Madre no hay más que una
Tras el mes de mayo de la Virgen María, de las flores y de las madres, cuando se acerca el 18 de junio y con este día, el primer aniversario del fallecimiento de la mujer que me trajo al mundo, mi dulce madre, que un día se enamoró de mi brillante padre, él de ella y fruto de ese amor que duró tanto como la vida de ambos juntos, nacieron cuatro hijos varones, siento que ella siempre será acreedora no solo de mi memoria, seguro que al igual que de mis hermanos, en mi caso de algo más. Ha pasado un año, pero sigo sintiendo la misma tristeza, no sólo por su gran pérdida, sino sobre todo por sentir que no me queda vida suficiente para rendir tributo a la que me hizo mejor persona, la que casi dio su vida al parirme en Granada hace 57 años, la que siempre me protegió y la que me educó en el Cristianismo, del que siempre seré un mediocre aprendiz y también en la humildad y en el sacrificio que nunca aprenderé con la intensidad que ella y mi padre lo hicieron.
Ella siempre me decía: “Cuando me muera, igual eres tú el que más se acuerda de mí”… y qué razón tenía. Siempre he pensado que normalmente son los hijos que fueron mezquinos los que más lloran en los entierros de sus padres y no precisamente porque sean los mejores, sino porque sus hermanos tienen la conciencia tranquila y lloran por dentro y aquellos enjuagan su remordimiento y desasosiego con el llanto que pretende sanear sus ojos y la conciencia que jamás queda en calma.
Ser deudor permanente de su memoria y de la reparación de los agravios y malas maneras que nunca mereció y que nunca se saldarán, significa no estar en paz nunca conmigo mismo respecto a ella. Tener la sensación de que por mucha vida que me quede por delante, nunca será suficiente para rezar por ella y dedicar las lágrimas del desahogo de mi gran y desconsolada tristeza.
Un padre y una madre no tienen hijos favoritos, lo sé bien porque soy padre, pero aquellos que infligen a sus padres el sufrimiento que no causan sus hermanos, normalmente son los que piensan erróneamente que son menos queridos que éstos por sus progenitores. Los que durante la mayoría de la vida de sus padres, les dieron disgustos y les hicieron sufrir como yo, siendo hijos desagradecidos e irrespetuosos, obtienen sin embargo de ellos la dedicación y el amor desinteresados.
Dios, me ha dado a cambio de este estigma que me perseguirá, unos hijos que no merece el que fue mal hijo, unos hijos que me respetan y me cuidan mucho más de lo que yo hice por mi maravillosa madre. Dios me dio un varón con un corazón y una nobleza que no le caben en el cuerpo y tres damas preciosas, dulces, generosas y trabajadoras, esos nietos que tanto quiso esa dulce abuela, como el resto hasta once.
Pero por si fuera poco para pagarme lo que no merezco, tras mi hijo y estas cuatro maravillosas mujeres que son mis tres hijas y mi madre, Dios me ha regalado a Luisa, mi amor platónico de la adolescencia, la cuarta mujer que justifica mi vida y la única que ha conseguido inundar de amor mi corazón de hombre. Llegó cuando mi madre se apagaba, ella no lo sabía, pero estaba ya cansada y le pedía a Dios que se la llevara y Dios le hizo caso, se fue feliz en la fe cristiana al cielo con la persona que más amó, mi padre.
Mi madre admiraba a Luisa y a su familia y gozaba con mi goce contemplando como se me iluminaba la cara cuando feliz le hablaba presumiendo de ella y de sus virtudes, parece como si aquella estuviese esperando a que Luisa llegara a mi vida para despedirse con tranquilidad y dejarme en buenas manos y así lo hizo, sin molestar, sin hacer ruido, en la paz de haber hecho siempre las cosas bien, con nobleza y altruismo y en la seguridad de que dejaba el relevo a otra gran mujer que me alegra la existencia y me acompaña de verdad en las alegrías y tristezas y en la salud y en la enfermedad todos los días de mi vida, sin haber sido testigo sacerdote alguno, ¡Qué más quisiera yo!, solo Dios de nuestra entrega y del gran amor que cultivamos minuto a minuto y que crece con cada amanecer.
Si algo puso en el mundo la sabia Providencia de Dios, es la figura de la madre de un amor tan grande que nada puede romper el que siente por sus hijos…. Cuando nuestro Dios amante creó el mundo, brotaron de sus manos los mares de satinada porcelana, los prados de mullido terciopelo, los bosque densos, perfumados, fragantes, los ríos caudalosos, los lagos azulados, los húmedos valles, las altivas montañas coronadas de refulgente hielo… En el día, el sol desde la bóveda celeste todo lo caldeaban sus rayos llameantes rojos como rubíes, y en la violeta hora vespertina,… Leer más »