¡Llenazo histórico en el coso de Melilla! Los toros, hoy más que nunca, revulsivo del orgullo y la identidad nacional
AD.- Hace unos años, un lleno en un coso taurino no pasaba de ser un dato estadístico ligado a un espectáculo cultural. Hoy, en cambio, una plaza de toros rebosante de público nos reconcilia con los españoles y nos hace creer que acaso no todo esté perdido. No hay resonancia del pasado en estas palabras. Sólo emoción de ver cómo la fiesta brava ha repuntado esta temporada. De cara a la Feria Taurina Salamanca, nunca se vio nada igual. A las 3 de la mañana, ya había gente haciendo para conseguir una entrada a la mañana siguiente. Largas colas para el mismo propósito en Murcia y Albacete. No hay un espectáculo que deje tantos millones en la hostelería como José Tomás pasando como un ciclón por las ciudades en las que torea. La Goyesca es el único acontecimiento que llena los hoteles de Ronda. Y por si fuera poco, Morante y Roca Rey han resucitado este año la rivalidad histórica que añade a la fiesta muchos decibelios de emoción.
A base de verter mala baba, lo que han conseguido los animalistas y la mafia progresista es despertar el interés por la Fiesta Nacional y que celebremos la masiva afluencia a las plazas como un éxito colectivo y como un triunfo del David identitario contra el Goliat globalista. Los peores bichos de este país, títeres del poder invisible que mueve los hilos, llevan años plantando fiera batalla a la tauromaquia. Cuentan para ello con el apoyo de los principales medios de comunicación, de varios gobiernos autonómicos y de la izquierda sin prácticamente excepciones. Aún así lo van a tener muy difícil para acabar con una fiesta incrustada en el alma de millones de españoles. Melilla es un ejemplo.
El pasado martes, coincidiendo con el 75 aniversario de su inauguración, se celebró una corrida de toros que puso el cartel de “No hay billetes” en las taquillas de la Mezquita del toreo, así llamada por el maestro Gregorio Corrochano. Se añade trascendencia al acontecimiento por tratarse de la única plaza activa de África. Sin ningún patrocinio público, gracias a la labor sorda pero inexorable de un torero que lo fue de Melilla, Antonio Criado ‘El Goy’, que con sus contactos y portentosa gestión fue capaz de regalar a sus paisanos un festejo taurino muy digno, que contó con una terna de lujo: El Cordobés, El Fandi y Gonzalo Caballero. Nos van a permitir que destaquemos este éxito con mayor intensidad que el que se produce en otras plazas. Pero nos motiva la contundente y demoledora respuesta de los españoles de Melilla, a la pretensión de acabar con la tauromaquia, que tiene el presidente-traidor de la ciudad, Eduardo de Castro, aunque los que de verdad gobiernan son los consejeros del partido musulmán de Mustafá Abercham y los socialistas. Frente a estos canallas, los melillenses de origen español comprendieron que no había mejor forma que reivindicar su españolidad que acudiendo a la corrida de forma masiva. Así lo entendieron también PP y Vox, que llamaron a llenar la plaza.
Es preciso insistir en la contradicción de quien, lejos de preservar la vida de los animales, lo que busca sobre todo es acabar con un espectáculo íntimamente incardinado a la tradición y la identidad de un país al que odian profundamente.
La fiesta brava constituye uno de las principales símbolos identitarios de nuestra nación, y no es descabellado atribuir la escalada de violencia verbal y física de los antitaurinos a su objetivo de poner fin a una tradición nacional en beneficio de la cultura global. Odian todo lo nuestro, todo lo que nos resulta propio, todo lo que subraya nuestra singularidad nacional. Ellos preferirían que consumiéramos carne transgénica y que rezáramos mirando a La Meca.
Podríamos glosar la proyección artística y cultural de los toros a través de los lienzos de Goya, los aguafuertes de Picasso, la poesía de García Lorca, los metrajes de Orson Welles o las narraciones de Hemingway.
En junio de 1936, solo dos meses antes de su brutal asesinato en Granada, Federico García Lorca manifestó:
“El toreo es, probablemente, la riqueza poética y vital mayor de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que la fiesta de los toros es la más culta que hay hoy en el mundo. Es el drama puro en el cual el español derrama sus mejores lágrimas y sus mejores bilis. Es el único sitio a donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza.”
En otra ocasión, en una tertulia taurina, el poeta opinó sobre el Duende en el Toreo:
“El duende en los toros adquiere sus acentos más impresionantes porque tiene que luchar, por un lado, con la muerte, que puede destruirlo; y por otro lado, con la geometría, con la medida, base fundamental de la fiesta. El toro tiene su órbita; el torero la suya. Y entre órbita y órbita, un punto de peligro donde está el vértice del terrible juego. Se puede tener musa con la muleta y ángel con las banderillas y pasar por buen torero, pero en la faena de capa, con el toro todavía limpio de heridas y en el momento de matar, se necesita la ayuda del duende para dar en el clavo de la verdad artística.
El torero que asusta al público con su temeridad en la plaza no torea, sino que está en ese plano ridículo, al alcance de cualquier hombre, de jugarse la vida; en cambio el torero mordido por el duende da una lección de música pitagórica y hace olvidar que tira constantemente el corazón sobre los cuernos. Lagartijo con su duende romano, Joselito con su duende judío, Belmonte con su duende barroco y Cagancho con su duende gitano, enseñan, desde el crepúsculo del anillo, a poetas, pintores y músicos, cuatro grandes caminos de la tradición española”.
Los toros refuerzan además nuestros lasos fraternales con las patrias de Víctor Mendes, de Sebastián Castella, de Roca Rey, de César Rincón, de Morenito de Maracay y del maestro mexicano Arruza.
Si los antitaurinos fuesen coherentes con los ideales en favor de la vida que dicen defender, los antitaurinos tendrían que tener una posición clara y rotunda en contra del aborto. Si a los antitaurinos les preocupara la pérdida de vidas animales, los antitaurinos no mantendrían el miserable silencio que mantienen con las peleas de gallos, las cacerías de ballenas en aguas australes, las matanzas de focas en Groenlandia, los cotos de caza donde se dan cita algunas de las principales personalidades de la vida española o el salvaje sacrificio que lleva aparejada la elaboración del foie gras. La tauromaquia en cambio es amor a la naturaleza y respeto al medio ambiente, es una simbiosis de hombre y campo, es ver crecer al toro bravo en libertad y rodeado de las atenciones y cuidados de las que, por desgracia, la mayoría de las personas no tienen. Es la belleza de la vida largamente preparada para afrontar con grandeza el rito de la muerte.
Por todo ello, ¡bravo por los melillenses y viva para siempre nuestra Fiesta Nacional!
¿Saldrá la noticia en medios nacionales? Pregunta retórica!
Si nuestro orgullo y nuestra identidad nacional depende de una “fiesta” en la que se tortura a un animal, apañados vamos. Me da absolutamente igual quien diga que esto es una fiesta o que es patriota. Ver a un pobre animal sufrir, no es ni noble, ni español. Y no hace falta ser comunista o separatista para estar en contra de tal barbarie. Igual que no hace falta ser fascista o conservador para estar a favor.
Basura de gente.
ADMINISTRADOR: Lo mismo dijeron de tu puta madre cuando te cagó.
Llenazo porque de ser una altísima expresión de nuestra tradición, ahora mismo, la dictadura progrejeta lo ha relegado a lo insólito.