La noche anterior al cierre el museo fue plenilunio, de Carmen Turrent, una novela polifónica en la que se delinea un México posrevolucionario
La noche anterior al cierre el museo fue plenilunio tiene una estructura polifónica en la que se delinea casi desapercibidamente un país posrevolucionario custodiado por el emblemático museo del edificio de cristal. Una historia distinta, con cierto humor, llena de pasión y que muestra una faceta del México profundo.
El relato comienza con Cecilia y Helena, dos niñas que van con el colegio a visitar el museo de El Chopo en México.
Están fascinadas porque es un museo de ciencia natural con animales disecados, esqueletos de dinosaurios y también hay momias. Su madre les cuenta que su tía Marcela está en ese museo momificada y se entusiasman con poder verla. A partir de ese momento, entreverada en varios planos narrativos, conoceremos la historia que llevó a Marcela a convertirse en una muerta incorrupta: su historia de amor con Rómulo, su fallecimiento y su periplo una vez convertida en cadáver.
Basada en una historia familiar, la narración se desarrolla entre el pueblo michoacano de Tlapujahua, y la Ciudad de México, bajo el cobijo de uno de los museos icónicos y entrañables, principalmente para los capitalinos: El Chopo.
La vida de los personajes confluye en una sola, la de Marcela, descubierta incorrupta por su esposo y trasladada por su hijastro a Azcapotzalco, pueblo aledaño a la Ciudad de México, y posteriormente al museo de El Chopo. Rómulo, Marcela la viva, Esteban, Marcela la momia, Helena y Cecilia, son los personajes centrales del relato. Un cruce de pasiones, amores y extravíos de aquellos que no pasan completamente el dintel de la muerte, quedan a medias, incorruptos o momificados, y de los que viven a su alrededor y no pueden sustraerse de las pasiones oscuras, tiernas, descarriadas y brutales que inspiran.
Carmen Turrent (México, 1946) radica en la ciudad de Cuernavaca desde hace más de cuarenta años y es profesora de primaria, maestra en ciencias del lenguaje y doctora en literatura mexicana. Ha trabajado en la formación de maestros de lengua y literatura y en educación indígena de su país en la Universidad Pedagógica Nacional; además ha publicado diversos artículos sobre arte, educación y literatura en revistas universitarias, y cuentos como coautora.
“Helena y yo éramos las hermanas más pequeñas de la familia Rivero. Íbamos a un colegio de niñas. Un colegio de religiosas que había en Azcapotzalco, pueblo aledaño a la Ciudad de México, donde vivíamos desde que mi mamá dejó Tlalpujahua, en Michoacán y, con una fuerza inusual para las mujeres de aquellos tiempos, decidió buscar fortuna por estos lugares.
Helena y yo cursábamos tercer año de primaria. Aunque era mayor que ella, estábamos juntas en el mismo grado, porque yo cursé dos veces primero de primaria. Siempre fui más seria. Helena desde chica fue la graciosa, se reía de todo, hasta de lo que no debía reírse. En nuestra escuela, las monjas eran muy estrictas con la disciplina. Cuando teníamos alguna actividad fuera de las aulas, nos formaban de dos en dos, cogiditas de la mano, y nos decían a voz en grito: ¡No se distraigan! ¡No rompan la fila! ¡No hablen! La misma cantaleta antes de salir de la escuela para ir al parque, asistir a eventos o visitar museos. Para el caso que les hacíamos. Por el camino no dejábamos de hablar y hablar como pericas, atravesábamos sin cuidado las calles e íbamos bobeando frente a las miles y miles de cosas que mostraban los aparadores. Parecíamos una parvada de pericas huastecas.” (Fragmento de La noche anterior al cierre el museo fue plenilunio, La Equilibrista, 2020)
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