El Reino de la mediocridad
Hacer las cosas mal resulta mucho más sencillo que hacerlas bien. El esfuerzo de hacer las cosas bien y conseguirlas, requiere una dedicación mucho más exhaustiva que para llegar a hacerlas mal. El tiempo del proceso, el trabajo y la reflexión en la consecución del objetivo, rebasan ampliamente a los que corresponden a las mediocres o pésimas gestiones.
Pero los personajes mediocres, manifiestamente mejorables e ineptos demostrados por sus hechos, eligen también a personajes mediocres para completar su equipo. Tampoco creo tengan demasiadas opciones de elegir colaboradores brillantes, pues como Dios los cría y ellos se juntan, normalmente los no aptos se agrupan, se entienden muy bien entre ellos y retroalimentan su ineficacia.
En el mejor de los casos, un inepto podría tener suficientes miras como para nombrar a un colaborador de prestigio o seguro más brillante que él mismo, no parece ésta una cuestión difícil, ni siquiera para un ineficaz de campeonato, pues una cosa es ser técnicamente un zote y adolecer de la formación necesaria para desempeñar el puesto que se ocupa y otra cosa es ver claro que hay personas muy apropiadas en la calle para puestos relevantes dentro del equipo que se lidera, ambas cuestiones no son incompatibles, se trata simplemente de reconocer las limitaciones propias en un ejercicio de humildad impensable en este escenario y entonces rodearse de gente más inteligente y más capaz, lo cual no sería tarea complicada y de paso suplir con esta decisión las claras carencias propias.
En el caso que nos ocupa, tampoco preocupa esto a los que toman las decisiones, les es indiferente esa posible ayuda de candidatos idóneos que puedan aportarles mucho y asesorarlos correctamente en una gestión del país cuyo norte se perdió desde el mismo día de los primeros nombramientos de la presente legislatura. Se trata de algo muy español y muy casposo, el complejo de nunca nombrar en tu equipo a alguien más brillante que tú mismo, por si la competencia te complica la vida, sobre todo si llegaste al puesto por la puerta de servicio, siendo el nominador el primer presidente de la historia de la democracia española que aterrizó en la Moncloa sin haber sido elegido por sufragio universal, sino a través de una carambola histórica y una negociación a martillazo limpio para formar finalmente un gobierno de retales al estilo Dr. Frankenstein.
Lo que es siempre de lógica en aras de optimizar la gestión de un gobierno, aquí no sirve para nada, pues ya se ha visto, se ve y se verá que lo de menos es España, su identidad, su empleo, su sanidad, su recuperación económica, su seguridad jurídica y territorial o su salud financiera, parece ser que a este gobierno le importa poco o nada todo esto y lo demuestra día a día. Lo importante es batir records nombrando y cambiando ministros, hacer una televisión a la medida de la ideología, prometer muchas ayudas y continuar en la poltrona el máximo tiempo posible con la ayuda del bendito corona virus, aunque el país vaya a la deriva de una república bananera.
En esta dinámica y con este telón de fondo, nos encontramos el reciente cambio ministerial; una que se reubica, de la que prefiero no hablar para no cabrearme aún más y uno nuevo que llega a la vacante que ésta deja, un tal Iceta, un socialista del PSC cuyos principales méritos son: ser un adulador permanente del presidente, aplaudidor con orejas de sus supuestas hazañas, uno que baila no con lobos, sino en los mítines como un poseso dando saltos de persona que pide a gritos, sin ser consciente, un exorcismo a través de misivas dirigidas a su jefe, de la forma “Pedro, líbranos de Rajoy”, como si Rajoy fuera Lucifer, Pedro fuera el exorcista y el no fuese la niña del exorcista, sino una inocente y desequilibrada damisela, en fin, como diría José María García: “Impresionante documento”.
Por si fuera poco, el muchacho este que echó los dientes en la política desempeñando varios puestecillos a dedo en su propio partido y en algún gobierno que otro, tiene un currículum académico que es un verdadero poema, resulta que empezó Químicas, se aburrió enseguida y luego se matriculó en Económicas y también se aburrió o más bien se aburrieron de él, FIN. No está mal para haber sido nombrado por otro que plagió una tesis doctoral. Yo, en lugar de “¡Pedro, Pedro, líbranos de Rajoy!”, gritaría “¡Tarantino, Tarantino, tenemos en España un guión que te dará tu próximo Óscar!
Como el personaje en cuestión es catalán, me remito a un chiste relacionado de otro catalán, el gran humorista Eugenio (dep), que rezaba así: ¿Saben aquél que diu, que eran unos amigos conversando de negocios y va uno y le dice al otro, oye Pep, ¿Sabes que tengo un hijo invertido? y le contesta el otro: ¿Ah sí?, ¿A qué tanto por ciento?.
Me dejaba dos méritos más del individuo este que ha sido nombrado Ministro de las Administraciones Públicas, bueno, del ministerio con un nombre parecido y se trata de que le gustan los hombres más que las mujeres, toda una baza hoy día y también esa cantinela de fondo diciendo que España es un estado de nacionalidades. En primer lugar, ¿Cómo es posible que un estado soberano único sea el resultado de una suma de nacionalidades?, esto es como decir que España es un estado que se subdivide en 17 estados con nacionalidades diferentes, en definitiva, que nuestro país se compone de 17 países, cada uno con su estado propio, absolutamente demencial. Y en segundo lugar y peor todavía, ¿Como un personaje de esta calaña puede ser nombrado titular de un ministerio del gobierno del Reino de España que se ocupa precisamente de gestionar el presupuesto de la política territorial, su organización y la cohesión de las corporaciones públicas al servicio de los ciudadanos españoles?, resulta ser algo incomprensible y una prueba más de que la mediocridad y la sordidez se hacen fuertes en nuestra nación, a la vez que la flagrante tomadura de pelo a los españoles va superándose día a día.
Tiene USTED MÁS RAZÓN QUE UN SANTO.
Estamos en manos de gentuza, sin estudios, sin formación, sin experiencia laboral, sin haber demostrado en su vida que valen para algo…
Así las cosas, ¿qué podía salir mal?