Carlos Arturo Calderón Muñoz.- Estoy disfrutando de las comodidades que me otorga una civilización en la que la supremacía de nuestra especie se da por sentada. Observó el cielo y llega a mi mente el astrolabio de Hipatia, las campanas de una iglesia se escuchan a lo lejos y con el sonido de estas se reafirma el recuerdo de Isabel tomando Granada. El dique mental se desborda y mi imaginación juega con las historias de las mujeres de Zaragoza repeliendo a los franceses, las tragedias de las abnegadas bóer disparando por sobre los cuerpos inertes de sus maridos para proteger a sus retoños de la marea negra, la actualidad de las leonas sirias dándose tiros con el estado islámico mientras occidente llora porque una valiente húngara intentó hacerle una zancadilla a un terrorista.

Con un parpadeo vuelvo a mi realidad andina, me sonrío al ver a esas ancianas que levantaron a sus numerosos hijos y nietos haciendo arepas con sus manitas, atravesando estás agrestes montañas con sus esforzados esposos. El silencio se rompe con la multitud de niñitas malcriadas adictas a ese narcisismo del maquillaje y los filtros de Instagram. Gritan con rebeldía que pueden hacer cualquier cosa, pero basta con que un hombre les levante la voz para qué se victimicen y a fuerza de berrinches logren que la sociedad destruya al terrible opresor ¡Qué diferencia tan dramática con sus heroicas antecesoras!

La astucia del verbo femenino triunfa donde la fuerza de los hombres fracasa. ¿Cómo se iban a imaginar los guerreros que murieron defendiendo a sus mujeres qué estás terminarían siendo esclavizadas con palabras tóxicas? De la oscuridad más perversa emergió un demonio que sólo existe para odiar y destruir a la mujer, ese diablo al que llaman… feminismo. Sin una bala sobrepasó las murallas y logró que las representantes de la vida en la tierra se enorgullezcan de matar por millones a criaturas no nacidas, que recuerden con alegría las veces que han despertado en la calle porque una intoxicación etílica les quitó la conciencia.

En ataques de esquizofrenia deforman sus cuerpos para qué se parezcan a los de los hombres. “Porque la diferencia es mala” porque ellas son iguales y pueden hacer lo mismo. ¡No somos iguales! Ninguno es superior al otro, nuestra vida se da porque los principios masculinos y femeninos se complementan mutuamente.

Occidente está muriendo, muchas mujeres han sido encerradas en el castillo de una psicosis infundida, custodiadas por ese dragón de mil cabezas que es el mundialismo ¿Y dónde están los guerreros dispuestos a morir para rescatar a sus princesas? Están jugando fútbol, viendo porno y rehusando crecer.

En la mitología nórdica a la última mujer se le llama Líf, que significa ‘vida’ y al último hombre se le llama Lífthrasir, que significa ‘aquel que ama la vida’. Discúlpenme por mí misógina actitud heteropatriarcal, pero como hombre me es imposible no sentir amor incondicional por la mujer. Al ver como una soberbia ingeniería social hace que las más radicales se alegren por contraer enfermedades de transmisión sexual o torturen a sus hijos sólo por tener testosterona, debo levantar la espada y pelear.

Yo sólo soy responsable de mis actos, pero entiendo perfectamente que el cáncer del feminismo haya infectado a tantas compañeras. Cómo les puedo pedir a las mujeres que crean en el amor cuando esos adolescentes cuarentones se obsesionan con muñequitas de hentai; no les puedo exigir que tengan fe en príncipes azules cuando sé que a los hombres les da miedo quedarse sin su dosis de alcohol; no es posible decirles que sueñen con una familia sabiendo que estos asexuados aman más a sus perros que a ellas. Y luego no entendemos por qué los musulmanes piensan que nuestra civilización ha sido infectada por el demonio.

Soy hombre, por lo tanto fui diseñado para la adversidad, espero y deseo que el mundo me agreda. Pero la mujer es sagrada, es el puente de la vida y por eso su seguridad y felicidad son el objetivo obligatorio para el éxito de cualquier sociedad. Si lo de las vidas pasadas es cierto debí hacer algo muy bueno en una existencia anterior, porque en esta me han dado el privilegio de conocer a una valquiria y a una musa, una estadounidense y una bogotana. Raras mujeres que se rehúsan a ser aplastadas por un mundo que las odia sólo por vivir a través de sus corazones. Ellas merecen una historia que termine con un “vivieron felices por siempre”; con una belleza que sea la luz de sueños emergentes.

Por ellas, por esa fe inclaudicable que tengo en el nuevo despertar de occidente, soy enemigo a muerte del feminismo y de todo lo que amenace a la mujer. En esta vida o en la otra construiré un mundo en donde el machismo salvaje no las subyugue con la burka y el feminismo misógino no las obligue a suicidarse. Labraré una tierra donde no las castiguen por ser madres, en la que su conexión natural con lo divino vuelva a ser venerada. Una tierra nueva, nacida del Apocalipsis que se nos viene encima, en la que los hombres volvamos a ser héroes y las mujeres vuelvan a ser diosas.

Sé que el día de la mujer es un arma del ala marxista del globalismo para separarnos y hacer que nos enfrentemos, pero no me da la gana seguirles el juego y prefiero cambiarle el significado. Este día lo uso como excusa para transmutar el cadáver en descomposición de nuestro hemisferio en un gigantesco bosque de magia y sueños.

A las mujeres que lean esto les deseo un feliz día. A los hombres ¡Nunca lo olviden! Fe en el amor, fe en el trabajo, fe en la mujer y fe en la vida.

*Desde San Bonifacio de Ibagué, Colombia.