AD.- Lo malo no es que España tenga un presidente como Pedro Sánchez, lo realmente malo es que España tenga un presidente que le haya tomado la medida a los españoles, que sepa tan bien lo poco que valemos, lo indignos y cobardes que podemos llegar a ser. El viernes era todo malestar social debido a las subidas generalizadas de precios que nos han empobrecido un 33 por ciento más que hace solo un mes. El pretexto para este nuevo rejonazo a la yugular de nuestras economías domésticas era la guerra de Ucrania. Lo que entonces debemos preguntar es por qué continuar alimentando un conflicto bélico que tanto nos castiga con el envío de armas y por qué continuar con las sanciones a Rusia cuando somos nosotros los principales damnificados.

La economía de Rusia apenas se ha resentido; la bolsa de valores de Moscú está abierta, no hay desabastecimiento en los supermercados, el rublo goza de muy buena salud y Rusia está vendiendo energía a precios extraordinarios (incluso después del descuento).

Mientras que la doctrina de Clausewitz (a la que Rusia se adhiere ampliamente) aboga por el desmantelamiento del “centro de gravedad del enemigo, para lograr la victoria”, en este caso, presumiblemente, el control occidental de la moneda de reserva global. y sistemas de pago. Hoy, más bien, son Europa y EE. UU. los que lo han estado desmantelando ellos mismos: y encerrándose aún más en una inflación vertiginosa y una actividad económica en contracción, en algún ataque inexplicable de masoquismo moral.

Si la política occidental de sanciones es la peor de todas, por qué insistir en ella. Estamos sufriendo un choque energético que está inflando aún más los ingresos de la guerra de Rusia… Los españoles somos cada día más pobres. Se está acelerando la composición de una sociedad de dos velocidades: una élite oligárquica y una población de parias con una economía de supervivencia. Todos los partidos forman parte de la élite. El pasado viernes se instaló en la élite un temor generalizado de un levantamiento de chalecos amarillos en toda España, la sospecha de que un público voluble no tolerará el impacto del costo de vida una vez que los horrores de Ucrania pierden su novedad en las pantallas de televisión.

Falsa alarma. En solo 48 horas, la población española ha vuelto encantada al redil donde la masa lanar es trasquilada una y otra vez. Que se lo pregunten a Manuel Hernández. Han puesto fin a su minutito de gloria en un ver y no ver. El viernes estaba tan exultante y seguro de sí mismo y ayer lunes se le veía tocado y hundido, con la ministra de Transportes desquitándose a gusto y calificando a su plataforma de “residual”. Espero que al hombre le haya dado tiempo para negociar con Vox un futuro chiringuito.

Desconfíen de los que se presentan como apóstoles del cambio para que todo siga igual. Pagamos a los que nos roban para que luego nos presten con intereses. Nos hipotecamos porque es. Una de las ventajas de las democracias liberales es su poder encantador para que los votantes acepten ser castrados y lancen vítores a sus castradores. Es imposible construir una casa porque los permisos los tienen ellos. Los permisos los tienen ellos y solo se los dan a los que nos roban. Comemos su basura porque no puedes ni comprarle leche al vecino que tiene la vaca. El vecino que tiene la vaca no puede vender su leche porque hay una ley de sanidad que le impone unos trámites imposibles. Los únicos que pueden cumplir esos trámites son las multinacionales. Las multinacionales venden basura, pero bien empaquetada que finalmente comemos. La comemos porque comprar algo natural es ilegal o se trata de un lujo carísimo o arduo de encontrar. Y así con cada actividad vital. Antes, la gente podía al menos vivir fuera de los confines de una sociedad: retirado en un pueblo rural, perdido en el monte, vagabundeando o exiliado. Ahora no, allá donde vayas hay una valla, una cámara, un guarda, un arco de seguridad, una restricción, una prohibición. Da igual que estés en el campo o en la ciudad, en la playa o en la montaña, en un café o en la calle. Aunque no molestes a nadie la gente te llamará la atención y te amenazará. Ese es otro logro de los Estados modernos. Han acabado con los vínculos de semejanza y complicidad entre las personas. Han sublimado aquel dicho decimonónico y caciquil: “a mi enemigo la ley”.

Nos tienen sometidos con tretas contra las cuales es desesperante luchar, pues el entramado legal está diseñado como una telaraña tortuosa que atrapa y desmotiva al ciudadano. ¿Acaso es una sociedad más justa por tener más leyes? Y cada vez habrá más, pues su objetivo es múltiple: Controlar, recaudar, adiestrar y proporcionar el subterfugio legal para que los afiliados al sistema puedan seguir gozando de sus favores. De esta forma la ley se convierte en un bulto para las personas de bien y un lucro para los mezquinos.

En ese contexto de alienación y cobardía colectiva, ¿extraña a alguien que la indignación generalizada del viernes por la carestía de vida, se convirtiese ayer lunes en claudicante resignación? Bastó que el presidente Sánchez anunciara una bonificación al carburante de un mínimo de 20 céntimos por litro aplicable tanto a particulares como a profesionales, a residentes autóctonos como a turistas. Solo un pueblo tan mortificado por la indignidad y la cobardía podía terminar aceptando una bonificación que no llegará a asumir ni el 50% de la subida de los precios que han notado, en mayor medida, los que llena el depósito con gasoil, que son la mayoría en nuestro país.

Más de dos terceras partes de los vehículos que hay en España utilizan gasóleo A, el carburante cuyo precio más ha aumentado desde principios de años. En concreto, el 1 de enero de 2022, en España, el gasoil costaba 1,36 euros el litro. A finales de marzo, el precio ronda 1,85 euros por litro, situándose a la par que la gasolina e incluso en ocasiones más caro. Es decir, el aumento del precio para esta parte de los conductores, que suponen la mayoría en España, ha sido de unos 50 céntimos por litro en apenas tres meses.

Con la bonificación del Gobierno, los consumidores se ahorrarán, al menos, 20 céntimos, ya que el Gobierno corre con 15 céntimos de gasto, mientras que las petroleras asumen otros 5, como mínimo, y es que algunas de ellas ya habían decidido, hace algunos días, rebajar el precio de los carburantes a sus clientes cerca de 10 céntimos, dependiendo de la empresa. Pero, hasta completar los casi 50 de subida, quedan unos 30 que debe seguir asumiendo el consumidor para poder llenar el depósito.

La bonificación anunciada por Sánchez sigue lejos de amortiguar la subida de los precios registrada desde principio de año, pero eso al pueblo español le da lo mismo. No hace falta ser politólogo para saber por qué, porque ya lo decimos aquí: España es un país de indignos y de cobardes patentados. Y Pedro Sánchez lo sabe.

Ante esa lacerante realidad, ¿a quién le importa una posible guerra nuclear?