¿Por qué le cuesta tanto a la casta política separarse de su parasitaria forma de vida? Lo comprobamos estos días con el canario Alberto Rodríguez,  separado de su escaño tras la sentencia del Supremo por la agresión a un Policía y la retirada de su acta como diputado. Rodríguez está dispuesto a remover Roma con Santiago con tal de seguir disfrutando de los privilegios económicos y las prerrogativas que nunca le concedería un puesto de trabajo adecuado a sus méritos reales.

.Si tuviéramos que resumir la renuencia de Rodríguez a abandonar el cargo en una palabra, sería: deplorable y vergonzoso.

El ya ex diputado de Podemos representa fielmente a una casta que no acata las resoluciones judiciales si estas van en contra de sus intereses y que es inconsecuente en sus compromisos. Y lo peor es que lamentablemente aún haya gente que la defiende.

Sabe Alberto Rodríguez que nunca va a disfrutar de una situación de privilegios como la que ha tenido durante sus cuatro años vegetando a la sombra del Congreso de los Diputados. Y que sus perspectivas profesionales en la empresa privada son bien escasas. La prueba terminante de que el sector privado funciona mucho mejor que el público es que personajes como Alberto Rodríguez nunca hallarían acomodo en la dirección de una gran empresa. Desgraciadamente, la política en España se ha convertido en el refugio de los más incapaces y de los que no sabrían sobrevivir si estar afiliados al dinero público.

Claro que siempre les quedará el socorrido recurso de recuperar la flauta e irse con la música a otra parte.