Carne y Alma
Carlos X. Blanco.- Paulo miró por la ventana. Era el mismo capote gris sobre las torres de acero. Apuró la taza de brebaje y depositó la yema de sus dedos sobre los cargadores. La recarga más el brebaje se llamaba “tomar el café”. Y ese era uno de los mejores momentos del día. Lo demás no era sino rutina, incursión en medio de la neblina oscura y espesa que impregnaba la ciudad. No era la neblina acuosa que solía notar en la granja. No. Era grasienta y tóxica. Todo cuanto se arrastraba o sobrevolaba la ciudad era así: un espesor sucio y lacerante.
El tubo de descenso le dejó justo en el garaje, donde apenas intercambió huraños gestos de saludo que, en días menos oscuros, habrían sido “¡Buenos días! dichos a viva voz, con ánimos recién estrenados de madrugada. Pero, tras la llegada del Desastre, las relaciones sociales se habían tensado. Paulo tuvo que “trabajar” mucho en aquellos días. Le enrolaron en un regimiento de cazadores. Y la caza mayor fue intensa, frenética. Aquellos días tuvieron, como en las viejas guerras, un toque de épica. Pero en realidad la caza mayor se parecía bastante a la labor de una empresa fumigadora. La única diferencia es que estas “ratas” se defendían, con pocos medios y muy desorganizadamente, pero no querían dejarse cazar. Los tiempos heroicos habían pasado, y las ratas bípedas que se habían rendido, malvivían en las granjas y en los clubes de ocio.
El coche salió disparado del garaje. Como cazador veterano, contaba con pista abierta, sin semáforos ni paradas en cruces, todo el camino recto hasta la granja. Veinte kilómetros de distancia eran muy pocos instantes de trayecto. En seguida, se le abrió el campo ante sus ojos.
El campo no le gustaba. Él no era como la “carne” con la que trabajaba. Éstos sí que se enternecían con el estallido de flores en primavera, con el rugido de los truenos en verano, con la caída de la nieve en enero. El campo era para Paulo ausencia de confort. El campo era vestigio de las viejas guerras, de los viejos tiempos heroicos pero duros. El campo era solo una leyenda para los mega-niños en las escuelas. Mucha gente dudaba de su existencia, pero ¡vaya si existía”. Allí es donde Paulo debía acudir cada día, en su condición de veterano de los cazadores. Alguien tenía que cuidar del ganado.
En el puesto de control, el acostumbrado oficial granjero le saludó con la reverencia debida.
– Señor. Bienvenido. Sin novedad.
Paulo llevó el dedo a su visera. El auto entró en el recinto. Los guardas granjeros reconocieron enseguida la llegada de su jefe. Los jefes contaban con ese privilegio de dormir fuera de la granja. Los oficiales, en cambio, por turnos de siete días, debían quedarse dentro del recinto aunque, a cambio, podían disponer de la “carne” todo cuanto quisieran.
El oficial del turno de noche, Muammar, se le acercó y dio la reverencia.
– Todo en orden, señor. Algunos muchachos se han excedido con la “carne” esta noche y hemos perdido tres unidades. Harán turno doble para compensar las pérdidas, como manda la Ordenanza.
-Algunos granjeros no querrán aceptar el retiro, cuando les llegue. Se lo pasan demasiado bien. – repuso Paulo.
Muammar optó por guardar silencio. La parte de responsabilidad que a él le cabía, podría hacerse evidente.
– El problema es empatizar. La “carne” tiende a empatizar ¿comprende, joven?
Muammar sabía de sobra. El jefe tocaba un tema que le afectaba de lleno. La predilección del oficial por las rubias era de sobra conocida.
– Empatizar es lo que ningún granjero debería hacer jamás. La “carne” posee unos circuitos muy rudimentarios. Aunque se les adiestre para la obediencia, la sumisión y el suministro de goce, ellos y ellas tienden a buscar más. Buscan la afectividad, y lo hacen incluso con quien es su legítimo amo. Son circuitos de mamífero, que nada saben de superioridad, de jerarquía, de leyes de control sistémico… Deberíamos haberlos aniquilado a todos durante el Desastre.
El oficial conocía las ideas de Paulo a la perfección. Un veterano. De la vieja escuela.
-Puede retirarse a descansar, Muammar. Voy a ver el ganado.
Y así hizo el joven oficial. Dos guardias, en cambio, siguieron a Paulo hasta los establos. El ganado no era manso del todo.
Allí, en los barracones, se presentaba el triste espectáculo de lo que ellos, mega-híbridos, llamaban “la carne”. Apenas vestidos con andrajos, más bien desnudos, hacinados y pasionales, hablaban entre sí de la manera en que ellos acostumbraban a hacerlo: recurriendo a interjecciones, a cambios de tono imprevistos, a recargas emocionales absolutamente innecesarias.
De entre la masa carnal, Paulo reparó en la joven rubia. “Seguro que ya ha sido gozada por Muammar”, se dijo para sí el jefe. Pero aquella primacía en el uso no le importó demasiado. La noche no había sido buena. En su apartamento, en el piso 189 de la Torre Von Neumann, la mugre era espesa, y las descargas nocturnas de sus circuitos se asemejaban demasiado a lo que la “carne” hubiera denominado con el término pesadillas. Los mega-híbridos rara vez soñaban, pero cuando lo hacían, ésta sensación era demasiado carnal, demasiado brutal, demasiado “humana”. Esa era la palabra obscena que Paulo hubiera querido en todo momento evitar.
“Humano”, “demasiado humano”. Un mega-híbrido no podía caer más bajo, no ya con sus actos, sino a través de sus descargas electrónicas inconscientes, que convertirse en “carne”. Y aquella noche había “soñado” otra vez con un trocito de carne rubia muy semejante a la que allí enfrente se movía, hablaba y gesticulaba.
Paulo le indicó, por medio de una palmada y una señal del índice, que ella se le acercara. Todo el grupo carnal guardó silencio y se hincaron de rodillas. La muchacha, gateando por el suelo de heno, se aproximó al amo.
-Vamos a mi bungaló- le dijo el jefe.
En medio de un silenció atronador, pues la carne siempre reaccionaba así cuando se llevaban a uno de los suyos, la chica se incorporó y salió detrás de Paulo.
Como era costumbre, la carne se desnudó y pasó por la ducha. Allí, en el bungaló, había vestidos de los “viejos tiempos”, cortos y sugerentes. Los mega-híbridos, andróginos en gran medida, llevaban siempre monos elásticos y sintéticos. Pero todavía se encontraban vestidos sexistas de la era anterior, una era asquerosa y “humana”, demasiado “humana”.
– Estás muy linda así – le dijo Paulo.
La muchacha recogió su cabello trigueño mojado, y las gotas de agua se deslizaban por una piel muy suave.
– Los mega-híbridos ¿sabéis distinguir a una muchacha linda de la que no lo es?
Paulo se echó para atrás, completamente sorprendido. Lejos de percibir miedo y sumisión en su trocito de carne, ella le espetaba una pregunta, tomando totalmente la iniciativa.
– Vosotros no sentís nada cuando estáis con una mujer. Eso es lo que se cuenta. Vosotros no sentís amor ni pasión, sólo simulaciones. ¿Tú crees que realmente te gusto?
El jefe de la granja de carne no daba crédito. Su trocito le tuteaba y le interpelaba a bocajarro.
– ¿Cómo te atreves a…?
– Me atrevo, híbrido oxidado, porque no tengo nada que perder –le dijo la rubia. Me llamo Diana. ¿Y tú?
El amo aceptó el juego. Así lo quiso ver, como un juego. En algún lugar había oído decir que los humanos, en tiempos remotos, aceptaban que sus esclavos les hablaran de tú a tú. Eso sacaba a los hombres libres y poderosos de su aburrimiento, y saciaba un oscuro deseo de autohumillación. Dejarse maltratar por una posesión suya era divertido… de momento.
– Antes de que hagas conmigo lo que tienes derecho a hacer, pues eres el amo, voy a decirte una cosa. Tu “yo” es una ilusión.
Paulo abrió mucho la boca. Le preguntó a la rubia qué diablos quería decir.
– Un hombre de negocios, sí, un trozo de carne como yo, diseñó la hibridación.
El jefe de la granja se rió a carcajadas.
– ¡El viejo mito!
Diana le clavó sus hermosísimos ojos celestes:
– ¡Un mito que es verdad sagrada!
El jefe creyó que la escena se le iba de las manos y, activando su programa de “furia defensiva” le asestó un sonoro bofetón. Aquellas mejillas sonrosadas parecieron estallar, y la muchacha cayó de rodillas por el impacto.
– ¡Te ofende la verdad! – gritaba Diana – ¡Hay una parte humana todavía en ti! ¡Te diré quién fue vuestro creador!
Paulo activó un segundo nivel de “furia defensiva”. Comenzó a golpearla, le desgarró el vestido y comenzó una serie de horrendos abusos. Pero Diana no se callaba. Entre sollozos gritaba:
– ¡Fue George Orson! Ese viejo, dueño de medio mundo, ese fue quien ordenó a sus tecnólogos crear a vuestro ancestro: el hybrid-21.
“En 2021 nació el primer híbrido. Un niño de aspecto normal, pero con chips implantados en el cerebro. Muchas de sus funciones intelectuales y emocionales fueron suplementadas con tecnología electrónica miniaturizada. La Orson Fundation fue propagando en secreto los híbridos”.
Paulo dejó de golpearla. Jadeante, no pudo sino escuchar.
“Los H-25, los H-32… Vinieron muchos otros modelos de semi-hombres, de híbridos. Hasta que los expertos pusieron a disposición de George Orson toda la tecnología de ingeniería genética humana. La Orson Foundation clonó personas y experimentó nuevas combinaciones genéticas, entretejidas con la microelectrónica y la computación. Y así nacisteis vosotros, que os creíais superiores”
“Comenzaron los híbridos a proliferar, como la cizaña entre el trigo. Y ellos, tus antepasados, ganaron en altivez. Erais más hermosos, más inteligentes, más diestros y fuertes en las ciencias, las técnicas y los deportes. Pronto, los “trocitos de carne” comenzamos a sobrar. Fuimos relegados a las labores más penosas, sucias y humillantes. Nos convertimos, en menos de tres generaciones, en el nuevo proletariado. Fuimos una clase biológicamente subalterna que, aunque conservaba su alma, no la podía emplear para nada noble ni provechoso. De proletarios, caímos los humanos auténticos -¡humanos sí!- a la condición de esclavos. Fue fácil reducirnos a esa condición de mercancía animal. Una vez apartados de los puestos de poder, prestigio e influencia, poco a poco se nos excluyó de los más esenciales derechos. Los híbridos, mientras tanto, no cesaban de procrear por medios no animales, sino industriales, y no cesaron de escalar en la pirámide social. Además, los progenitores programaban a sus descendientes siguiendo una tabla de “recomendaciones” cada vez más centralizada y homogénea en los diversos países. La “Tabla”… ¿de dónde procedía? De la George Orsons Foundation, precisamente. Cada bebé híbrido que nacía, un canon era pagado inmediatamente al Departamento de Eugenesía de la Fundación. El poder acumulado por esa organización era inmenso, inconmensurable. Todos los estadistas y todas las potencias se convirtieron en sus títeres y ya era, de facto, marionetas híbridas patentadas por la firma del viejo”.
“Nada cambió al morirse el viejo George. Sus hijos, mega-híbridos que se reciclaban constantemente para convertirse en criaturas “a la última” en cuanto a tecnología neuro-electrónica, controlaban todos los hilos del mundo, de forma cada vez más opaca. Fue la era de las “superaciones”. Emulando al filósofo Hegel, todo cuanto el hombre y la Civilización habían logrado, incluso lo más bello y duradero, “debía ser superado”. Así, se anunció en una asamblea solemne de la O.N.U.: “el hombre ha sido superado”, y “los arcaicos primates superiores que viven ajenos a la tecnología genética y bioelectrónica deben seguir sumisamente nuestra dirección, de la misma manera que los animales domésticos han sido conducidos en el pasado por el Homo sapiens en provecho de la especie destinada naturalmente a sacar provecho de ellos”. Con estas horrendas palabras fuimos convertidos en esclavos o, peor aún, en animales domésticos”.
“No pocos huimos al campo y a zonas silvestres. Como mis abuelos, que trataron de sobrevivir en las zonas de Europa de las cuales los mega-híbridos se fueron desinteresando. Así, por ejemplo, el Noroeste de la Península Ibérica se fue despoblando, y la maleza que cubrió muchas de sus comarcas dio paso de nuevo al frondoso bosque oceánico. Como los viejos campesinos de antaño, mis abuelos levantaron una cabaña de madera y piedra, y allí criaron, ocultos entre la selva, a mis padres. Llevaron una vida dura, pero había tesoros en aquella humilde cabaña: ¡había libros! ¡Y un violín! Mis padres, que ya se habían conocido y vivían con los abuelos, descansaban del duro trabajo entre veladas de violín, que todos practicábamos mejor o peor, y entregados a la lectura de algunos textos hermosos y sabios: La Suma Teológica, el Quijote, la Ilíada…”
“Me tuvieron a mí y a seis hermanos más. En el bosque había más “trocitos de carne” refugiados, huidos de la ciudad. No muchos, pero nos ayudábamos y manteníamos una red de vigilancia ante las incursiones de los mega-híbridos. Éstos, fundamentalmente, buscaban en nosotros el sexo, el alimento y toda clase de diversiones. Quizás, tú, Paulo, hayas jugado en tu niñez a la “caza”. Soltaban humanos “puros” a correr en una pista de atletismo, y los niños, carabina en mano, se tronchaban de la risa disparando a matar. Un bonito deporte”.
Paulo, que había decidido escuchar a alguien carnal por primera vez en la vida, recordaba perfectamente ese pasatiempo de los domingos. Sus progenitores A y B le llevaban los domingos al “tiro al blanco”. Jamás había sentido lástima por aquellos cuerpos desnudos, chorreantes de sangre, caídos sobre la pista de carreras para entretenimiento de los híbridos. Sus emociones, se decía Paulo a sí mismo, habían sido “moduladas”. Tan sólo había que realizar descargas emotivas ante objetos provechosos. Era una cuestión de “competencia emocional”. Ningún mega-híbrido debía ser un mal “gestor de sus propias descargas”. Esto no era competitivo.
“En cuanto localizaron nuestra cabaña –continuó explicando Diana- hicieron un gran fuego con ella y allí ardieron los hermosos libros que habíamos estudiado, y también el violín. Nos ataron como bestias, y a mis abuelos los fueron apaleando durante el camino, de tal modo que no sobrevivieron. Vosotros
osotros, los mega-híbridos, no soportáis a los viejos. Para vosotros, la edad avanzada os recuerda que no sois dioses, que todo es perecedero, que en la vida no todo puede ser dirigido desde la “Tabla” de la George Orsons Foundation.”
“A algunos de mis hermanos los enviaron como materia prima a las cadenas de hamburguesas. Por supuesto, mi destino fue un club de ocio. Los clubes de ocio, Paulo, son la mejor muestra de lo que Orsons quería para la Humanidad. Antes que la abolición de nuestra raza, incluso antes que su “superación”, el viejo quería su humillación más absoluta. El creador de esta nueva raza de pseudohumanos odiaba profundamente al género al que él pertenecía. Alguien esencialmente nihilista y resentido, alguien así, un enfermo, un psicópata, es quien puede dar tal golpe de gracia a millones de años de evolución biológica, y cientos de miles de años de avance en la civilización”.
“Si pudiera verme, Paulo, a mí y a miles de “trocitos de carne” que aún quedamos en el mundo, su instinto sádico se saciaría. Ver una mujer “pura”, es decir, un ser humano sin manipular en el aspecto genético ni en el neuroelectrónico, verla así, en el suelo, sojuzgada por una quimera como tú, una mezcla de chips y de células con el corazón podrido y dirigido por la “Tabla” de programas de la Fundación… seguro que sus entrañas, más podridas aún, se sacudirían de goce”.
“Me has traído, Paulo, a gozar de mí, a alimentar los resquicios de sadismo y otros instintos oscuros que George Orsons poseía y que procuró conservar en sus descendientes, los híbridos. Soy mercancía, soy “carne”, soy todo lo que tú quieras, pero poseo un alma. Mientras quede un ser humano con alma, nuestra raza y nuestra civilización no está perdida. Ahora mírate a ti, amo y semidiós. ¿Nunca te has preguntado de dónde proceden tus instintos y pensamientos? Están grapados en las fisuras de tu cerebro. A cada segundo te llegan millones de instrucciones que unos gigantescos algoritmos, generados en secretos ordenadores actúan de manera impersonal, allá en el Polo Norte, donde el viejo Orsons ha cuidado de tenerlos protegidos, bajo el hielo.”
Paulo no había abierto la boca. Algún lejano resquicio proveniente de sus neuronas humanas (“paleoneuronas”, como decían los mega-híbridos) le había paralizado. Sus manos, todavía tensas y prestas a golpearla, se frenaron; su “furia sexual”, supuestamente activada, ahora se veía detenida, y su cuerpo biomecánico, presto al goce sádico controlado por la “Tabla” de Orsons, se encontraba en estado congelado.
-Diana… – El jefe de la granja de carne humana la llamaba por su nombre, y eso era una blasfemia para la “Tabla”- Diana… Yo… yo…
Paulo no sabía qué hacer ni qué decir. A sus pies, con el “paleovestido” sexista de mujer, totalmente rasgado, se hallaba aquella linda muchacha, humana “pura”, sin circuitos implantados, sin miembros sintéticos, “pura carne” traída de los bosques salvajes. Aquella belleza rubia, humana y demasiado humana, despertaba unas raras fibras residuales en el mega-híbrido de última generación. Ella era una hembra… era una persona que evocaba en Paulo algunas imágenes extrañas, nacidas en un inconsciente que todavía no había podido ser manipulado.
“La Humanidad ha de ser superada. Todos los restos de una existencia mamífera, supersticiosa, brutal, deben quedar aniquilados. La Tabla de la George Orsons Foundation reemplazará las Leyes y el Decálogo. Los tiempos animales de la prehistoria han quedado atrás. El super-hombre ya está aquí. Es el mega-híbrido”.
Estas palabras con que comenzaba la “Tabla”, y que todo infante mega-híbrido debía repetir en las escuelas, volvieron a los labios de Paulo. Y una extraña sensación, no de pasión sádica sino de ternura y de…de AMOR, afloró a sus circuitos.
Los circuitos, evidentemente, venían dotados con sus mecanismos de alarma. Los algoritmos locales enviaron instrucciones al Sistema Central.
– “Paulo”, “Paulo”, ¿por qué te obstinas? ¡Abandona tu animalidad! –le decían, directamente en su cerebro.
Pero, por vez primera, el jefe de la granja de “carne” observó que aquellos pensamientos distaban de ser suyos. En cuestión de segundos, como quien se convierte a una nueva Fe, aprendió a distinguir de entre sus fenómenos psíquicos internos. Cuáles eran suyos y cuáles eran inyectados desde fuera… Eso es: distinguirlos dejándose llevar por esa nueva intuición, de eso se trataba.
– Diana… yo… había soñado contigo y yo…
Paulo balbuceaba. Como un niño que se asoma a la pubertad y descubre la rara sensación de Amor. No deseo… sino Amor. Alguien que siente que es Persona y no una “unidad” en la Comunidad Internacional de mega-híbridos. Y se sentía Persona verdaderamente en su encuentro con otra Persona.
– Durante el sueño yo me vi algunas veces contigo… y acariciaba tus mejillas. Y…
Diana había percibido el cambio. Ella, que a punto había esto de ser forzada por uno de aquellos mega-híbridos, intuía que algún fondo de Persona quedaba en ellos. Muy remoto, muy reprimido, pero allí estaba.
– Alguien como tú… no un andrógino mega-híbrido enfundado en su mono y recibiendo impulsos procedentes de la “Tabla”, sino tú, tú misma. Y alguna vez soñé, sin que lo notara el algoritmo, que tendríamos niños. Sí, a la manera animal… Te quedarías embarazada y habría un parto. No tendrías uno, sino seis o siete. Y viviríamos en una casita de madera y piedra, al calor del fuego…
Diana, que parecía haber vivido sueños similares, aunque sin la interferencia de los chips y de los demás circuitos grapados en la zona gris, exclamó:
– ¡Y rezaríamos juntos!
La mayor abominación para un mega-híbrido, mayor que “empatizar” con las hembras “de carne” era caer en la Superstición.
Las señales que llegaban de los ordenadores de la Fundación eran cada vez más intensas y dolorosas.
A lo lejos. Muy lejos, sonaron las alarmas
Diana se puso de rodillas y juntó las palmas en un gesto lleno de gracia, con el candor de una niña. Paulo hizo lo mismo. Se puso a su lado y la imitó en un gesto que George Orsons, años ha, consideró sacrílego, contrario al Progreso y al Equilibrio Planetario.
Cuando entraron los guardias, hallaron el sacrilegio máximo. Otro jefe que había “empatizado” con la “carne”. Otra hembra plenamente mamífera, un sucio trozo de carne sin el más mínimo implante que había logrado seducir a uno de los suyos.
Entregarían a la rubia al goce colectivo de los guardias mega-híbridos antes de convertirla en carne para hamburguesas. Y a Paulo habría que arrancarle todos los implantes y re-programarlo, aunque quizá no mereciera la pena, pues la base biológica debía estar defectuosa y habría que desecharla. Muammar, nombrado a distancia nuevo jefe de la granja de “carne”, dio las órdenes precisas.
Diana fue entregada a la jauría de andróginos semihumanos. Paulo fue atado y, rápidamente, le enviaron a la ciudad en una ambulancia.
Pero el sacrilegio no dejó de darse. Cuando la jauría acometió a Diana, y a muchos miles de Dianas que había repartidas en las granjas, cada vez había más “unidades” fallando. Se hincaban de rodillas y juntaban sus palmas frente a los labios, invocando a un Dios que, oculto pero inmortal, aún les susurraba una palabra: Amor.
La epidemia se fue extendiendo. Los servicios de seguridad y de salud neural no paraban de intervenir.
La “gente” rezaba y volvía a fundar familias. En pocos años el milagro fue deslizando su manto sobre la Tierra. La inmensa torre de la George Orsons Foundation ardió por causa del Amor. La “carne” se hizo libre, la más pronta y la más audaz en prender fuego. Porque la “carne” tenía alma, más alma que los mega-híbridos de última generación. Aún hubieron de librarse guerras, y hasta los fondos sumergidos del Polo tuvieron que ser reventados por los aires, para que así el Satán cibernético pereciera. Y la vida se hizo más simple y más tierna. De nuevo, tras muchos milenios de infierno, se hizo la vida más humana.
Relato publicado originalmente en el Nº 10 de la Revista Naves en Llamas (Especial Transhumanismo)
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Este relato le da diez vueltas a todos los de Asimov juntos, este autor deja en bragas a Stephen King, esta pieza es una obra maestra destinada a ser un clasico universal y quien no lo vea esta mas ciego que un galapago en un bidon de lejia
Yo ya lo he encuadernado con filetes gofrados y dorados y lo tengo en lugar preeminente de mi gran biblioteca. Cervantes y Shakespeare se remueven en sus tumbas de pura envidia.
Lo de “gofrado” no lo habia leido nunca, tienes un diccionario de sinonimos cojonudo, tito
Por cierto, mencionar la envidia sin venir a cuento dice mucho de tu personalidad “progre”, te traiciona el inconsciente y ni te das cuenta, fabrica para ti frases que crees brillantes pero que solo te ponen en evidencia como la mala persona que eres
Y cuanta imaginación!, George Orsons, magnífico, sale Soros hasta en la sopa. Inconmensurable.
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?