Enfermerías taurinas: no volvamos a Manolete y Paquirri
Andrés Amorós.- Los dramáticos episodios vividos por Manuel Escribano y David Mora ponen de actualidad algo que debería estar ya resuelto: el adecuado tratamiento médico, en enfermerías fijas o móviles, a los toreros heridos. Cerrar los ojos no sirve de nada: la muerte, como posibilidad, está siempre presente en el ruedo, cuando un diestro torea. Como le dijo Cúchares a su amigo, el actor Julián Romea: «Aquí se muere de verdad y no de mentirijillas, como en el teatro». El torero crea belleza, poniendo en juego su propia vida. Por eso sigue siendo el héroe del pueblo, en una época tan poco heroica como ésta.
No es de recibo que, a todo esto, se unan los riesgos nacidos de la imprevisión, la impericia o la falta de medios. En el siglo XXI, no puede repetirse la tragedia de Manolete, agonizando en aquella enfermería (Luis Miguel, que lo vivió, me lo contaba); ni la de Paquirri, desangrándose, en un largo trayecto en ambulancia. Muchos toreros pasan del tema; otros han viajado con su médico de cabecera y hasta con un material sanitario específico. La responsabilidad sigue siendo de los empresarios, que organizan el festejo, y de las autoridades, que lo autorizan.
¿Solución? Hay que hacer caso a las reiteradas denuncias de los cirujanos taurinos, que han salvado a tantos toreros: hacen falta enfermerías mejor dotadas y profesionales con experiencia, especializados en ese tipo de percances, en los que es decisiva la rapidez, en la intervención adecuada. No podemos volver atrás cuando se trata de salvar vidas.