Begoña Vila*.- Estos días no se habla de otra cosa, Isabel Diaz Ayuso, agarró el toro por los cuernos de los acontecimientos políticos en España que sucedieron desde la capital y que pretendía cumplir la penúltima hoja del libro de ruta del comunismo, y lo que es peor aún, del independentismo.

Llegó a la cúpula del PP, tras la caída de Esperanza Aguirre y de la mano del nuevo máximo mandatario del partido de la gaviota, Pablo Casado, que le confirió todo el poder para la comunidad madrileña.

El primer objetivo, cumplido. Lo siguiente, las elecciones autonómicas, tras las que consiguió gobernar gracias a unos pactos suscritos por el aparato con Ciudadanos, que ella ha cumplido a rajatabla.

Llegó la pandemia que, aunque nadie esperaba, el Gobierno sí conocía su existencia.

Empieza a tomar decisiones consensuadas que comenzaron a pasarle factura en su imagen. La factoría Redondo inició una campaña de desprestigio que puso nervioso a Casado y repercutió negativamente también en Ayuso. La izquierda y la extrema izquierda en el Gobierno ven presa fácil en la presidenta madrileña e insisten en una estrategia que se llevó por delante a Cayetana Álvarez de Toledo. Casado, además, rompe con su gemelo Vox, de una forma muy poco ortodoxa. Se empieza a visualizar una caída de Ayuso y nuevas elecciones en la comunidad madrileña. Llega el verano del 2020, el de la pandemia, y la sensación era que Ayuso caería en septiembre. Para los machos alfa de la izquierda era solo una mujer vulnerable. Y se han equivocado.

Es el pasado verano cuando la presidenta de todos los madrileños se empodera, le ve las barbas a su vecina y empieza a tomar decisiones, se enfrenta al Gobierno y a su partido, le informa, pero no le pregunta, porque además, si alguien está tocado, ese es Pablo Casado, mal compañero de viaje con el discurso moderado copiado de Galicia, pero que en Madrid no cuela.

Los madrileños empiezan a ver gestión; el Zendal es un claro ejemplo, mientras la oposición, con toda su maquinaria mediática, sigue lanzándole dardos envenenados. El partido la apoya con la boca pequeña. Las popularidad de Ayuso se empieza a dejar sentir en las encuestas, lo que coge con el pie cambiado al Gobierno social comunista de Sánchez e Iglesias. Pensaban que se las veían con una “débil lideresa” y Ayuso seguía dando a los madrileños las soluciones que el Ejecutivo no era capaz. Y cambió la tendencia.

Ya no podían esperar más. El Gobierno social comunista empieza el desembarco en las autonomías populares con una cascada de mociones de censura junto a los cambiachaquetas de Ciudadanos. Solo una tiene algún viso de fructificar, la de Castilla y León. En Murcia, el PP logra salvar los muebles gracias a los tres diputados tránsfugas de Vox. La presidenta Ayuso fue informada de madrugada de la presentación de una moción en Murcia. Está convencida que el siguiente objetivo es Madrid y mueve fichas cesando a los consejeros traidores del partido de Arrimadas, con el vicepresidente Aguado al frente, colaboradores necesarios de los social comunistas, y a media mañana convocando elecciones. Las críticas a su decisión no se hicieron esperar. Se abre una brecha legal que tiene que cerrar el TSJM fallando en favor del adelanto electoral.

Ayuso es ahora la política del momento, y tendrá el 4 de mayo unas elecciones para las que, en el peor de los casos y con el permiso de Tezanos, solo necesitará a VOX. No parece que los de Abascal vayan a ser un obstáculo, sobre todo porque no están en condiciones de oponerse a un gobierno liderado por Ayuso.

Así las cosas, el PP puede liberar a España del desastre comunista. Por eso las elecciones en Madrid son tan importantes para el resto de España. En ellas veremos traducido el hartazgo del pueblo español con el régimen bolivariano que está destruyendo este país.

Y un mensaje al PP: dejen de pintarse la cara con los colores del feminismo ideológico para quedar bien, dejen de ir detrás de pancartas progres y rescaten a Álvarez de Toledo. Tienen el ejemplo de Ayuso. Aquí ya no vale la moderación impostada. O comunismo o libertad. Hagan del PP lo que siempre ha sido: un partido de valores, libertad y sin complejos.

*Begoña Vila es delegada de AD en Galicia