un zafiro de tal calidad, necesariamente tendría que encontrarse en bruto. Y no nos encontramos ante un gallo que caminase por una mina de zafiros sino por un estercolero lleno de basura, donde solo podrían encontrarse objetos perdidos por el hombre. Y, en segundo lugar, el zafiro, dos estrofas más adelante, le confiesa al gallo que había sido perdido por su propietario y que si éste lo hallare le daría los honores que se merece y que aquél le deniega con desprecio. Reproduzco esta estrofa con grafía modernizada:
Si a mí hoy hallase quien hallarme debía, (1389)
si haberme pudiese el que me conocía,
al que el estiércol cubre mucho resplandecería:
no conoces ni sabes cuanto yo merecería.
Por lo tanto, se nos hace preciso partir prácticamente de cero para reconstruir este hemistiquio basándonos en hipótesis razonables. Para ello se necesita una gran dosis de intuición y de audacia, que vamos a emplear con el permiso del lector, partiendo de dos consideraciones:
1ª.- En general, cuando un copista deforma por completo un hemistiquio que no entiende es porque ha encontrado en el texto original un localismo propio de la tierra del poeta que le es totalmente ajeno (caso de la estrofa 1229 y la palabra “algarín”, localismo de la provincia de Jaén).
2ª.- Aún así, el copista más cercano al manuscrito original (o el menos interesado en falsificarlo) toma algunas sílabas que identifica claramente y, por asociación de ideas, las emplea en la nueva construcción de su hemistiquio, lo que condiciona su sentido, que pasa a ser totalmente distinto al del original, y a veces incongruente con el contexto.
Empecemos la búsqueda con estos criterios. Sabemos ya que la palabra final del verso no puede ser “vido” sino cualquier otra que termine en “-ico”. Sin embargo, los tres manuscritos coinciden en que la consonante que precede a estas letras es una uve, por lo que podemos aceptar la lectura “-vico”, como segmento final de la palabra que remata el verso.
Pero hay también dos importantes pistas en este segundo hemistiquio del Ms. G que nos van a ayudar a recomponerlo, y son precisamente las dos palabras suprimidas por los demás manuscritos para dar una mejor redacción a su texto: “el” y “nunca”.
El supuesto pronombre personal “él” (que escribe sin acento), sin el precedente relativo “que”, constituye una incorrección sintáctica que me hace sospechar que se trate de la transcripción errónea de una letra “d”, inicial de la palabra “dentro”. Si el pollo estaba escarbando con su pico en un estercolero buscando algo que comer, a continuación de la expresión falló çafir goliardo no parece encajar una referencia redundante al valor de esa joya, que nada añadiría al relato, sino al lugar en que la halló. Por otra parte, la palabra “nunca” -escrita en el ms. G en forma abreviada con una virgulilla excesivamente larga sobre la letra u (“nūca”)- nos da la segunda clave que necesitamos para resolver el enigma, pues podría proceder de una contracción errónea del artículo “un” y de la sílaba “ca”, con la que comenzaría la palabra final del verso terminada en “-vico”, y que designaría al lugar concreto dentro del cual el pollo habría encontrado el zafiro. Si aceptamos, pues, que el segundo hemistiquio comienza con la expresión “dentro de un…”, la palabra siguiente deberá tener cuatro sílabas para que el verso tenga su métrica perfecta. Partiendo de estas premisas ya tenemos casi a punto la reconstrucción ideal del tercer verso:
“falló çafir goliardo d[entro de]un ca[-]vico”:
Hay pocas alternativas para rellenar el hueco que nos falta. Me atrevo a proponer “carcavico”, es decir, de un pequeño hoyo (“cárcavo”) del terreno, palabra documentada como un localismo andaluz (a diferencia del femenino cárcava) en el Vocabulario andaluz que publicó en 1934 Antonio Alcalá Venceslada, quien dijo haberla escuchado en Belalcázar (Córdoba). Si en el original esta palabra estaba también abreviada con virgulilla en la forma “cãcavico” aún más se comprende que ningún copista foráneo la entendiera y que se viera obligado, al transcribir el verso, a darle artificialmente un significado fácilmente entendible que hiciera alusión al enorme valor del zafiro encontrado por el “gallo chico”.
4º) Análisis del cuarto verso
Aunque ciertamente suena mal a nuestro oído la palabra “sandío”, con acento en la “i”, ya que en la actualidad decimos “sandio”, aún podríamos admitirla como original ya que existen algunos ejemplos de esta palabra así acentuada en la literatura medieval, si no fuera porque debemos encontrar una palabra que termine en “-ico”.
De las ediciones consultadas, Sánchez, Janer, Ducamin, Criado de Val-Naylor y Gibbon-Monnipeny eligen “sandio” sin acento. Cejador, Chiarini, Corominas, Joset y Blecua la incluyen acentuada.
Pero el pollo no es tonto porque desdeñe comerse un zafiro, y no hay razón para considerar que el poeta tenga interés en menospreciarlo en la fábula aún de modo indirecto al decir que hablaba “como sandio”, aunque no lo fuera. Lo que sí tendría pleno sentido es que comparase su actitud con la de un santo que desprecia las cosas materiales por mucho valor que tengan para los demás hombres. El pollo era un animal pequeño y bien le podía llamar “santico”. Pero… ¿existe algún vestigio de esta palabra, específicamente terminada en el diminutivo -ico, en el habla de Jaén que me permita sustentar esta teoría no en meras suposiciones sino en hechos concluyentes?
En su artículo Las hablas andaluzas en el refranero español, Manuel A. Barea Collado dice textualmente:
“Son señalados en los refranes que aluden a Andalucía occidental, con el sufijo -ito,a: El jerezano, obsequioso y una mijita [síncopa por migajita] fantasioso (…); Sevillita, quien te vio, nunca jamás te olvidó (…). En cambio, los de la parte oriental, recurren al aragonés -ico, a; especialmente los recolectados en la provincia de Jaén: A cada santico le llega su día [..]”.
La fuente que cita para este último refrán es el Refranero típico de la provincia de Jaén. Estudio folklórico, de J.M. Benavente García-Fanjul.
El Arcipreste de Hita, natural de Alcalá la Real (Jaén), bien pudo utilizar esta palabra en su estrofa.
Teniendo en cuenta todas las consideraciones anteriores, este sería, a mi juicio, el texto original de la estrofa que comentamos, modernizando ligeramente su grafía:
“En un muladar andaba el gallo chico;
estando escarbando mañana con el pico
halló çafir goliardo, dentro de un carcavico;
espantose el gallo, dijo como santico:”
El lector juzgue por sí mismo observando la imagen de dicha estrofa en los tres manuscritos mencionados: