La estrofa 1.015 del Libro de buen amor
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- Esta estrofa se conserva solo en dos manuscritos (S y G) y, aunque hay entre ellos algunas variantes, coinciden ambos -según aceptan casi todos los editores- en incorporar en su tercer verso la extraña expresión: “chufetas darvas”. El poeta está haciendo una descripción denigratoria de una serrana y, entre sus muchos defectos, destaca aquí su aspecto velludo y su suciedad.
Reproduzco las lecturas que recogen cada uno de estos manuscritos y su respectiva imagen:
Según el ms. G:
“De pelos mucho negros tiene boço de barvas;
yo non vi ál en ella, mas si tú en ella escarvas,
fallarás según creo de las chufetas darvas;
que más te valdría trillar en las tus barbas”.
Según el ms. S:
“Mayores que las mías tiene sus prietas barvas;
yo non vi en ella ál, mas si tú en ella escarvas,
creo que fallarás de las chufetas darvas;
valdríasete más trillar en las tus parvas”.
Estrofa 1.015 del ms. G.
Estrofa 1.015 del ms S.
La interpretación habitualmente dada a la lectura “chufetas darvas” ha confundido desde siempre a los filólogos. Basados en la definición de “chufeta” que ofrece el Tesoro de Covarrubias, supusieron que el poeta se refería en este verso a “burlas” de alguna clase o grado determinado. Pero la palabra “darvas”, inexistente en los diccionarios, ha supuesto un quebradero de cabeza para todos ellos.
Blecua entiende “darvas” como transcripción de “d’arvas”, que sería un leonesismo por “d’alvas” (de albas), de manera que las “chufetas de albas” serían las bromas típicas propias de los noctámbulos, que duran hasta el alba.
Corominas cree leer “daivas” en el ms G y se inclina por la lectura “d’ aivas”, una expresión tomada del occitano que significaría “de cualidad”. Las chufetas de aivas serían unas bromas “de cualidad”; es decir, especialmente graciosas. Criado de Val-Naylor siguen esta lectura, si bien optan por “hufetas” para la palabra precedente que podría acaso entenderse en el ms. S, anotándola como lectura dudosa y sin ofrecer explicación alguna acerca de su posible significado.
Jurado, que comenta con especial detalle las diversas interpretaciones que los críticos han dado a esta expresión a lo largo de los años, entiende “chufeta” como “dicho exagerado, mentira abultada” y “darvas” como “de Arvas” , es decir, propio de Arbas, pueblo de la provincia de León (o de su comarca) que -sospecha- podría ser famoso en su día por sus grandes fanfarronadas.
Solo Cejador trata de huir del apuro sustituyendo “darvas” por “parvas”, entendiendo el verso como “hallarás en la mujer otras cosillas de mofa y burla”; sin importarle que “parvas” ya figure como final del verso cuarto, lo que implicaría atribuir al poeta la comisión de un error garrafal en la construcción de su poema, más bien propio de un poeta principiante y ripioso.
Mi opinión es que la expresión “chufetas darvas” es en su totalidad el producto de una corrupción del arquetipo ocasionada por los copistas que -como podemos apreciar cuando comparamos el primer verso en ambos manuscritos- se tomaban la mayor libertad para reescribir el texto completo de un verso cuando no entendían alguna palabra inserta en él. Por lo tanto, debemos desechar lecturas que impliquen interpretaciones tan retorcidas que nos lleven prácticamente al absurdo: Escarbando en el pelo de una mujer muy sucia y descuidada, ¿se pueden encontrar bromas de las que suelen hacer los noctámbulos, de una especial calidad, o fanfarronadas muy propias de los chistosos habitantes de una comarca leonesa que no dejaron huella en ninguna fuente literaria?…
Para encontrar una interpretación lógica a este verso hay que aceptar que su enigmático texto actual no lo escribió el Arcipreste. Y es que hurgando en el pelo de las personas poco aseadas lo que se podría encontrar acaso son pulgas o piojos, parásitos a los que por chupar la sangre de las personas el poeta les llamaría “chupantes”, como adjetivo calificativo de la siguiente palabra que nos queda por descubrir. El copista se encontraría la palabra abreviada con la virgulilla sobre la letra “a” para suprimir la siguiente “n”; es decir, como “chupãtes”, y de aquí se deformaría fácilmente para convertirse en “chufetas”. De hecho si observamos bien la imagen ampliada de esta palabra en el ms. S, podemos ver la virgulilla unida a la parte inferior del trazo vertical de la “s” de la sílaba “sy” del renglón superior. De este modo, los dos trazos de tinta que quedan para crear la vocal de la segunda sílaba de esta palabra no conformarían una “e” sino una “a”. Además, la consonante inmediatamente anterior no parece una “f” sino un “p”, al tener en su parte superior un óvalo cerrado. Solo quedaría por definir la última vocal, que no es ni una “a” por no estar cerrada ni tampoco una “e”. En cualquier caso esta palabra, tal como la vemos ampliada, se parece mucho a “chupãtes”.
Ms. S:
Nos queda por tanto encontrar sentido a la aparente lectura “darvas”. Y esta palabra no puede ser sino una deformación de “larvas”.
Ciertamente, la palabra “larva” en un sentido biológico, como “animal en estado de desarrollo” fue utilizada por primera vez por el naturalista sueco Carlos Linneo en 1746 en su obra Fauna Svecica, según informa el Diccionario médico-biológico, histórico y etimológico on line, que toma la fuente del Oxford English Dictionary. Pero no es preciso adjudicar al poeta el uso de esta palabra con el mismo significado que le dio el citado científico.
El poeta llamaba “larvas” en sentido figurado a los piojos, tomando la palabra de los antiguos romanos, que tenían a las “larvae” como espectros o figuras fantasmales que se aparecían por la noche a los seres humanos para amedrentarlos de diversas formas. Desde luego, la naturaleza prácticamente invisible de los piojos bien podría llevar al poeta a compararlos metafóricamente con fantasmas; en cuanto a su carácter aterrador, bien podría estar pensando en la naturaleza vampírica de estos parásitos, y esta posibilidad merece una breve explicación histórica.
Diversos autores latinos se han ocupado de clasificar y describir a las diferentes entidades sobrenaturales o espirituales que se aparecen a los seres humanos para intimidarlos, castigarlos o transmitirles algún tipo de mensaje desde el más allá, normalmente de significación terrorífica. No es ocasión de entrar a fondo en este tema, sino de hacer un somero repaso de las fuentes que pudieron servir de inspiración al Arcipreste para mencionar a las larvas en el verso que nos ocupa. Para ello nos centraremos en la obra de Apuleyo de Madaura, quien en su obra De Deo Socratis distingue entre unos espíritus protectores llamados lares y otros malévolos a los que llama larvas, espíritus que por sus malos actos cometidos en vida están condenados a vagar por el inframundo y se aparecen por las noches a los humanos para amedrentarlos.
De esta y otras posibles fuentes clásicas en el S. VII San Isidoro de Sevilla, en Etimologías, VIII,11 toma su definición de este tipo de espectros:
“101 Dicen que las larvas son los demonios que inicialmente eran hombres y se convirtieron en demonios por sus maldades. Cuentan que su cometido es aterrorizar a los niños y aullar por los rincones tenebrosos”.
Así mismo, Nebrija definirá “larva” como “la fantasma nocturna” en su Vocabulario español-latino de 1492.
Como vemos, no hay en ninguna de estas definiciones una connotación estrictamente vampírica para las larvas. Sin embargo, es muy probable que una de las fuentes del poeta para atribuir aficiones sanguinolentas a aquellas apariciones fuera el mismo Apuleyo, quien en su obra El asno de Oro o La metamorfosis narra la fantástica historia que le sucedió compartiendo una habitación con un amigo en una posada. Llegada la noche, y tras conciliar el sueño después de una larga vigilia, dice despertarse tras un estallido misterioso de las puertas de su dormitorio y ser arrojado violentamente de su camastro, que se le viene a caer encima. De esta manera, oculto y protegido de miradas indiscretas, observa cómo las figuras espectrales de dos mujeres entran en el cuarto y se dirigen hacia su amigo, que dormía plácidamente. Una de ellas lleva un candil y la otra una esponja y una espada. Esta descubre la presencia del narrador e incita a la otra a que empiecen por matarlo a él, pero no la convence y deciden matar alevosamente a su amigo, dejando vivo al espectador para que lo entierre después de dejar sobre él un líquido maloliente. Así que clavan la espada en el amigo y recogen su sangre en un recipiente al tiempo que le introducen una mano por la herida y le sacan el corazón, tapándosela después con una esponja. Podría parecer que el narrador relata una simple pesadilla, pues al final se despierta y su amigo sigue vivo e indemne, y ningún estrago se advierte en el dormitorio; pero, de un modo inexplicable, permanece en su cuerpo el olor fétido que habían dejado sobre él esas apariciones, por lo que da a entender que su experiencia fue una visión paranormal producida por dos fantasmas nocturnos y no una simple pesadilla.
En cualquier caso, el poeta, buen conocedor de la literatura clásica, tendría fundadas razones para llamar “chupantes larvas” a los piojos que creía adivinar en el vello de esa serrana desaseada, y una de ellas sería la necesidad de acomodar al contexto una palabra que terminara en “-arvas” o “-arbas” para rimar a la perfección con las demás de su estrofa, sin necesidad de inventarse una palabra ininteligible para sus lectores, como “darvas”.
Partiendo de estas consideraciones, trataré de reconstruir la estrofa original, haciendo un análisis de conjunto con las demás estrofas del episodio.
Ya sabemos, por el verso 1.012b, que esta mujer tenía “cabellos chicos”. Por lo tanto, el poeta en esta estrofa no se está burlando de su melena sino de su excesivo bozo (vello muy fino sobre el labio superior). No podría ser correcta la lectura del primer verso en el ms. S, al atribuir a la mujer una gran barba, hecho que sería tan insólito que habría centrado la atención del poeta desde el principio haciendo secundarias las demás descripciones de su cabeza. Sin embargo, esta estrofa es la cuarta que emplea en ello y, además, en el precedente verso 1.013b se describe su pescuezo como velloso, lo que no tendría sentido si la mujer tuviera una gran barba, que lo ocultaría a la vista del poeta.
El verso segundo “yo no vi ál en ella mas si tú en ella escarbas” querría decir: “yo no ví otra cosa en su cara más que vello; pero, ocultada a la vista como un fantasma, si se escarbase en ella…”
En cuanto al cuarto verso, no podemos aceptar la lectura repetitiva de “barbas” que incorpora el ms. G, sobre todo porque la palabra que encaja a la perfección en el contexto es “parvas”. Define Covarrubias la parva como “la mies que tiene el labrador en la era trillada y recogida en un montón antes de aventarla y apartar la paja del grano”. Así que el poeta estaría diciendo que sería más fácil aventar toda una cosecha para separar la paja del grano que despiojar a esa mujer.
Recogiendo, por lo tanto, las que entiendo mejores lecturas de cada manuscrito, me atrevo a reconstruir la estrofa original con el siguiente texto:
“De pelos muy negros tiene boço de barbas;
yo non vi ál en ella, mas si tú en ella escarbas,
fallarás, según creo, de las chupantes larvas
y más te valdría trillar en las tus parvas”.