Álvaro, dos días y quinientas noches de oprobio
Mayte Alcaraz.- Estamos en la recta final del juicio contra el fiscal general del Estado. El todo o el nada para Álvaro García Ortiz. Quedan dos días, pero más de quinientas noches nos contemplan. Noches repletas de desvelos nocturnos del mandamás de la Fiscalía por ganar el relato, no el suyo, no el que marca el Estatuto fiscal, sino el de Pedro Sánchez. Cómo olvidar esas llamadas a deshoras a la fiscal de Madrid para instar a que le mandaran el cruce de correos entre el abogado de un contribuyente y la Fiscalía económica. O cómo pasar por alto la exigencia de que el profesional especializado que llevaba el caso saliera de un partido de fútbol para atender las inquisitoriales llamadas de Ortiz, que terminó recibiendo el correo que se intercambiaron el abogado de González Amador y la Fiscalía a las 21:59 horas. O aquella mañana tempranito cuando la fiscal Almudena Lastra le espetó a su jefe lo de «lo has filtrado» y el aludido respondió con un evasivo «eso ahora no importa». Una frase que encierra toda la corrupción moral de un sistema. No hay mejor y más rotundo compendio: ante la necesidad de destruir civilmente a la pareja de una rival política de la persona que te nombró, no hay códigos morales que valgan. Eso ahora no importa. Juan Lobato sí los tuvo y sí le importó vulnerar la ley. Y ahí está, extramuros del socialismo sanchista.
Como en la canción de Sabina, la vida no solo transcurre mientras hacemos nuestros quehaceres sino también cuando dejamos el libro en la mesilla, apagamos la luz, y nos fundimos con la almohada. Por eso no es difícil ponerse en las pantuflas de García Ortiz aquella noche del 12 de marzo de 2024 en pleno insomnio por cumplir con su verdadera misión, aquella por la que ascendió a la cúspide del Ministerio público. Podía haber sido proteger los secretos confiados a su alta magistratura, o perseguir a los delincuentes con toda la fuerza de la ley, es decir, tener la capacidad de separar a los buenos de los malos para aplicar contra estos últimos el Código Penal. Incluso cabía en esa noche de vigilia una preocupación invigilando de que sus subordinados cumplieran con su delicada misión de perseguir a los chorizos políticos, sorteando las presiones de los partidos afectados por sus sumarios. Pero no, las pesadillas de aquella madrugada de nuestro togado no se debían a su juramento público, sino a la imperiosa necesidad de cumplir el mandato que le impuso aquel de quien depende la Fiscalía: prostituirla para enchironar a los rivales y exonerar a los corruptos propios.
De aquellas noches de hiel y rosas socialistas vienen estos tragos amargos para el jefe de los fiscales. Escucharemos en estas últimas jornadas ante el Supremo a más periodistas —que deberían haber cambiado la carrera de Ciencias de la Información por la de Derecho, por sus habilidades en la defensa del encausado—, las conclusiones de los informes de las partes y su propio interrogatorio. Álvaro responderá a la Abogacía del Estado, antaño un cuerpo que defendía al Estado devenido hoy en un departamento a las órdenes de uno de los procesados, a sus propios compañeros y amigos con los que es presumible que preparará las preguntas, a las partes y al tribunal. La UCO no se lo pondrá fácil porque la unidad de élite de la Guardia Civil que actúa como policía judicial, atribuye a García Ortiz una «participación preeminente» en los hechos que terminaron desembocando en la filtración de los datos reservados del novio de Ayuso.
Hoy es el momento de Álvaro. Vestido con toga y puñetas y sentado en los estrados del Tribunal Supremo para blanquear su posición de procesado, es de esperar que ocupe finalmente su lugar, como todo hijo de vecino acusado por un delito tan grave como el de revelación de secretos. Tendrá que responder al borrado masivo de todos sus mensajes, imitando con denuedo a los delincuentes a los que él a lo largo de su carrera, y con éxito en muchos casos, ha perseguido desde su posición de Ministerio público. Dirá que la investigación es inquisitiva y prospectiva y que todo esto forma parte de una operación orquestada contra él.
Pero la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero (con perdón). Y como su señoría bien sabe, nadie borra de su teléfono móvil su inocencia. Pero todo eso quedará en pocas horas visto para sentencia. Pase lo que pase, la integridad moral de la Fiscalía General del Estado ya nunca será la misma.












