Mientras el Estado exista, no al consenso
Álvaro Grajales.- La palabra consenso viene del latín consensus que significa con la aprobación de todos. Ahora, partiendo de esa definición valdría la pena preguntarse ¿Es posible que haya algo que aprueben 50 millones de colombianos? Para mí, la respuesta es no. Y la respuesta es no, por una sencilla razón: el consenso implica la renuncia de algo, tratándose de políticas públicas, esa renuncia es a principios morales de capital importancia para las personas.
Por ejemplo, en la actualidad podemos dividir la sociedad en dos grupos de personas, los takers y los makers. Los makers son los que están enfocados en producir riqueza a través del ahorro y la inversión; los makers arriesgan su capital, su tranquilidad, su estabilidad para producir medios para satisfacer las necesidades del consumidor y, por ende, mejorar su bienestar. Los takers están constituidos por un grupo de personas que han sofisticado su discurso para justificar la apropiación y distribución de la riqueza ajena con un total desconocimiento de cómo se produce la misma.
Estos «chupópteros» buscan cómo conseguir más rentas sin producirlas, mientras el resto de la población busca cómo generar la producción de medios para beneficiar a la población. Debido a la competencia han de ser innovadores.
Ahora, tengo claro que los que están en la categoría de makers, o buscamos serlo, tenemos una postura que tiene fundamento filosófico en el derecho de propiedad privada como el único medio para evitar conflictos sobre bienes que por su naturaleza son escasos. Esto hace que defendamos el capitalismo, entendido en su acepción más concreta, como el modelo económico que se basa en la propiedad privada de los factores de producción. Todo esto constituye principios morales irrenunciables para individuos libres y responsables de su propia vida.
Por el lado de los takers es sencillo establecer lo que buscan o en lo que se fundamentan. En términos generales, estas personas son envidiosas y acuden a artimañas que afectan la libertad de las personas y derechos cómo la propiedad privada. Estos nefastos personajes usan el Estado como medio para cumplir sus fines. Buscan que el Estado, a través del monopolio de la fuerza que posee, les quite a las personas el fruto de su trabajo para financiar su ocio o sus propios fines que, dicho sea de paso, ninguna persona de forma libre estaría dispuesta a financiar.
Los principios morales son irrenunciables
Ahora, si para buscar un consenso debo renunciar a principios morales para satisfacer a un grupo de personas que poco o nada aportan, mi respuesta es no. No voy a renunciar a mis principios morales para satisfacer a un grupo de la población, no me van a doblegar, no voy a ceder y no voy a permitir que usen el monopolio de la fuerza que tiene el Estado para doblegarme. No voy a dejar que me manipulen a través de la opinión pública; los principios morales del ser son, o deben ser irrenunciables.
Mientras exista Estado, siempre se vulnerarán los principios morales de los individuos. El Estado per se ya vulnera principios tan básicos como el de propiedad privada. Si lo que buscan algunos es evitar la polarización política y quieren una mayor unidad, la existencia de un monopolio de la fuerza hace esta unidad imposible y, necesariamente promueve el conflicto, ya que los distintos grupos de personas con valores diferentes se verán forzadas a luchar por el control del poder político para imponer su escala de valoración sobre la escala de valoraciones de otros e impedir que los otros hagan lo mismo. Si queremos armonía y orden en la sociedad, y unidad en medio de la diferencia, lo que tenemos que hacer es eliminar el Estado.
Pero ¿por qué eliminar el Estado? Sencillo, piénselo de la siguiente manera. El Estado se plantea como una institución diseñada para la unidad. Es por ellos que a los políticos les gusta estar hablando del mal llamado contrato social – porque de contrato no tiene nada y, de social menos-. Pero esto no es más que una falacia, pues el Estado en realidad no nos une, todo lo contrario. El Estado nos divide en dos castas, a saber: (1) explotadores (receptores netos de las confiscaciones estatales) y (2) explotados (pagadores netos de las confiscaciones estatales).
Esto impide que el Estado sea un medio para la unidad, pues hay una constante lucha por convertirse en explotadores, incluso, entre los explotadores se pelean por acceder al control total del Estado para poder hacer uso del monopolio de la fuerza que tiene el Estado para someter más a los explotados.
Eliminar el Estado
Tenemos que eliminar esa entidad burocrática que ostenta el monopolio de la fuerza, para que nadie sea obligado a actuar en contra de su moral. Tenemos que dejar atrás esa concepción de la sociedad holística para pasar a un enfoque de sociedad como acción concertada, es decir, una sociedad donde los individuos pueden establecer fines comunes y colaborar sin que eso implique coacción o renuncia a principios morales.
Ortega y Gasset decía con mucha razón: «lo que no se hace a gusto, se hace a disgusto, y lo que se hace a disgusto se hace a la fuerza o forzado». Es precisamente el Estado el aparato burocrático establecido para forzarnos a hacer l