Cartas desde Colombia: La Marcha de los Hámsters Musa
Carlos Arturo Calderón Muñoz.- En una celda casi infinita en que las ventanas no existen la jornada está por iniciar, el reloj avanza en silencio, porque en la era de los bits las manecillas han desaparecido del espacio y el diccionario. Una alarma digital multiplicada por millones de réplicas despierta a los habitantes del mundo prisión, quienes se levantan apresurados y después de recorrer unos 20 centímetros llegan al lugar donde desempeñan su interminable labor. El mutismo se extingue ante el rechinar de millones de ruedas que giran sin llegar a ningún lugar.
Los efímeros cuadrúpedos corren carentes de un norte dentro de pequeños cubículos individuales de los cuales nunca salen. Lo único que conocen son esas jaulas con ruedas interiores en las que deben correr sin nunca preguntarse el por qué. No tienen idea de que es la luz porque jamás han estado en la oscuridad. Desde que los ojos de su carne se abrieron al mundo han permanecido inmersos en una imitación de la verdad, en la cual desde innumerables pantallas les han bombardeado con algoritmos capaces de simular el color, suplantando con su brillo a eso que los ojos necesitan para ver.
Nunca descansan, porque aun en los momentos en que el cuerpo cesa su actividad sus mentes no abandonan los efectos de las drogas informáticas, que les suplen de todas las emociones que no son capaces de sentir.
En ese instante en que el astro rey debería estar en lo más alto, en algún lugar en el que exista el cielo, una blanca roedora siente como todo lo existente explota dentro de su ser. Sus ojos miran al vacío y mientras una epifanía se fecunda en ella sus extremidades detienen el recorrido sin fin, es una experiencia eterna, por lo tanto atemporal. La inercia del movimiento que llevaba sigue su curso sin ella y le arroja fuera de la rueda, golpeándola contra los barrotes de su celda.
En el incidente los soportes de su rueda se fracturan y la máquina inútil colapsa. Sin demora un brazo robotizado, que no necesita de un cerebro para ser más inteligente que todas las criaturas que le rodean, quita los tornillos del cubículo, retira la rueda e instala una nueva y reluciente. Antes de que una exhalación acabe la celda está cerrada de nuevo y el golem electrónico se ha marchado. Pero la pequeña hámster de carácter distraído no lo ha notado. En frente, en ese barrote que la acaba de herir hay una sustancia que corría dentro de ella. Es un líquido intenso, inconfundible e inolvidable, es un… ¿Color? Es intensamente… Rojo.
La rueda sigue sin girar, ella está extasiada y con sus manitas toca el rojo de su ser. Baja su mirada al piso gris y empieza a pintar con la tinta indeleble de sus ancestros. No puede ser inspirada, porque ella es inspiración, no recorre ningún camino porque ella lo es, pero aún no lo recuerda. Sus dedos tocan sin descanso la superficie que ha convertido en lienzo y de la nada aparecen símbolos extraños. Ante ella hay una criatura gigante sin piernas, labios u ojos. Es una columna colosal con millones de extremidades verdes que se alegran ante la luz de una esfera gigantesca.
Así como esas pequeñas alquimistas transmutan la luz en lo alto, bajo la superficie, la misma criatura se sostiene con la ayuda de colosales miembros que se pierden en lo profundo, juegan con los minerales que la energía capturada por sus compañeras en las alturas transformará en… Es la primera vez que la hámster está consciente de algo que ha hecho toda la vida, ella respira. Nunca ha visto esa criatura de su dibujo, pero es tan real como nada en sus pantallas. De hecho, parece ser lo único real en ese lugar.
Mira a su alrededor y todos continúan corriendo mientras tubos aleatorios les nutren con algún engrudo sin sal. Su corazón se agita, no está en donde debería, sin embargo, de la nada sus ojos se encuentran con otros. En otra jaula anónima uno de los suyos le contempla extasiado, es un él; los corazones se agitan mientras las miradas se funden. Su jaula se vuelve a abrir, el brazo robótico detecta la falta de uso de su nueva rueda y procede a capturar a la artista. La dictadura de los narcóticos se transforma para ella en la tiranía de la fuerza. Al otro lado de la escena el hámster tiene su propia iluminación, si ella se inspira, él lucha; donde hay vida hay amor y si ella es la vida él es la fuerza que le protege.
Mientras el robot se aleja con la artista, el hámster embiste las pantallas de su jaula y carga contra la rueda que consideraba su mundo antes de que a su contraparte le diera por pintar. Otro brazo llega a reparar los daños, en el momento en que la jaula se abre el pequeño titán sale de ella y corre por sobre todas las prisiones hacía su musa. La emergencia se declara y rápidamente pequeños autómatas voladores con cámaras rodean el lugar. El hámster alcanza al brazo y por primera vez en la vida se da cuenta de que tiene poderosas mandíbulas, se aferra a un cable y le destroza, la máquina pierde aceite y libera a la cuadrúpeda artista.
La pareja, igual que los millones que les rodean, sigue corriendo, pareciera que el arte de la opresión es el desviar los instintos de la naturaleza hacía círculos estériles. Ella y él buscan la libertad, los demás son autómatas. Mientas el cerco se cierra sobre ellos llegan a un rincón. Se detienen por un instante y ella toca su pecho con su manita, late, respira. Necesitan llegar a eso con lo que juega la criatura de la pintura. Esa energía que sirve como vehículo para los ojos y que la criatura transforma en la fuerza de sus pulmones. Ella lo vio en su dibujo, lo recordó en su sangre; él hará el camino.
El hámster empieza a pulir su percepción y nota un cilindro gigante que se adentra en las paredes de la prisión. De esa estructura emana un gas que ha estado inhalando toda su vida pero que sólo notó hasta el instante en que lo tocó la sensibilidad de su compañera. Toma el liderazgo del escape y la guía hacia la base de ese gran túnel.
Otro brazo que los persigue está por alcanzarlos, el tubo está más cerca pero su entrada está bloqueada por una rejilla, en el momento previo al impacto el hámster embiste a la artista hacía un costado y deja que el golem choque contra el obstáculo hacia su libertad. En medio del caos del golpe la pareja retoma su rumbo y llegan a la entrada recién despejada por su ciego enemigo. Es completamente oscura.
No hay brillos digitales, reflejos de pantallas o imitaciones aleatorias de la luz. Es un vacío absoluto que engulle hasta la capacidad de ver. Otro enemigo les ataca, esta vez desde dentro, miedo. Quedan estáticos, las máquinas les empiezan a cercar pero no se atreven a seguir. Es sólo un sueño, una ilusión de un momento de inmadurez piensa ella; pero su corazón ya lo tocó a él y este no va a renunciar a lo que su musa amó. La empuja y saltan hacia lo desconocido, rápidamente se dan cuenta de que tienen que ascender. Ese gran túnel se mueve hacia arriba, escalan con sus hábiles patitas en medio de la oscuridad y se percatan de que siempre pudieron ver en ella, esos brillos eran una forma de cegarles, haciéndoles creer que los necesitaban para ver.
Pequeños robots con orugas de tanque entran en escena y los persiguen en el ascenso, suben desesperadamente, saben que se acercan a su destino porque cada vez sus pulmones se llenan de un gas que no emana de mecanismos de enfriamiento sino de esa criatura que vive sobre ellos. El espacio entre los perseguidos y sus enemigos se reduce, están por lograrlo. De repente ella no lo siente más, voltea a ver y ya no la sigue. Metros más abajo los dientes del hámster están enfrentándose al metal de sus perseguidores.
El titanio de los oponentes le destroza sus diminutos huesos con cada golpe, ella quiere volver, pero así como su mirada le dijo a ese guerrero lo que tenía que hacer, ahora es él quien le marca el camino a ella. La vida siempre tiene que prevalecer y es ella la que la porta, debe llevar la semilla de un nuevo amanecer. Con las primeras lágrimas que sus ojitos derraman retoma su escape mientras él combate hasta su fin. Sólo se vieron por un instante de felicidad robado en medio de la lucha a la tragedia colectiva.
Mientras se aleja se pierden los sonidos de chillidos y cortocircuitos causados por una pelea en que la biología le recuerda a los chips que los corazones no se pueden programar. Ella corre sin descanso, tiene que encontrar esa pintura de su imaginación, de sus recuerdos de una existencia previa a la vida. No puede fallar ahora que él muere por los dos. Ya nada la sigue, todos están atrás y de la nada, al final del túnel, un pequeño rayo amarillo marca el destino, al fondo, sombras de gigantescas montañas emergen en su conciencia.
Otra vez está estática, ahora es la…Luz la que le detiene. Está, libre, todo un universo fuera de la diminuta prisión. Frente a ella una gigantesca criatura de madera que le habla a través de sus inhalaciones. Es tal y como la imaginó, su corazón late más allá de lo que el sonido registra y se convierte en inaudible, corre llena de esperanza hacía el árbol y trepa por el hasta llegar a su copa.
Parada en la hoja más alta, con sus ojos observando el firmamento y con sus pies sintiendo la extensión de la raíz más profunda comprende que la naturaleza es arte, la impresión de la consciencia a través de la voluntad. Es la materialización desde lo incognoscible de todas las facetas del equilibrio estático. Es, ante todo, el recuerdo inmortal de nuestro hogar, uno del que nunca nos hemos ido pero del que creemos alejarnos cuando sucumbimos a la imitación de la luz; cuando abrimos los ojos a los espejismos y los cerramos a la verdad.
Ya no necesita de colores para pintar, estos son solo interpretaciones subjetivas de la luz. Inhala como nunca lo ha hecho y con sus manos toma la vibración visible del poderoso sol, empieza a jugar con esa energía entre sus manos y traza sobre el lienzo de la inconsciencia colectiva el drama de la separación, ese que le da a la vida una nueva oportunidad de encontrarse consigo misma, una nueva generación de esperanza. Levanta su rostro y en una suerte de Tai Chi cósmico ve como la luna y el sol renunciaron a estar juntos para así traer vida a la tierra. Cada uno, por separado, dándole lo que necesita.
Él la abandonó, dándole la vida a ella con el sacrificio de la suya, para que ella diera a luz a un nuevo mañana. Sigue pintando en el vacío, sus oídos se empiezan a afinar y detectan que muy en lo profundo de las tinieblas de una diminuta prisión, que los reos ven como todo un mundo, las pantallas se empiezan a romper, las ruedas colapsan y los chillidos se transforman en auténticos rugidos de guerra.
Ninguno de los millones que ahora están peleando bajo tierra sabe, que en las alturas de la creación existe una musa que los guía, una musa que se hizo consciente de su divinidad, porque un guerrero murió abandonándola. En la copa del árbol más viejo, de la montaña más alta, una mujer se ha transmutado porque un par de roedores escogieron la grandeza.
En la catatumba de las ratas, millones de guerreros, guiados por esa voz que habla en su sangre, empiezan la lucha por su libertad. Empieza la marcha de los hámsters musa.
Angustioso y terrorífico. Esto me recuerda a la hipocresía de los amantes de los animales que tienen pájaros enjaulados, peces dentro de una pecera, perros en un apartamento o reptiles dentro de una caja, y después se manifiestan contra los toreros.
Precioso relato. Gracias. A mi me recuerda el hecho terrorífico de que millones de seres viven devorando y experimentando con otros seres inferiores y encima dedican el resto de la dicha al pecado y a la podredumbre moral. Si hubiera cielo nos tendrán que sacar la factura de todo el daño que hayamos hecho cada uno a la creación a sabiendas.
En Colombia hasta los Hámsters musa marchan, corren desesperados sin un destino claro. Ese es nuestro mundo. Somos los H. Musa de dos patas
Agradezco todas las circunstancias del tiempo que me llevaron a conocerte, te llevo muy presente.
SIGUE SIENDO LUZ para mi siempre lo fuiste y lo serás…
Sie leben in meinem Kopf und Herz. Ich liebe dich.