AR.- Un discurso decepcionante y balsámico. Un Rey apocado y pusilánime. Nos produjo tal estupefacción el discurso navideño de Felipe VI, que procuramos inmediatamente saber si se estaba refiriendo a la misma nación rota, arruinada y que ha perdido este año a casi 70.000 compatriotas como consecuencia de una gestión sanitaria torpe, negligente y desastrosa. Ni una mención al desastre sanitario más allá de los lugares comunes y las beatíficas apelaciones al personal sanitario. Ninguna afirmación que mereciera el repudio de la chusma podemita. Este Rey está sacudido por el miedo a los comunistas y en esas deplorables condiciones más nos serviría una república liderada por alguien patriota y con agallas. No entiendo que a los de Vox les ponga tanto exaltar a un Rey incapaz de responder a un verdadero sentido profundo y resuelto de los problemas nacionales.

No esperaba ninguna respuesta del Rey a las cada vez más asfixiantes restricciones a la educación y a la libertad religiosa de los cristianos (mientras la corrompida jerarquía católica mira hacia otro lado), ni a las leyes gerontocidas que torpedean derechos que deberían ser consustanciales a la condición humana, cuya sacralidad nos viene conferida por Aquél cuya natividad celebramos estos días. Ya se sabe que los principios que un cristiano cabal y coherente está obligado a defender hay que sentirlos hasta el fondo. Y el Rey no puede sentirlos porque su sentido del Cristianismo, como el de tantos, vale lo mismo para un roto que para un descosido. Pero en cambio, lo que el jefe del Estado sí está obligado a responder, siquiera veladamente, es al hecho de que la aprobación de las cuentas públicas dependa de lo que decidan quienes representan el deseo de ruptura de ese mismo Estado. El Rey no puede ignorar, en su repaso a los hechos acontecidos durante todo el año, el cúmulo de inquietantes acontecimientos que han transferido una parte de nuestras libertades al propósito totalitario que persigue la acción política de este Gobierno.

El Rey no hizo ninguna mención al por qué la economía española está a la cabeza del desplome económico mundial este año. El Rey tampoco nos explicó las razones de Estado que justificarían que la gobernabilidad de España esté en manos de antiguos etarras y sediciosos. Ignoró la decidida voluntad de Sánchez e Iglesias de convertir la Justicia española en un apéndice del Gobierno. Melillenses y ceutíes acaso esperaran alguna frase reivindicativa de la españolidad de ambas ciudades, fuertemente acosadas desde el vecino Reino de Marruecos. Pasó por alto la extensión de las aguas territoriales marroquíes a costa de las españolas. Igual que la masiva llegada de ilegales promovida por las mafias dedicadas al tráfico humano y en estrecho consorcio con la satrapía alauita.

En cambio, Felipe VI sí atinó a enlodar la figura de su progenitor al excluirlo de los principios éticos que él en cambio reivindicó para sí mismo.

En definitiva, un discurso que aporta nuevas evidencias de la esterilidad de la Monarquía, porque la institución debería ser algo más que el traje a medida del Gobierno, y no puede ser la prima de seguro que pague un Rey medroso para que la izquierda radical lo deje en paz. Ni puede servir a la pretensión amnésica de unos dirigentes marxistas que han puesto cerco a la Constitución, inundado Canarias de ilegales y destruido los pilares fundamentales sobre los que se asienta el edificio de nuestra unidad nacional.

En otra sociedad menos castrada y corrompida que la española, las loas al discurso regio serían hoy menores que la exigencia a Felipe VI de ganarse el respeto de los españoles, no por sus huecas palabras, plagiadas de fuentes diversas y escritas directamente por un gobierno social-comunista que se ha acreditado como inútil, malvado e incompetente.

Ha llegado el momento de ganarse el sueldo que la nación generosamente le retribuye. Ha llegado el momento de ser el Rey de todos los españoles. Y no se puede ser el Rey de todos los españoles si se sirve a los fines de un gobierno constituido por quienes, deformando el bien y pervirtiendo la verdad, están entregando al contagio y a la muerte a miles de compatriotas. Se trata de un gobierno que tiene -bajo pretexto de sanidad pública- el objetivo de arrestar, amordazar, encanallar y someter a todo un pueblo con el ingreso mínimo vital que evitará toda rebelión y todo cambio de voto. Majestad, la nación entera perece bajo la incuria y el abandono de los que estarían llamados a protegerla a ella y no a sus espurios intereses.

Si no actuáis ahora, Majestad, vuestro reino, cual nueva profecía de Daniel, estará contado, pesado y dividido. Contado, porque sus días habrán llegado a su fin ya que usted, Majestad, es el único obstáculo institucional que se opone al cambio de régimen que proyectan Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Pesado, porque vuestra inacción, Majestad, indica vuestra escandalosa pusilanimidad. Y dividido, porque de España no quedará piedra sobre piedra, sino tan solo un secarral en el que construirán los enemigos de la libertad un inmenso gulag soviético en el que no habrá lugar para disidencias.

Es la hora de actuar con energía por el bien de una nación peligrosamente colapsada por la negligencia de una clase política ineficaz y abyecta.

Ha llegado el momento, Majestad. Usted no conservará el trono para sus descendientes haciendo gala de comedimiento y flojedad, sino de valentía y entereza. Recuerde a su bisabuelo Alfonso XIII rumbo al exilio tras ser empujado por los mismos perros -aunque con distintos collares- que hoy han obligado a su padre a buscar acomodo lejos de España.

Nos salvaremos o nos perderemos en el día de hoy. Si usted calla para conservar su honorable posición, su dinastía perderá para siempre lo que nunca llegó a tener porque nunca lo mereció: la Corona de España, gloriosa antaño e inservible ahora.

En esta hora límite, no creemos que en lo que haya de hacerse, en uso de los incuestionables derechos de los españoles, lo que importe sea los intereses electorales del Gobierno. Lo que importa es el interés y la conveniencia de España.