Pero… ¿quién fue el rey que rabió?
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- La zarzuela cómica de Chapí, con libreto de Vital Aza y Ramos Carrión El rey que rabió, toma el título de una vieja expresión popular: “acordarse del rey que rabió” para referirse a un suceso muy remoto en el tiempo. Pero… ¿podemos saber quién pudo ser ese rey de la antigüedad que pasara a la cultura popular por rabiar? Contemplar hace unos días esta zarzuela me ha hecho reflexionar sobre el tema e investigar para poder ofrecer al lector curioso una respuesta a esta pregunta.
En realidad, reyes que hayan tenido ocasión de rabiar ha habido muchísimos a lo largo de la historia, y podemos obtenerlos de numerosas fuentes históricas, pues han existido en todas la épocas y en todos los reinos. Pensando en la antigüedad romana me viene a la memoria Tarquinio el soberbio, que hizo asesinar a su suegro Servio Tulio, y que más tarde tuvo que rabiar mucho (o sea que rabió a rabiar) al ser destituido de su trono debido al ultraje perpetrado por su hijo Sexto contra la virtud de Lucrecia, hecho que puso fin a la monarquía y dio pasó a la república. Pero hay muchos, muchos más reyes que han tenido sobrados motivos para rabiar.
Centrándonos en el suelo patrio, ¿qué decir del rey Don Rodrigo, que no solo padeció sarna sino que, además, despechado por el desdén amoroso de la hermosa Florinda, la secuestró provocando la ira de su padre el conde Don Julián y, como consecuencia de ello – según cuenta la leyenda- la invasión musulmana de España? Pero si sintió rabia Don Rodrigo, no debió de ser menor la que sintió Boabdil cuando perdió Granada, llorando como una mujer lo que no supo defender como un hombre.
Para adentrarnos en la cuestión tenemos que tener en cuenta que “el rey que rabió” fue un personaje muy citado por nuestros grandes autores del Siglo de Oro, y siempre para referirse a alguna persona o suceso muy remoto, como nosotros nos referimos a los tiempos de Mari Castaña. Y puesto que el pueblo llano que inventara este personaje no debía de ser muy ducho en la historia de Roma, con toda probabilidad tomó la idea de la Biblia, cuyas historias terribles se repetían una y otra vez desde todos los púlpitos para el bien de las almas.
¿Qué me dirán de Saúl, rey de Israel, que después de haber sido ungido por el profeta Samuel siguiendo instrucciones de Yaveh para dirigir a su pueblo y vencer a sus enemigos en diversas batallas, acabó provocando su cólera por desobediente -no fue lo suficientemente brutal en su batalla contra los amalecitas- y tuvo que contemplar, con verdadera rabia, a un don nadie, David, arrebatarle la gracia divina que él antes había recibido graciosamente (valga la redundancia).
Abandonado ya por Dios, fue derrotado en una terrible batalla contra los filisteos en la que perdieron la vida sus tres hijos varones, y en la que él mismo acabó suicidándose para no caer vivo en manos de sus enemigos. Ojos que no ven corazón que no rabia.
Pero su sucesor al trono, David, tuvo también motivos para rabiar, sobre todo desde que sedujo ilícitamente a una bella mujer, Betsabé, que estaba casada con un soldado llamado Urías. El rey David se deshizo de su marido (el de ella) ordenando que lo pusieran en el más peligroso sitio del sitio de Rabbah (vuelva a valer la redundancia, que viene muy a cuento). Yaveh castigó severamente su adulterio y su crimen, pero no privándole de su trono sino del hijo recién nacido de su amada Betsabé, quien tan solo vivió siete días, durante los cuales David ayunó, oró y rabió sin lograr con ello conmover a Yaveh. Más tarde, la rebelión de su hijo Absalón contra su trono y su desdichada muerte -que lamentó a pesar de todo, porque la sangre tira- le dieron nuevos motivos para rabiar, y consta que eso fue lo que hizo durante toda su ancianidad.
De su sucesor, el rey Salomón, no nos consta que rabiara mucho sino que, por el contrario, fue un hombre inmensamente rico y poderoso, aunque es cierto que de él se cuentan cosas tan fantásticas que quizás casi todo lo que creemos saber de él sea falso.
Pero aunque no sepamos quién fue el rey cuya proverbial rabia dio origen a este personaje, sí sabemos que la expresión que lo menciona nació en el Siglo de Oro. ¿Y quién no recuerda esta letrilla de D. Luis de Góngora, a la que puso música y voz el cantante Paco Ibáñez?:
“Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió me cuente.
Y ríase la gente”.
También Quevedo aludió a este personaje varias veces en su obra. Mostraremos en primer lugar uno de sus sonetos, puramente conceptista, en el que lo menciona para caricaturizar a una persona muy vieja:
«Antes que el repelón», eso fue antaño;
ras con ras con Caín, o, por lo menos,
la quijada que cuentan los morenos
y ella, fueron quijadas en un año.
Secula seculorum es tamaño
muy niño, y el diluvio con sus truenos;
ella y la sierpe son ni más ni menos;
y el rey que dicen que rabió es hogaño.
No había a la estaca preferido el clavo
ni las dueñas usado cenojiles;
es más vieja que «présteme un ochavo»;
seis mil años les lleva a los candiles;
y si cuentan su edad de cabo a cabo,
puede el guarismo andarse a buscar miles.
En el entremés Los refranes del viejo celoso vuelve a referirse al personaje, que aparece compadreándose con otros de igual origen popular:
VEJETE:
¿Hermosura? ¿Quién tal dixo?
Ese cucharón de barba
y aquesos ojos hundidos
del Rey que rabió parecen.
(Sale el REY QUE RABIÓ, amortajado, la cara blanquizca.)
REY:
Pues si me dais por testigo,
yo soy el Rey que Rabió,
que rabiando muero y vivo
porque bajan los sombreros
cuando suben los vestidos.
Pues ¿a quién no hará rabiar
ver a un vejete engreído
con las barbas vitorianas
y el cabello dominico?
Es en el Sueño de la muerte, publicado en 1627, donde Quevedo se explaya y revive a este personaje dándole voz para que pueda quejarse de estar siempre en boca del pueblo por haber rabiado, cuando la verdad es que todos los reyes rabian a consecuencia de las “mordeduras” a las que les someten los envidiosos y aduladores que habitualmente les rodean, encontrándose en este texto la fuente originaria del título de la citada zarzuela de Chapí: una dilogía -figura literaria explotada al máximo por Quevedo- basada en la polisemia de la palabra “rabiar”, que significa tanto “padecer la rabia” como “estar muy enfadada (una persona) y demostrarlo mediante gritos, gestos, etc.”(según definiciones extraídas del diccionario de la RAE):
“Yo soy, dijo, el Rey que rabió; y si no me conocéis, por lo menos no podéis dejar de acordaros de mí, porque sois los vivos tan endiablados, que a todo decís que se acuerda del Rey que rabió; y en habiendo un paredón viejo, un muro caído, una gorra calva, un ferreruelo lampiño, un trabajo rancio, un vestido caduco, una mujer manida de años y rellena de siglos, luego decís que se acuerda del Rey que rabió. No ha habido tan desdichado Rey en el mundo, pues no se acuerdan de él sino vejeces y harapos, antigüedades y visiones, y ni ha habido Rey de tan mala memoria, ni tan asquerosa, ni tan carroña, ni tan caduca, tan carcomida y apolillada. Han dado en decir que rabié, y juro a Dios que mienten, sino que han dado todos en decir que rabio, y no tiene ya remedio, y no soy el primero Rey que rabió, ni el solo, que no hay Rey, ni le ha habido, ni le habrá, a quien no levanten que rabia; ni sé yo cómo puedan dejar de rabiar todos los Reyes, porque andan siempre mordidos por las orejas de envidiosos, y aduladores que rabian”.
También Calderón de la Barca lo menciona en su entremés Las Carnestolendas:
VEJETE
No se halla un esportillero
por un ojo de la cara.
¡Mariquita, tararira!
¡Rufinica, zarabanda!
¿A Luisica? ¡a esotra puerta!
Aún peor está que estaba:
Y mis joyas volavérunt.
¡Oh, comedor de mis arcas!
Que me robéis a mis hijas,
vaya con el diablo, vaya,
que eran prendas que comían.
Mas mis joyas… Arre, parda,
que estas cosas son del tiempo
del Rey que rabió en España.
(Sale uno con una corona, y una mano de mortero por cetro.)
REY
Yo soy el Rey que rabió.
(Cantando como mojiganga.)
Si su hija te dejó,
su trabajo le costó,
y sus tragos al pobrete.
¿Qué los quieres? Anda, vete,
déjalos, avariento vejete.
Estas muestras nos bastan para acreditar la popularidad de este personaje en el S. XVII y su origen literario. Pero seguimos sin saber en quién podía haber pensado el inventor de la expresión.
Según refiere José María Iribarren, en su libro El porqué de los dichos (Gobierno de Navarra, 9ª edición, 1996) un autor muy poco conocido, el licenciado Cosme Gómez de Tejada, publicó un libro en 1636 titulado León prodigioso, en el que refiere la supuesta historia del rey que rabió, pero sin indicar dato alguno que lo pudiera identificar y atribuyéndole una historia tan mítica que probablemente fue fruto de su propia imaginación.
El Maestro Gonzalo Correas (1571-1631), en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales, escrito poco antes de morir pero publicado más de un siglo después, menciona el dicho “El rey que rabió y llevaba la manta arrastrando” sin añadir comentario alguno sobre su significado u origen. Vemos, pues, una rara variante popular que añade un detalle a la caracterización del personaje y que no ha dejado huella visible en la literatura. De hecho, el tomo V del diccionario Autoridades, publicado en 1737 recoge únicamente la expresión “acordarse, o ser del tiempo del Rey que rabió”, para darle el significado que ya conocemos: “frase con que se da a entender que una cosa es muy antigua”.
Sin embargo, el diccionario usual de la RAE de 1884 incorpora una variante de la expresión de la que no tengo noticia de su fuente literaria: “el Rey que rabió por gachas”. ¿Dónde podía estar el origen de este nuevo añadido, que parece eliminar el significado tradicional de la expresión, alusiva simplemente a un suceso muy remoto en el tiempo, y dotarla de uno nuevo, referente a una controversia suscitada por causas baladíes entre personas muy respetables que deberían estar discutiendo de asuntos muy serios?. ¿De dónde tomo el imaginario popular una referencia culta para atribuir a un rey un comportamiento tan estúpido? Quizás tengamos que regresar a la Biblia para explicarlo, porque el pueblo creador de personajes imaginarios tenía numerosas ocasiones de inspirarse en las historias bíblicas que se explicaban a los niños en las escuelas o se difundían desde los púlpitos. Quién sabe si fue esta:
No era un rey Esaú, el hijo de Isaac, que a su vez era hijo de Abraham, patriarca del judaísmo; pero bien podía la cultura popular considerarle como tal. Y siendo el primogénito de su padre y destinado a tener por ello doble porción de su herencia frente a su hermano Jacob, nos cuenta el Génesis que, viniendo cansado y hambriento de trabajar en el campo y pidiéndole a este que le diera de comer fue sometido a su inhumano chantaje y accedió a venderle la primogenitura a cambio de un simple plato de lentejas. Pero no parece que Esaú rabiara por perder semejantes derechos ante la necesidad imperiosa de ingerir alimentos, sino que lo hizo con absoluta indiferencia afirmando que le quedaba poco tiempo de vida, aunque ya se sabe que el vulgo deforma siempre las historias que se le transmiten oralmente, y a eso se debe la riqueza de variantes que poseen todos los romanceros.
Así que, sin poder contestar a la pregunta que da título a este informal artículo, creo que debemos conformarnos con centrarnos en la figura del rey que rabió en la célebre zarzuela de Chapí para explicar la causa de su supuesta rabia, lo cual aquí es muy sencillo de hacer. En realidad, el rey no rabió nada sino que se divirtió de lo lindo viviendo de incógnito entre sus súbditos para conocer la verdad de su reino que pretendía descubrir, y saliendo airoso de su deseo de casarse libremente con la hermosa aldeana que había conocido. A quienes hizo rabiar fue a sus aduladores a sueldo: el General, el Gobernador, el Almirante y el Intendente, obsesionados por mantenerlo bajo control para hacer y deshacer a su antojo en el Reino mientras él permaneciera sordo, mudo y ciego ante la triste realidad de su pueblo, empobrecido y agobiado por los impuestos, situación que él desconocía. Pero como no podía faltar un juego de palabras que diera razón al título de la obra, los autores hicieron uso de la polisemia de la palabra “rabiar”, incorporando en el cuento a un perro que muerde a quien se suponía que era el rey antes de aclararse el equívoco con su persona, pues un rey afectado por la rabia no es un final feliz para un cuento y lo desluciría. Y este chiste se desarrolla en una ingeniosa canción, interpretada por el Coro de Doctores, con una musicalización magistral de Chapí, cuya gracia consiste en la emisión de un dictamen, supuestamente realizado por eminentes científicos, que llega a una conclusión totalmente absurda por abarcar una solución alternativa formada por dos proposiciones que se autoexcluyen: el perro está rabioso o no lo está, pues las pruebas a las que ha sido sometido demuestran lo uno, pero también podrían demostrar lo otro. Este es, a mi modesto juicio, el número estrella del libreto en cuanto a ingenio y gracia, y como tal justifica con creces haberle dado título a la zarzuela.
Delicioso y erudito artículo. Lástima que las nuevas generaciones sospecho que se perderán por este paseo placentero a lo largo de la Historia, Sagrada y secular, por la ignorancia en la que los ha sumido la deseducación escolar que han sufrido.