Feria de Santander: pasión, toreo de lujo y póquer de puertas grandes
«Illa, illa, Padilla maravilla», entonaron las peñas nada más pisar el ruedo el Pirata, con un pañuelo negro en la cabeza y el parche en el ojo. La pasión se prendió desde la larga cambiada del saludo y se desató en el último violinazo. La faena, prologada de rodillas, se vivió con auténtico clamor en los rebosantes tendidos, y eso que el toro se desplomó en más de una ocasión. Ni eso importó. La estocada iluminó el marcador con la primera oreja de la buena y triunfalista corrida de Jandilla. Apoteósica la vuelta al ruedo de Juan José Padilla, envuelto en la bandera de España y ondeando la tela bucanera. Los «illa, illa» se tornaron en «Padilla quédate» en el mansito cuarto, que se vencía por el zurdo. Con listeza, tiró de efectismos tras una labor periférica y, pese al descacierto con el acero, paseó otra oreja.
Tras la tempestad, llegó la calma con unos lances lentificados de Talavante, que abrochó con una media mirando al tendido. El quite por saltilleras y gaoneras tuvo el sello de inquebrantable valor. Como la faena, prologada directamente con la mano de contar billetes a un «Canalla» de boyante movilidad. Naturales y derechazos brotaron con asentamiento y verticalidad, que bendita sea en tiempos de toreo casi en horizontal de tanto trallazo descuadernado que se ve… Ni uno en el extremeño, con la cintura rota a veces y abandonado otras en una variadísima y superior creación, con arrucinas, afarolados, flores, desdenes, las bernadinas de infarto… Pero falló a espadas y perdió el premio. Sí logró el doble trofeo del notable quinto, en el que de nuevo hizo el toreo con las yemas, el alma y el corazón, lugar donde habitan la verdad y la profundidad. ¡Qué muñecas las suyas! Una paleta de colores la obra, en la que tiñó de torería, bragueta y algún despacioso trazo a rastras a «Malastripas». Suyo es el mejor toreo de la Feria, el de más pureza, una tauromaquia que se quedaran sin ver en demasiadas plazas de España…
Roca Rey, a cuyo reclamo se cosechó la mejor entrada de la feria, fue el mandamás de la tarde y triunfador absoluto con cuatro galardones. Amarró ya la salida a hombros con el tercero, un jandilla mansito pero que sirvió y al que exprimió de principio a fin. Apabullantes el quite y el arrimón final, dejándose lamer la taleguilla. En medio, toreo de poder, circulares y un amplio abanico de muletazos, coronados con un espadazo que se cayó y resultó letal. Y más soberbio aún Roca en el estupendo sexto, desde los pendulares en los que no cabía ni el aire hasta su manera de barrer la arena, en derechazos y zurdazos colosales, a la humillada embestida. El desplante a cuerpo limpio puso la plaza en pie. Otras dos orejas (con petición de rabo) que paseó con el ganadero Borja Domecq, feliz por la corrida y los triunfos brindados. Y vuelta al ruedo en el arrastre para «Juzgador», con la pasión totalmente desbordada ya en un broche de cuatro puertas grandes: la terna y el mayoral.