Lo peor de la crisis: nuestro modelo económico
Lo peor que puede decirse de esta crisis es que haya sido el fruto de la falta de honestidad de las instituciones financieras y de la incompetencia de los políticos. Como frase resumen sería difícil su refutación. En España, los métodos que se emplean para detener los devastadores resultados de la crisis no dejan de ser una extrapolación de los errores del pasado. Zapatero no supo predecir lo que iba a ocurrir y frivolizó siempre con los asuntos económicos, como prueba el que, estando en la oposición, encomendara su merma de conocimientos en la materia a un par de lecciones vespertinas.
Por otro lado, no veo cómo puede resolverse una crisis cuando las soluciones que se pretenden se sustentan en el mismo modelo que ha fracasado de forma estrepitosa. Ni sindicatos ni empresarios han tenido la honestidad de admitir que el vendaval económico ha adquirido en España forma de tsunami debido a la obsolescencia de nuestro sistema productivo. Los soportes estructurales de nuestro país descansan sobre el sector servicios, la construcción y el consumo interno, y éste, en gran parte, vinculado al efecto generador de riqueza que supuso la revalorización de las viviendas. Nuestro sistema educativo no pasaría de jugar en la tercera división de una liga mudial y nuestra dependencia en sectores denominados estratégicos causa sonrojo en relación a otros países.
Con este panorama, se escuchan voces voces que nos hablan de la necesidad de modificar nuestro sistema productivo para reconvertirlo a la alta tecnología, la industria, el I + D…como si esa simple actitud voluntarista bastase para modificar el sistema. Nadie dice, nadie explica que una tarea regeneradora de esa envergadura llevaría décadas (el último informe de innovación tecnológica de la Comisión Europea sitúa a España a 30 años de convergencia con los países moderados en innovación, a 40 del nivel superior y a 65 de los líderes en innovación) y que nuestra economía necesita generar riqueza y empleo utilizando otros modelos. ¿Qué sectores productivos españoles alejados del ladrillo y la atención al turista podrían absorver ese monumental reto?
Desde hace décadas nuestros dirigentes políticos han dado prioridad al control clientelar de nuestra economía. Sólo les interesó nuestro desarrollo económico sobre la base de un modelo que orbitara en torno a sus intereses. Para este año se prevé un déficit público que podría rebasar el 5% del PIB, con un déficit exterior de más del 10 %, una tasa de desempleo que las previsiones más optimistas sitúan en el 18% y un crecimiento negativo de la economía que, según el FMI, alcanzará el -2%. Con estos mimbres son con los que hemos de partir para crear la canasta de nuestra recuperación económica. La solución pasa únicamente por instaurar medidas estructurales que mejoren la productividad y la competitividad. Lo demás es aferrarse a los mismos errores. Las recesiones se prolongan y se convierten en depresiones si el dinero público se invierte en actividades no productivas ni generadoras deempleo real (no subsidiado). Suministrar liquidez al sistema no fomenta un crecimiento sostenible de la economía si esta inyección no se hace atendiendo el bien común y no sólo el de unos pocos, que además son los que nos han conducido a esta situación.
¿Se vislumbra en el horizonte económico de nuestros municipios alternativa de desarrollo que no esté ligada a la especulación del suelo. Lamento tener que ser pesimista, pero una vez más la arribada al poder de los peores y los más medradores no puede servirnos de catalizador para superar la crisis. Mientras nuestro sistema urbanístico (y por extensión el único modelo de desarrollo concebido por nuestros corrompidos dirigentes) esté basado en la dependencia absoluta que nuestra Administración, nuestras comunidades y nuestros ayuntamientos tienen de esas prácticas sobre el suelo y en el lastrante abuso que supone cualquier tramitación administrativa relacionada con el planeamiento, será imposible que el modelo elegido funcione adecuadamente. Mientras la arbitrariedad presida ese mismo sistema, de tal forma que una línea trazada en un Plan General por un arquitecto o un funcionario pueda convertir en millonaria a una persona y arruinar a otra al mismo tiempo, el sistema seguirá agrietándose hasta su total resquebrajamiento.
Y un punto capital que debería inscribirse en el frontispicio de ayuntamientos y sedes de comunidades autónomas, sobre todo las controladas por el PSOE. Cuando un país pierde la conexión entre esfuerzo y recompensa, optando por atajos salpicados de trampas políticas y legales; o cuando ese mismo país contempla la política como un medio lícito para el enriquecimiento y el medro personal, entonces hablar de productividad, de esfuerzo, de competitividad y de innovación estructural son ganas de perder el tiempo. Y de que unos pocos se sigan aprovechando del resto.