La estrofa 441 de Libro de Buen Amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.-
Analizaré en este trabajo la estrofa 441 del LBA incluida en el episodio que lleva por título: “Aquí fabla de la respuesta que Don Amor dio al Arçipreste” y que solo se conserva en el manuscrito Gayoso (Ms. G).
Esta estrofa ofrece algunas dificultades de interpretación que no han podido ser solventadas satisfactoriamente por ninguno de sus editores, y creo que puedo aportar luz suficiente como para desentrañarla. Como no podía ser de otro modo, de acuerdo con el objetivo divulgativo y pedagógico que me he marcado en la investigación filológica de esta obra literaria, debemos partir de la observación directa de la imagen de esta estrofa en el correspondiente manuscrito, a fin de que los lectores tengan suficientes elementos de juicio como para juzgar acerca de la calidad de mis apreciaciones:
Ms.G:
Transcribo la estrofa, según la edición de Blecua, que contiene un consejo que “Don Amor” le da al Arcipreste para que busque una alcahueta que cumpla a la perfección su cometido:
“E busca mensajera de unas `negras pecas’ (441)
que usan mucho fraires [e] monjas e beatas,
son mucho andariegas e meresçen las çapatas;
estas trotaconventos fazen muchas baratas”.
La primera dificultad con la que nos encontramos es, como se aprecia a simple vista, la interpretación de las palabras “negras pecas”. Todos los editores aceptan como correcta la lectura “negras”; sin embargo, no ocurre lo mismo con el sustantivo al que este adjetivo califica.
Ducamin daba por buena la lectura “pecas”, al igual que Criado de Val-Naylor; Lida la aceptaba, anotando que era un “texto viciado” y, como vemos, Blecua la incorpora entre comillas simples por considerarla dudosa. Y es que esta lectura, aparte de no rimar como debiera con los demás versos de la estrofa, no aporta luz alguna que nos permita desentrañar su significado: ¿para que necesita una mensajera tener pecas negras?, ¿usan mucho las pecas negras los frailes, las monjas y las beatas?. El absurdo a que esta lectura lleva, nos hace descartarla categóricamente.
Cejador propuso la lectura “pegatas” forzado por la rima y quizás por convertir en heptasílabo al hemistiquio en el que se incardina, ya que de otro modo, con el recurso de la sinalefa inicial, resulta hipométrico. El problema es que la palabra “pegatas” no está documentada y que, en cualquier caso, tampoco otorga sentido al verso ni concuerda con el siguiente. No obstante, Joset y posteriormente Girón la aceptan.
Corominas, por su parte, entiende como lectura correcta “pecaças”, (“picaças” o urracas, nombre dado a las alcahuetas) solo porque estos animales son de color negro, sin importarle que esta palabra no se parezca ni por asomo a la que se puede ver en el manuscrito, ni el hecho de que no existe como tal la variante “pecaça”, ni el que no rime consonantemente con las de los versos siguientes, ni -peor aún- la misma falta de sentido denunciada anteriormente.
Sin embargo, debemos considerar que la lectura que sería propia de acuerdo con la rima exigida en la cuaderna vía, no podría ser otra que “patas”, y así lo consideró Chiarini, seguido después por Gibbon-Monnypeny. Esta palabra plantea, no obstante, un primer problema si la consideramos en su acepción de “piernas”, porque al referirse el poeta como “patas” a las piernas de una mujer y no a las de un animal estaría introduciendo una vulgarización en su verso que denotaría que optó por cometer una torpeza malsonante con tal salir del apuro al que le sometía una rima forzosa. Pero podemos solventar este obstáculo si consideramios que la palabra “pata” no significa en este contexto “pierna”. Chiarini nos proporcionaba la clave fundamental para entender su cabal sentido al anotar en su edición, a pie de página, que según el Vocabulario español-latino de Elio Antonio de Nebrija (h. 1495) “pata” es un concepto equivalente a “planta del pie”.
Aceptando como más lógica esta lectura, era preciso seguir lidiando con otro problema con el que tropezaba cualquier otra lectura de las que antes recogíamos. Y es que, sea cual sea el sustantivo que remata el primer verso, carece por completo de sentido que deba éste tener un color determinado. Si el poeta está designando las cualidades que deben requerirse a una buena mensajera para que pueda cumplir bien el cometido que se le asigna, que es la intermediación amorosa, el color de sus zapatos o de cualquier otra prenda que lleve puesta es indiferente para ese fin. Gibbon-Monnypeny trataba de salvar el absurdo indicando que el color negro podía referirse a las propias plantas de los pies, negras de tanto andar descalzas; pero con esta interpretación el absurdo se hace aún mayor: buscar a una mensajera que haga su trabajo descalza es de por sí un disparate; y no tiene sentido suponer que todas las personas de vida consagrada o simplemente piadosa caminan habitualmente sin calzado alguno y con los pies sucios. Por estas razones de pura lógica debemos presuponer que la lectura “negras” es incorrecta.
Nos encontramos por tanto en la tesitura de encontrar una lectura alternativa para esta palabra que hasta ahora ningún editor había discutido. Debemos encontrar un adjetivo coherente con el sustantivo al que califica y que encaje en la idea fundamental que se quiere expresar en la estrofa, deducida del verso tercero: las mensajeras son muy andariegas, por lo que deben tener la planta del pie muy fuerte, debido a su costumbre y necesidad de realizar largas caminatas. Con esta premisa, y examinando con detenimiento el manuscrito, resulta muy sencillo encontrar una alternativa a la palabra “negras”: La letra “n” inicial es la conjunción de dos erres (la “r” al principio de una palabra se escribía doble); lo que parece una “g” es en realidad una “c” con cedilla, y la letra que sigue a esta “ç “ no es una erre sino una i latina. “Negras” es en realidad, actualizando la grafía, “recias”. En consecuencia, la reconstrucción del arquetipo sería:
“E busca mensajera de unas rreçias patas”.
El problema surge ahora cuando nos adentramos en el segundo verso, ya que no tiene sentido expresar que las personas religiosas usan mucho “recias plantas de pie”, como si fueran objetos de quita y pon. Y parecería insalvable este obstáculo si no fuera porque debemos considerar que el copista alteró por error el orden de los versos segundo y tercero. Así, la alusión a las “çapatas” del final del tercer verso no podía entenderse bien por su relación con el calzado – a pesar de que Cejador así lo consideraba- por lo que había que entender el término en un mero sentido figurado, en base a la existencia del modismo “ganar çapatas”, con el sentido de “obtener dinero”, que estaba documentada en el Libro de Alexandre:
“Morir quieren el día que non ganan çapatas”. (1819d)
Curiosamente, el término “çapata” no es mencionado por Nebrija; y el Tesoro de Covarrubias, al definir “çapata” no contiene una acepción específica que se refiera a algún tipo de calzado, sino a una pieza de cuero para poner bajo el quicio de las puertas, llamada así “porque ordinariamente suele ser de un çapato”, y a lo que hoy conocemos como “zapata”: la pieza de madera usada para calzar una viga sobre un pilar. Pero al respecto de la definición de “çapatería” Covarrubias incluye una mención a la palabra “çapatilla” , que define como “diminutivo de çapata, para diversos usos”. La palabra “çapata”, no obstante, está también mencionada en el Libro de Alexandre entre varias prendas de vestir:
“Priso çintas e cotas, camisas e çapatas ( 115)
sortijas e espejos e otras tales baratas”
Por su parte, el Diccionario de Autoridades (tomo VI, de 1739), con grafía ya modernizada, define “zapata” como un botín que llega a media pierna. Esto no significa que debamos entender necesariamente que las “çapatas” que menciona el Arcipreste sean precisamente estos botines altos, ya que no parecen vestimenta propia de frailes, monjas y beatas; al fin y al cabo, la inclusión de la palabra en este diccionario se produjo cuatrocientos años después de que el Arcipreste escribiera su obra. Por lo tanto, entiendo que, simplemente, las “çapatas” a que nos referimos eran un modelo de sandalias de buena calidad, sin perjuicio de la posibilidad de que el Arcipreste usara expresamente esta palabra para crear una ingeniosa dilogía empleando ambos sentidos.
Alteremos, pues, el orden de estos dos versos, realicemos unos sencillos cambios de puntuación, y entenderemos cabalmente el significado de los tres primeros:
“E busca mensajera de unas rrecias patas;
son mucho andariegas e meresçen las çapatas
que usan mucho fraires [e] monjas e beatas”.
Es decir: las mensajeras, que han de tener muy recias las plantas de los pies ya que deben ser muy andariegas, se merecen tener el calzado que usan comunmente los frailes y las monjas: unas sandalias fuertes, de suela de cuero, que les permitan realizar largas caminatas. Las “çapatas”, por lo tanto, no podrían ser zapatos exclusivos de mujer, como apunta Cejador sin documentar su interpretación y aceptan posteriormente Joset y Girón..
Nos queda por analizar el cuarto verso, que en principio parece desligado en cuanto al tema del calzado de los tres anteriores:
“estas trotaconventos fazen muchas baratas”.
Covarrubias no define exactamente el término “barata” sino “barato” como “precio de las cosas muy bajo” y, dentro de esta entrada, “baratar” (“trocar unas cosas por otras”) y “baratillo” (“cierta junta de gente ruin, que a boca de noche se juntan en un rincón de la plaza, y debajo de capa, venden lo viejo por nuevo y se engañan unos a otros”). Pero ya define “baratijas” como “cosas menudas y de poco valor que todas juntas y a montón se suelen dar en poco precio”, por lo que podríamos entender que esa palabra sería un sustantivo despectivo derivado de “baratas”, y que esta palabra significaría, simplemente, “mercaderías”, sin connotaciones peyorativas, tal como se desprendería del verso 115b del Libro de Alexandre, anteriormente reseñado.
Sin embargo, el Diccionario de Autoridades (1726) define “barata” como “trueque malicioso, engaño, mohatra”.
Blecua y Joset entienden “baratas” por “negocios”; pero esta acepción, aséptica desde un punto de vista moral, no parece tener encaje en el verso más que para darle un final que rime consonantemente con los demás de la estrofa; Cejador lo entiende en un sentido peyorativo, como “tratos de esa calaña”, y en la misma línea, Corominas, como “trapicheos”.
Mi conclusión es que el poeta está haciendo uso de la dilogía al decir que las alcahuetas o trotaconventos “fazen muchas baratas”: por una parte se referiría a su oficio de vendedoras de pequeñas mercaderías, muchas de las cuales ellas mismas fabricaban (hilaturas, cosméticos y bebedizos con supuestas facultades mágicas, curativas o vigorizantes) y, por otra parte, a que eran arteras y hacían muchas clase de tratos engañosos para atraer la voluntad de las mujeres y procurárselas a sus clientes.