El 9 de noviembre la mayoría de la población mundial se despertó (o acostó) con la mayor sorpresa protagonizada nunca por un candidato a la presidencia de EEUU. Donald Trump pasaría a ser el hombre más poderoso del mundo… o, al menos, el próximo presidente de los Estados Unidos. Contra todo pronóstico y pese a la campaña a sangre y fuego que protagonizaron contra él los medios y las élites globalistas, los votantes no respetaron nada los resultados que se esperaban de ellos.

Los lectores de AD han elegido al presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, como personaje del año 2016 (61% de los votos). Trump ha destacado este año, entre otras muchas cosas, por el hecho de haber desafiado tantas expectativas, haber roto tantas reglas y derrotado al ‘establishment’ y a dos partidos políticos, tanto en los comicios internos republicanos como con su victoria ante la demócrata Hillary Clinton.

Hacía años que un personaje no suscitaba tanto rechazo, pero al mismo tiempo tanta ilusión por parte de decenas de millones de euroamericanos posicionados contra la globalización y a favor del identitarismo.

«No he hecho nada para dividir a los estadounidenses, estaban ya divididos», ha señalado en su mensaje de fin de año, y se ha comprometido a superar estas diferencias cuando asuma la Casa Blanca, el próximo 20 de enero.

Trump fue elegido entre diez candidatos. En segundo lugar quedó a larga distancia el presidente ruso, Vladimir Putin (25%), seguido por el Papa Francisco, elegido por el 6 por ciento de los participantes en la votación.

El resto de candidatos fueron el cantante y premio Nobel de Literatura, Bob Dylan; el jugador del Real Madrid y último Balón de Oro, Cristiano Ronaldo, el actor Leonardo DiCaprio; el padre de Pokémon Go, John Hanke; el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. En último lugar figuran las principañles mandatarias de Alemania y el Reino Unido, Angela Merkel y Theresa May, respectivamente.

La elección de Donald Trump por los lectores de AD no debe sorprender. Trump ha permanecido fiel todos estos meses a las ideas y los ideales que dan sustento y razón de ser a nuestro proyecto político e informativo. Los lectores de este medio, de forma mayoritaria, sintieron como propias cada una de las ofensas e insultos que recibió y encajó Trump con sobresaliente dignidad y enteraza. Los promotores de esta campaña contra su imagen pública se valieron de famosos, actores, cantantes, deportistas, escritores, financieron, feministas… y hasta de no pocos miembros del Partido Republicano, para ensanchar la sideral diferencia que parecía existir entre el empresario neoyorquino y el éxito electoral. No lo consiguieron.

Como contrapunto a lo que Trump representa para millones de estadounidenses y europeos, se exaltaban las virtudes de sus contrincantes electorales. Bajo la paterna benevolencia de las élites, incluída la mediática, se quiso inducir a los norteamericanos a que aceptaran las reglas de juego que unos pocos acordaran. Hasta la cúpula vaticana descalificó a Trump y todo lo que representa para millones de cristianos estadounidenses. En definitiva, Trump derrotó a todos: a los republicanos, a los demócratas, a la prensa, a los lobbies, a Wall Street, al sistema… Tuvo el acierto de conectar con el alma del pueblo, sin recetas ideológicas ni fingidas proclamas morales, para anunciarle lo que exige la gravedad del momento presente, sin mentiras ni medias tintas. En compensación, recibió el apoyo mayoritario, casi abrumador, de los descendientes de aquellos que construyeron el mundo en el que ahora vive Estados Unidos, los que le dieron la sabiduría, la ciencia, la auténtica moral guerrera, heroica, noble y fiel del cristianismo y no la de ahora que es débil, hipócrita y cobarde. La clave de su éxito ha sido su comunión con el pasado, su búsqueda de las raíces que hicieron grande, no sólo a su país, sino a todo el occidente cristiano. En lo antiguo está lo genuino, lo puro. Actualmente la palabra modernidad está asociada a los degenerados; y la élite lo sabe. Por ello pretendieron llevar a todos los estadounidenses a un pozo negro de mentiras, egoísmo, materialismo, falta de fe y aberraciones contra la naturaleza, que es lo más sabio y bello que hizo Dios en este mundo.

El de Trump ha sido el triunfo de lo políticamente incorrecto. Ha demostrado que se puede ganar unas elecciones sin seguir el manual del buen candidato. Hacer lo que hizo, decir lo que piensa y creer en lo que dice le permitió crecer cada día más pese a tener a todos los grandes actores en contra: los medios, la academia, el mundo de la cultura y las finanzas, la opinión pública externa, las anquilosadas estructuras del partido republicano… casi sin demasiados recursos propios. Logró algo que ningún otro había sido capaz de lograr hasta hoy.

Pese a su heroíca gesta, a pesar de lo ya conseguido, Trump tiene ahora la mayor responsabilidad que recayó nunca sobre ningún otro líder de su país: encauzar todo el torrente de ilusión que hoy nos inunda y evitar que se desborde y termine convirtiéndose en frustración y desesperanza. Lograr lo que ha logrado, con todos los poderosos en contra, para que nada cambie, nos alejaría a muchos, quizás para siempre, del alentador soplo de la esperanza en un mundo mejor que el que hoy tenemos. No debe temer por la consecuencia de sus actos entre quienes no tienen más patria ni más fe que sus propios intereses. El presidente electo de Estados Unidos cuenta con el apoyo, incluso armado, de decenas de millones de norteamericanos y de decenas de millones de europeos que celebraron como suya su victoria. No debe permitir que los apologistas del desastre económico, de la inanición moral de muchos norteamericanos, del aumento pavoroso de la pobreza, de la negociación con grupos terroristas islámicos, de la quiebra de miles de empresas, de la distribución desigual de la riqueza norteamericana, de la criminalidad en las calles, de la muerte de millones de nonatos, de la llegada de miles de ilegales, se atrevan aún hoy a pretender guiarle el rumbo.

Solo en una sociedad que tiene que sufrir a una élite tan corrompida como la de Estados Unidos, podría darse el caso de que los mismos que provocaron centenares de miles de víctimas inocentes en Irak, en Afganistán, en todo el Medio Oriente, que han promovido la llegada a Europa y Estados Unidos de centenares de yihadistas, se atrevan a proclamar que Trump representa una amenaza para nuestra seguridad colectiva.

Alerta Digital ha denunciado casi en solitario la inviabilidad de un Sistema en el que ya resulta escandalosa las contradicciones entre los principios y valores que sus votantes defienden y el papel que desempeñan los representantes de la élite globalista y sus políticos títeres de derecha e izquierda. En más de una ocasión pudimos decir, con dolor punzante, que esa contradicción no podía ser permanente, ni aquí ni en Estados Unidos, y que antes o después, se rompería. Trump ha sido el encargado de hacerlo y ahora tiene el deber sagrado de purificar su nación, devolviéndole su lozana virilidad, sustituyendo los principios que han pretendido llevarla a un clima de disolución moral; es decir, a lo que han evitado, con derroche de generosidad, sus millones de votantes. Los lectores así lo han reconocido.