“El joven comunista Tamames nos llamaba fascistas a los que decíamos lo mismo que él ha dicho ahora en el Patio de Monipodio de la Carrera de San Jerónimo”
Por Eduardo García Serrano.- “Caló el chapeo, miró al soslayo, tentó la espada, fuese y no hubo nada”… no hay mejor análisis ni diagnóstico ni epitafio a la moción de censura de Vox que el escrito por Cervantes en el Siglo de Oro. Cuando cayó el telón en ese Patio de Monipodio que es el Congreso de los Diputados, en el que el Tito Berni y sus ladrones socialistas cocinaban sus saqueos sin más pericia que la que les otorga esa patente de corso que es el acta de diputado, los cincuenta y dos buñuelos de viento de Vox se hicieron una foto, como un grupito de adolescentes a las que las Madres Ursulinas llevan de excursión, gritando a coro “Viva don Ramón”. ¡Qué enternecedor, coño!
Fuéronse, imagino que corriditos de puro gusto, con el pecho hinchado de vanidad sin laureles… y nada. El yayo comunista antaño, neoliberal hogaño, a su manta, a su siesta, a sus sopas y a vender en Amazon los luminosos descubrimientos políticos impresos en su discurso parlamentario. Argumentos, por cierto, que ya habíamos descubierto hace cuarenta y siete años, entre otros muchos, un servidor y el ninguneado Blas Piñar. Por aquellas calendas, el joven comunista Tamames nos llamaba fascistas a los que decíamos lo mismo que él ha dicho ahora en el Patio de Monipodio de la Carrera de San Jerónimo sobre la II República, sobre Largo Caballero, sobre el criminal PSOE, sobre la chusma separatista, sobre el cantonalismo autonómico y sobre el feminismo sans-culottes . ¡Vaya por Dios!
Bienvenido abuelo, cuarenta y siete años tarde, pero bienvenido. Solo hubo un momento en el que el yayo pareció, solo pareció, tentar la espada y, aunque fue un espejismo, a sus monosabios de Vox se les fruncieron los esfínteres. Fue en la despedida, sin guión, sin papeles y sin apuntador en el sonotone, cuando le dijo al censurado que nos estaba llevando a 1936. ¡ Anda, coño! ¿Y la solusión, don Ramón? Pues la solución que no dio está en Joaquín Costa, al que usted solo citó por el asunto del follaje, la flora y los bosques, pero no por su célebre Cirujano de Hierro, que es el médico militar de ese pelotón de soldados de Oswald Spengler que, al final, acaba siempre salvando a la Civilización. O sea, a España.
Fuéronse, y no hubo nada. ¡Hala, don Ramón! usted a su manta y a sus sopas y Vox a sus urnas de vuelo gallináceo. Algunos, pocos, muy pocos, seguimos donde siempre, acampados a la orilla del Rubicón esperando a las Águilas del César.
dentro de poco veo a abascalito levantando el puño