En defensa de los mártires: una voz clara y el grito de un resplandor
Pedro de Sotomayor.- En estos tiempos de «memoria histórica», conviene que los católicos españoles pasemos revista también a algunos importantes recuerdos de nuestra memoria, de la que no se quiere hablar, y no solo por parte de la progresía mediática, ya que también sectores de la Iglesia quieren sumir nuestra memoria en las sombras del olvido:
8 de septiembre de 1936: Apolonia Lizárraga y Ochoa de Zabalegui ? más conocida por su nombre religioso, Apolonia del Santísimo Sacramento?, superiora general de la orden religiosa Carmelitas de la Caridad, que llevaba unos días detenida en la satánica checa de San Elías (Barcelona), fue aserrada viva y descuartizada y sus restos fueron echados como cebo para los cerdos que tenía el director de aquella cheka luciferina. Se cuenta también que, al proceder a la matanza de esos cerdos, algunos milicianos decían en son de burla que iban a hacer chorizos de monja.
Este martirio no fue tampoco ningún «privilegio» para la religiosa, ya que, al parecer, su destino era común para muchos de los detenidos en aquel antro del infierno.
Apolonia fue beatificada por Benedicto XVI el 28 octubre de 2007, en una ceremonia donde también subieron a los altares 498 mártires de la Guerra Civil.
11 de octubre de 1936: el párroco de Cheste, José González Huguet, fue salvajemente torturado por los milicianos de esa localidad, que le detuvieron en su pueblo natal, aunque el comité local se opuso, y desde allí se le trasladó a la población donde había ejercido su ministerio para ser sacrificado.
En Cheste culminó su cruentísimo calvario, que, por datos fidedignos, fue horroroso: paseado por toda la población entre los gritos de la gente, que le lanzaba improperios e insultos, e invitando a las «beatas» a que salieran a verle, rasgaron sus vestidos y sus carnes de la forma más espantosa, pinchando su cuerpo a navajazos y toreándole con escarnio, como si fuera un toro. Cortáronle luego las orejas y sujetáronle a los mayores tormentos, públicamente, en la plaza mayor del pueblo. El párroco callaba, sufría y oraba por sus verdugos. Ya casi difunto, en la madrugada del 12 de octubre de 1936, le sacaron en un camión en dirección a Ribarroja, y en el camino de Madrid, a la otra parte del paso a nivel del ferrocarril de Utiel, acabaron con su vida disparando sobre él dieciocho tiros.
Fue beatificado el 11 de marzo de 2001 por el papa Juan Pablo II, junto con otros 232 mártires ejecutados en la región de Valencia.
4 de diciembre de 1971: en la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes españoles celebrada en Madrid, bajo la presidencia del cardenal Tarancón, se sometió a la aprobación de la Asamblea una proposición en la que se decía lo siguiente: «Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su palabra ya no está con nosotros. Así, pues, reconocemos humildemente y pedimos perdón porque no supimos a su tiempo ser verdaderos ministros de reconciliación en el pueblo dividido por una guerra entre hermanos». La propuesta contó con el apoyo de más del 60% de la Asamblea, pero no valió porque se exigían los dos tercios de los sufragios.
9 al 14 de septiembre de 1985: El Congreso de Evangelización celebrado en Madrid exponía su negativa a apoyar beatificaciones de mártires de la Guerra Civil: «Ante el cincuenta aniversario de la Guerra Civil española creemos que no es oportuno llevar adelante el proceso de beatificación de los mártires de la Cruzada».
19 de noviembre de 2007: el obispo Ricardo Blázquez finaliza su mandato al frente de la Conferencia Episcopal exponiendo unos mensajes que dejaron mudos a muchos jerarcas del catolicismo español.
Blázquez ?confeso admirador de Tarancón? pidió perdón por «actuaciones concretas» de miembros de la Iglesia durante la II República y la Guerra Civil: «En muchas ocasiones tendremos motivos para dar gracias a Dios por lo que se hizo y en otros momentos, sin erigirnos orgullosamente en jueces de los demás, debemos pedir perdón y reorientarnos, ya que la purificación de la memoria implica tanto el reconocimiento de las limitaciones y de los pecados como el cambio de actitud y el propósito de la enmienda».
Con estas palabras, Blázquez se refería a la beatificación de 498 mártires de la Guerra Civil, el 28 de octubre de 2007 en Roma, a la vez que justificaba el derecho de los otros colectivos implicados en aquella terrible guerra de honrar también a sus víctimas: «Los que nos han precedido pueden haber sido testigos luminosos del Evangelio, y en otras ocasiones pueden haber realizado lo que el Evangelio desaprueba. Todos nosotros debemos pedir diariamente a Dios que nos libre de caer en la tentación […] La beatificación de los mártires no va contra nadie, a nadie se echa en cara su muerte, a nadie se pide cuentas. Aunque nosotros nos referimos a los mártires cristianos, mostramos nuestro respeto a las personas que han servido a sus causas hasta las últimas consecuencias. Ante toda persona que lucha honradamente por la libertad de los oprimidos, por la defensa de los pobres y por la solidaridad entre todos los hombres inclinamos nuestra cabeza, remitiendo a Dios el juicio último».
Impresionante. En varias ocasiones ?ya desde un temprano 1 de julio de 1937, pasando por los documentos «Constructores de la Paz» de 1986, y «la fidelidad de Dios dura siempre», de 1999? la Iglesia ha concedido el perdón a todos los que colaboraron por activa o por pasiva en esa espantosa persecución. Esta actitud es loable, y muy de acuerdo con el mensaje evangélico de perdonar a los enemigos, a pesar de que ninguna de las organizaciones implicadas en la persecución ha pedido perdón hasta el día de hoy.
Pero lo que resulta escalofriante y escandaloso es que la Iglesia española ?que no ha exigido justicia e indemnizaciones por el holocausto que sufrió durante la segunda República y la Guerra Civil? no solamente ha perdonado a sus verdugos, sino que, con una actitud realmente escandalosa de imposible comprensión, es ella misma quien ha pedido perdón a sus torturadores y carniceros, en un caso inaudito en el que la víctima pide perdón a su asesino, el cual jamás ha reconocido ni se ha disculpado por sus horrendos crímenes.
Incluso eminentes teólogos se han pronunciado en contra de las beatificaciones. Por ejemplo, Juan José Tamayo, Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid: «Los obispos españoles, con el apoyo del Vaticano, aprovechan cualquier manifestación religiosa por muy sagrada que sea, como ésta de la beatificación, para hacer política partidista, en este caso contra una Ley que cuenta con la mayoría parlamentaria. La Iglesia católica ha perdido una nueva oportunidad de ser testigo de reconciliación y ha vuelto a ser signo de división».
En la actualidad: al grito de «¡Arderéis como en el 36!», que se proclama puño-en-alto desde la España progre, la forjadora de Pepas, desamortizaciones, Gloriosas, Semanas Trágicas, y Repúblicas luciferinas, nos llegan milicianos satánicos, brujas volanderas que-no-pudimos-quemar, castradoras Femens, procesiones de coños insumisos, procesiones ateas, madresnuestras dispintinantes, monjas violadas por titirietarras, pintadas satánicas en los muros de nuestras iglesias, blasfemias con hostias consagradas, blasfemadoras asaltacapillas, quitabelenes, campañas para acabar con la misa dominical en la televisión, madrugás de Semana santa reventadas por antisistema, descarnados zombies, el insoportable hedor de su piromanía quemaconventos, las momias católicas profanadas, el pestilente olor sulfuroso del Señor que las dirige.
Y, ¿qué hace la Iglesia?: lanzar al mundo el arma de destrucción masiva de un «hashtag» demoledor: #respetamife. Ninguna denuncia ante los juzgados, ninguna querella criminal contra la chusma satánica, ninguna huelga de católicos… Estamos en la «posIglesia», heredera de los Tarancones, dirigida por el Papacisco hacia la religión mundial de la Sinarquía del NOM.
Una «posIglesia» donde hasta la Virgen María es feminista y participaría en huelgas contra los hombres; donde un obispo dice que manifestar que los niños tienen pene y las niñas vulva es una manifestación de odio ?en referencia al famoso bus de «Hazte oir»: «La convivencia se construye en el respeto, no en la difamación, ni en el insulto, ni en el reírse de los otros. Eso no tiene nada que ver con el Evangelio […] Ninguna circunstancia justifica una actividad que no respete al otro, le elimine o se ría de él. Por eso, la infamia, a quien la realiza, siempre es reprobable, y cuando uno se apoya en la religión…. No es la religión que Jesucristo nos enseñó […] Es terrible estar en este mundo teniendo como arma el odio. Eso ultraja a Dios». Así que eso es el odio, y no pintar en las paredes de una iglesia: «Os beberéis la sangre de nuestros abortos».
Sí, es posible, porque primero se bebieron la sangre de nuestros mártires.
Católicos, es hora de pasar a la acción, siguiendo el ejemplo heroico de los vecinos de Callosa de Segura, que el pasado sábado volvieron a juntarse, casi de forma espontánea, en la plaza de la iglesia. Esa plaza donde la cruz de Callosa llevaba más de 70 años sin molestar a nadie.
Y hubo un momento cumbre: miembros de la plataforma en defensa del monolito a los caídos proyectaron desde el balcón de una vecina una imagen holográfica sobre la iglesia para sustituir el monumento. Ante este acto, el alcalde amenaza con sanciones-.
Ya lo dijo Paul Claudel, en su famoso poema «A los mártires españoles», prefacio de su libro «La persecución religiosa en España (París, 1937): «Pero nosotros sí creemos en Vos, y en el rostro escupimos a Satán. Esa pobre gente que duda, todos esos cobardes y vacilantes no necesitan palabras sino actos, una voz clara y el grito de un resplandor».
Y aún hay ceporros que se indignan cuando, una vez terminada la cruzada contra el comunismo luciferino, y tras los juicios pertinentes, se ejecutó a todos estos hijos de puta asesinos torturadores culpables y responsables de tanta maldad.
La pena es que el Caudillo no se aplicara como Dios manda a la hora de hacer los deberes con toda esta gentuza y perdonara a la inmensa mayoría de ellos. De haberse hecho lo que se tenía que hacer, quizá hoy no nos veríamos como nos vemos.
Efectivamente, Franco fue misericordioso. Si ellos hubiesen ganado la guerra no hubiera quedado ni un solo sacerdote, monja, conservador o falangista vivo. Incluso a muchos de ellos se los hubieran cepillado, como hizo Stalin, y quien sabe si hubiera nacido Pablito