El Padre Custodio guía a los militantes de Vox Málaga: “Veo en don Antonio Pulido el sincero deseo de devolver a la política su perdida dignidad”
P. Custodio Ballester. Cuando alguien interrogó al Señor si debían pagarse los impuestos al Cesar, Jesús preguntó de quién eran la imagen y la inscripción grabadas en las monedas. «Del César», fue la respuesta. El Señor dijo entonces: Dad pues al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios (Mateo 22,15-22).
Así pues, la moneda pertenece al César puesto que lleva la imagen del César; pero los seres humanos pertenecen a Dios, son sus criaturas ¡porque llevan grabada en sus almas la imagen de Dios! Y esa imagen la lleva también el propio gobernante. Por lo cual, «Lo que le pertenece a Dios» incluye al propio César: por eso ¡el César debe obedecer a Dios!
Tanto el pasaje de Samuel como el del Evangelio de San Mateo, nos enseñan lo que el Concilio Vaticano II comentó extensamente por mucho que lo olviden casi todos: que la separación entre Iglesia y Estado no significa separación entre Dios y el Estado o, mejor dicho, entre Dios y el hombre, por más que éste se organice en Estado. Si el hombre se separa de Dios, se descabeza. Si el Estado se separa de Dios, se desintegra. Creo que Antonio Pulido, que fue vicepresidente de Vox en Málaga, con su iniciativa “Plataforma Antigestora de Vox Málaga”, oficializada con una celebración eucarística en la parroquia de Nuestra Señora de Fátima, concibe así la política. No como una beatería de católicos con tufillo a incienso, sino como el deber y el compromiso de velar por la salud de la sociedad, de la “polis” y dar testimonio de las verdades morales sin las cuales el “bien común”, que debería ser el objetivo de todo gobierno, no puede subsistir. Estas son verdades morales básicas comunes a toda denominación cristiana. Son los principios innegociables que expresó con valentía Benedicto XVI:
– La sacralidad e inviolabilidad de la persona humana desde su concepción hasta su muerte natural.
– La defensa del matrimonio natural (formado por un hombre y una mujer) y de la familia.
–La libertad de los padres para educar a sus hijos conforme a sus convicciones, sin interferencias estatales que coarten este derecho.
–El bien común, obligación irrenunciable de todo Estado y de todo gobierno legítimo.
Precisamente por ser verdades absolutas y no exclusivas de la Iglesia, por ser de orden natural, deben servir de base para las políticas oficiales.
No sólo los individuos tienen la obligación de obedecer a Dios individualmente, sino también cuando se organizan en forma de gobierno. Es más, el Pueblo de Dios no pierde su ciudadanía en la tierra por estar tramitando su ciudadanía del cielo (cf. Flp. 3:20). En todo caso, nuestra fe en el Reino del Cielo hace que nuestro interés en la tierra aumente en lugar de disminuir. ¿Por qué? Porque todo el bien que hacemos en la tierra no se pierde en el otro mundo, sino más bien permanece y llega a su plenitud.
Los católicos tenemos la ineludible obligación de influir con nuestro voto, eligiendo representantes que se comprometan a defender los valores cristianos en su actuación política. Los católicos tenemos la obligación moral de aglutinar el voto católico para que nuestros valores se conviertan en un verdadero atractivo para políticos que aspiren a representarnos.
En la tradición católica, la ciudadanía es una virtud; la participación en el proceso político es una obligación. No somos una secta apartada del mundo, ¡somos una comunidad de fieles llamados a renovar la faz de la tierra! No es misión de la Iglesia poner las urnas para votar; pero sí que lo es recordar a todos sus miembros, que también ante las urnas seguimos siendo miembros de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Si desde nuestra identidad católica no presionamos empezando por las urnas para moldear las políticas oficiales de acuerdo con las verdades morales y los principios innegociables… ¿acaso seremos creíbles cuando afirmemos con acento persuasivo que ésos son nuestros principios?
Más aún, ¿tendremos derecho a quejarnos de que nuestros gobernantes no tienen principios, si nosotros actuamos también como si no los tuviésemos?
Este es el momento, y he aquí el reto. No podemos seguir pensando que nuestra fe es tan solo una «cuestión personal e íntima». Jesucristo enseñó en público y fue crucificado en público. Ahora resucitado, Él nos coloca en la palestra pública y nos ordena hacer discípulos en todas las naciones (Mateo 28:18-20) para que la gloriosa libertad de los hijos de Dios alcance a todos los hombres. ¡No podemos fallarle ni a Él ni a nuestra nación!
Veo en don Antonio Pulido y en su iniciativa el sincero deseo de devolver a la política su perdida dignidad. Es decir, transformar la “cueva de bandidos” en que se ha convertido para mudarla, al decir de Benedicto XVI, en “una significativa forma de caridad”. Así pues, ¡adelante con los faroles!
Mis mejores deseos a los que participan de la Plataforma Antigestora de Vox Málaga. No sé si esta batalla -como tantas otras- se acabarán ganando… De lo que sí estoy seguro, como ciudadano y como sacerdote, es de que esta batalla debemos lucharla hasta el final. Ánimo pues. No desfallezcáis. Otro más grande que nosotros trocó el mayor fracaso en la más esplendorosa victoria.
El “dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” se complementa con lo que Cristo le dijo a Pilatos, complemento que no se puede olvidar cuando se cita lo primero: “No tendrías poder sobre mí, si no se te hubiese dado desde el cielo”. Es decir, todo el que manda debe hacerlo siguiendo lo que se le dice desde el cielo, que no es más ni menos que lo que Cristo dijo en la tierra.
Qué palabras tan bonitas viniendo de un gran hombre. Qué lección de fe nos ha dado Padre.