Pablo Gasco de la Rocha.- En España residen alrededor de un millón de musulmanes con permiso de residencia, más otros veinte mil nacionalizados y alrededor de unos 250.000 ilegales, sin contar los internos y externos en nuestros centros de reclusión, constituyendo la mayor comunidad étnica penitenciaria de España.

La mayoría son varones, procedentes de Marruecos y eligen preferentemente Cataluña para vivir. Generalmente trabajan en sectores como la agricultura, la construcción y los servicios. Concentrándose en barrios, que ya son verdaderos guetos, en los que establecen sus propios negocios con las ayudas económicas y fiscales que reciben de las distintas administraciones (tiendas de alimentación principalmente, porque cada vez son menos partidarios de consumir en nuestros establecimientos), y estableciendo “redes de seguridad y control” sobre su propia población, lo que ya es un serio problema en muchas ciudades catalanas.

En cuanto a su nivel de integración, y como reconocen todos los expertos en la tarea, la cuestión es muy complicada, siendo el colectivo que mayor y más serias dificultades plantea. Incluso por encima de los gitanos rumanos. Una cuestión que les debería preocupar a ellos, pero que hacemos nuestra como si en ello nos fuera la vida. O puede que sí.

Y es que esa dificultad está en relación directa con su religión, a la que no sólo califican de “única y verdadera” (lo que como creyentes les honra), sino incompatible con las demás religiones, sobre todo con el cristianismo, y más concretamente con la religión católica. Con todo, es una dificultad que incide de modo especial en la mujer, hasta el punto de que una mujer musulmana no acude a una casa si no le aseguran que allí va a haber por lo menos otra mujer. O la prohibición de dejar acudir a sus hijas a clase si no hay una profesora. Cuestiones que nuestras administraciones contemplan y tienen muy por mor de no caer en agravios. Al margen de la prohibición expresa que tiene la mujer musulmana, so pretexto de ser rechazada hasta por su propia familia, de casarse con quien no sea musulmán, lo que lleva a muchas familias a casar a las hijas muy jóvenes en sus países de origen mediante bodas concertadas.

Con todo, el sistema legalista europeo en general y la izquierda en particular favorecen las particularidades de la extranjería, sobre todo de la población musulmana, pues las interpretan en función del pluralismo cultural y religioso, para la izquierda sustituto del de la “lucha de clases”, que tiende a penalizar los intentos de reacción nacional contra la visibilidad extranjera, sobre todo si se trata de los musulmanes. Llegando al extremo de no consentir relacionar al Islam con debates polémicos. Razones que hoy se sostienen en Europa, demostrando hasta qué extremo carecemos de identidad, lo que es aprovechado por la inmigración musulmana en nuestras sociedades, y por el mundo del Islam en general, con una ofensiva que es aglutinante ideológico-religioso de su propósito de dominación y que expresan en los siguientes términos:

Europa debe transformarse radicalmente a fin de facilitar la convivencia; adaptarse a una nueva realidad cada vez más evidente, que es su nueva configuración racial, social y religiosa, y empezar a dirigir sus acciones hacia esa nueva realidad sin demora y sin concesiones a su identidad, pues es un reducto de intolerancia, xenofobia y anti-islamismo.

Pero mientras esto ocurre, los mismos musulmanes reconocen:

Que son bien tratados (pese a la polémica que ellos mismos crean con su forma de ser y no saber estar), que se les permite practicar su religión sin ninguna limitación (cosa que ellos no consienten en sus países), que no se sienten discriminados respecto a los españoles por parte de los poderes públicos (lo que ellos mismos consideran inconcebible), y que no tienen que acudir a nuestros hospitales con sus vendas y jeringuillas o pagar por dicha asistencia (como de sobra saben que ocurre en sus países de origen).

Los musulmanes están aquí, mientras un porcentaje de españoles que ya llega al 57% (según el Observatorio Europeo del Racismo y la Xenofobia, con datos similares en Francia, Inglaterra, Italia y Alemania) vuelven la vista ante su presencia, o directamente los rechazan. Aunque esto para el bueno de Mohamed El Afifi, portavoz del Centro cultural Islámico de Madrid (mezquita de la m-30), que no protestó por los atentados del 11-M ni rezó a su dios por las víctimas no musulmanas: “No es culpa de ellos, sino de los españoles (y de los europeos en general) que desconocen las bondades que el Islam quiere para todo el mundo”.

Bondades que, como no sea la preparación del té, el regateo cansino o el empalago con el que intenta seducir, contradicen el último informe de la Delegación de Seguridad del Gobierno respecto a la comisión de delitos del año pasado, en cuyo período se cometieron 1.100 delitos diarios en toda España, 62.2 % de delitos cada mil habitantes, siendo Ceuta (con un 50 % de población musulmana, en su mayoría preveniente de Marruecos y Argelia) la ciudad español con mayor tasa de criminalidad, por encima del 21 % respecto de la media nacional. Y aunque los datos se ocultan, se cifra en un 78 % los delitos cometidos por los extranjeros, dato que en Ceuta se eleva hasta el 86.3 %. Por lo que es fácil advertir y denunciar que la mayoría de los delitos en España los comente la población musulmana.

No cabe la menor duda, y en ello nos va nuestra supervivencia, que la solución pasa, de momento, por limitar su presencia en España (y en Europa): no consentir que se nacionalicen, no tolerar ningún altercado a favor de sus particularidades y prohibir el reagrupamiento familiar. Y esto, como digo, de momento. Ya es hora de que se enteren que no se les quiere, que se les tiene miedo y que se les considera, según se han mostrado y demostrado ellos, como el enemigo en casa.