Del nacionalismo árabe al pacto islámico
Juan Benemelis.- Una extensión de la presencia cultural extranjera, en particular norteamericana, en el mundo árabe, se acrecienta notablemente a finales de la década del setenta del siglo XX, con la apertura de Anuar El-Sadat y la firma de los acuerdos de paz egipcio-israelíes. Se favorecen los programas universitarios de asistencia, al punto de suscitar una virulenta reacción en la década de los ochenta.
Campañas de denuncia de “injerencias”, como expondría el periódico Al-Ahram, al equiparar la empresa “colonialista” de los egiptólogos de Napoleón Bonaparte con los académicos norteamericanos acusados de “americanizar” la sociedad con la complicidad de los intelectuales egipcios.
Según los teólogos islamistas contemporáneos de mayor relieve (Abdul Al-Mawdoudi, el pensador islámico paquistaní; Hassán Al-Banna, precursor de la Hermandad Musulmana; Sayyed Qutb, considerado la cumbre del pensamiento fundamentalista; Mohammed Ibn Abd al-Wahhab, el fundador del movimiento puritano wahabita; Hazrat Shah Waliullah, prolífico escritor hindú del siglo XVIII y místico islámico; Mohammed Abu Kichk, el famoso predicador egipcio; Najib Farag, el connotado periodista y escritor palestino), así como los jefes de organizaciones militantes como el fundamentalista argelino Ali Belhadj, “el yijad se impone hasta el día del juicio final y representa lo que hay de mejor en el Islam. Es el objetivo estratégico, al servicio de la dawa; asegura la instalación del Estado, su seguridad y su estabilidad, permitiéndole así cumplir su misión superior por el bien de la humanidad”.
El hundimiento de las corrientes nacionalistas no-religiosas tendría como contraparte la ideología-refugio del islamismo, que pretendería adquirir el carácter de catalizador social, de reivindicación de las elites marginadas. Si bien el concepto de identidad sería el núcleo central de una ideología islamista, de oposición política, de protesta social y de revisión de los parámetros fundamentales de la sociedad, la unidad nacional se enarbolaría por los nacionalistas como una ética del progreso y una estrategia de desarrollo económico y social.
Era la manifestación de la unidad de la sociedad árabe-musulmana, en un fondo común civilizacional que se perpetúa y diversifica en el espacio que comprende “del Golfo al Océano” con la identificación de las “petro-monarquías”, que se hunde en una degradación teórica mediocre de “autenticidad” y herencia contra la “adulteración” foránea de la contemporaneidad. A diferencia de las élites más abiertas hacia el mundo occidental, aquellas más cerradas emitirán un discurso de autodefensa contra el sentimiento de impotencia, de humillación. Pero esta lógica de superación de la realidad envuelve la negación intelectual de la modernidad, la retirada del mundo moderno movilizando la tradición y el patrimonio para alcanzar más rápidamente, piensan ellos, el progreso.
A partir de tales circunstancias, con la quiebra del nacionalismo en el mundo árabe o musulmán, se intensifica el esmero por las obras de paradigmas específicamente “árabes” o “islámicos” en las diferentes ciencias sociales, de la sociología a la economía pasando por la psicología, la historia y las ciencias políticas. Se opondrá a la reforma colonial el contra-paradigma de una reforma de identidad, rechazándose los términos de progreso, desarrollo, modernidad y post-modernidad, exigiéndose la fidelidad al pacto fundacional islámico. Todo se traduce en un discurso nihilista de rechazo de sí mismo, de auto-denigración.
El fin metafísico occidental ha derivado en una tesis anti-metafísica, sobre todo anti-moderna, sostenida por Martín Heidegger, heraldo occidental del anti-occidentalismo. Este elemento ha sido aprovechado por el filósofo islámico Ahmad Fardid, el cual fabricó una mezcolanza entre la metafísica “heideggeriana” y la experiencia espiritual islámica, que desembocó en una crítica (negativa obviamente) de la tradición occidental partiendo de su origen griego. Esta, según Fardid, ha empobrecido la noción de un Dios trascendente frente a un “yo” individual, sujeto cuasi divino, el “anti-Alá” apóstata.
El objetivo de los pensadores islámicos Fardid y Mohammed Iqbal es el de destronar a este “yo” individual y atacar la perversión occidental del derecho humano, de la globalización, de la fe en el progreso infinito.