Una mañana en el teatro
Por Fernán de Valder.- Pero… ¿las zarzuelas no se representan por la tarde?, y… ¿no son las mañanas para el aperitivo?
La respuesta a estas dos curiosas preguntas no está en el viento: está en el teatro Infanta Isabel, en la madrileña calle del Barquillo, a donde me desplacé un domingo para pasar una deliciosa mañana contemplando el espectáculo Zarzuela con Vermut, llamado así porque al terminar la función los espectadores que lo deseen pueden degustar, junto a los actores y actrices de la Compañía que salen a saludar al público, un vasito de este vino aromatizado, con alcohol o sin él para los abstemios, acompañado por unas aceitunas o unas patatas fritas: un perfecto aperitivo para abrir el apetito.
¿No podían copiar este invento u ofrecer otro similar las demás salas de espectáculos? En realidad, y aunque se agradece el detalle, no le hace falta a este teatro para atraer tanta gente como atrae: la calidad de esta antología de canciones elegidas entre lo más granado de nuestra lírica nacional y el elenco de actores y actrices que las interpretan (una soprano, una mezzo, dos tenores y un barítono, todos de reconocida solvencia) bastan de por sí para que los amantes del buen gusto encuentren un serio motivo para llenar una hora y media de su precioso tiempo ocupando una butaca en su hermoso recinto. Y decimos bien: se trata de tener buen gusto, porque los amantes de la música estridente, machacona y vulgar, que suele proceder del otro lado del Atlántico y que amenaza con fagocitar todo rastro de nuestra cultura y de nuestra idiosincrasia, ésos ya encuentran otros lugares de esparcimiento, llamados discotecas, salas de baile, gimnasios y supermercados de Carrefour. Porque, ¿qué persona de oídos prístinos e incontaminados puede permanecer impasible escuchando bellezas armónicas como las que aquí se pueden escuchar?… Hagamos un repaso.
El hilo conductor de la antología sobre la que se vertebran todos los números musicales es una sencilla historia escrita por Susana Gómez que refleja las veleidades amorosas de la gente de la farándula: una jovencita entra sin permiso en el camerino de una diva de la zarzuela con la esperanza de que le firme un autógrafo; un espacio que por razones coyunturales empieza a llenarse de músicos y cantantes como si fuera el camarote de los hermanos Marx, célebre escena cinematográfica que ellos mismos traen expresamente al recuerdo. Pero no se trata de una simple fan la que allí se cuela para incordio de su legítima usuaria, sino de una hermosa mujer con una magnífica voz de soprano que tendrá sobrada ocasión para demostrar sus dotes vocales, ya que cualquier conversación que se suscita en su presencia dará lugar a que alguien interprete una canción de las cerca de veinte que integran el espectáculo, una muestra amplia y equilibrada de todos nuestros géneros y subgéneros zarzueleros con algunas pinceladas de canción española, representada por las coplas Yo soy esa y Tatuaje, que popularizaran en su tiempo Juanita Reina y Concha Piquer respectivamente.
En la función a la que asistimos, María Rodríguez, grande entre las grandes de este género, está soberbia en el papel de diva, y nunca mejor dicho cuando lo que se trata es de caracterizar a una artista endiosada en torno a la cual gira toda la trama argumental. Por sus cuerdas vocales y por el garbo de su cuerpo pasan canciones inolvidables como la Romanza de Rosa de “Los claveles” del maestro Serrano y la Canción de Marabú de “Doña Francisquita”, de Amadeo Vives, canción ésta en la que fue acompañada por el versátil tenor Ángel Walter, quien nos dará suficientes demostraciones de su particular vis cómica a lo largo de toda la obra. Rebeca Cardiel, la soprano que interpretaba a la “inocente” admiradora, de nombre Paloma, tuvo la ocasión servida para presentarse con la Canción de Paloma de “El Barberillo de Lavapiés” del maestro Barbieri, una seguidilla (“con aire de zapateado” según su propio autor) de las más populares de nuestro panorama lírico. Pero no podemos olvidarnos del resto de cantantes que esta mágica mañana completaban el elenco: el barítono Enrique Sánchez-Ramos y el tenor Paco Sánchez, excelentes en sus respectivos papeles, especialmente cuando interpretaron el dúo ¿Quién es usted? de “La del manojo de rosas” de Sorozábal.
El espectador podrá gozar tarareando para sus adentros canciones tan conocidas que deben formar parte del acervo cultural de todo español que se precie de serlo, como la habanera ¿Dónde vas con mantón de Manila? y la seguidilla Por ser la Virgen de la Paloma, de Bretón. También es de todos conocido el Tango de la Menegilda de “La Gran Vía” de Chueca (“Pobre chica la que tiene que servir…”), la romanza No puede ser de “La Tabernera del Puerto” de Sorozábal, la polonesa Me llaman la primorosa de “El barbero de Sevilla” de Gerónimo Giménez y el graciosísimo garrotín de la opereta “La Corte de Faraón”, genialidad del género “sicalíptico”, que me obliga a mencionar tanto a los libretistas Guillermo Perrín y Miguel de Palacios como al compositor Vicente Lleó, porque eso de “Cuando te miro el cogote y el nacimiento del pelo se me sube, se me sube y se me baja la sangre por todo el cuerpo” es simplemente desternillante.
Hay muchas más canciones, pero al espectador le dejo la tarea de identificarlas y valorarlas a su discreción. Solo me queda hacer un llamamiento muy particular a esos padres de familia que a primera hora de la mañana de los sábados o de los domingos acuden al madrileño parque del Retiro con sus hijos a solazarse: una vez que hayáis saneado vuestros pulmones cruzad unas pocas calles y comprad una entrada para ver este espectáculo. Una de vuestras obligaciones como padres es cuidar de la salud mental de vuestros hijos, y en este papel las ondas electromagnéticas que entran por sus oídos juegan un papel fundamental. Con este procedimiento que os recomiendo vivamente -y sin necesidad de tomarse un vermut- estáis sembrando en ellos una semilla que fructificará y no solo elevará su cociente intelectual sino que creará una nueva generación de amantes de la zarzuela que le devolverán el esplendor que un día tuvo y que jamás debió perder.











